Maldito duende. No entendía cómo le pudo decir alguna vez que le caía bien, si la pequeña era una sabandija de lo peor que jugaba con sus sentimientos.
Todos amaban a la dama Oriza, hasta ellos. Bueno, amar, así como quien habla en el sentido estricto de la palabra, no tanto. Pero Amaury, al igual que muchos en la corte, vivían suspirando por ella.
Todos la conocían, todos la encontraban hermosa. Y todos hablaban de que su marido era muy poco hombre para tremenda mujer, que nadie mandaba en ella y que hacía siempre su santa voluntad. Ni siquiera el señor principal de los Montmorency lograba oponerse a la impetuosa Oriza.
Amaury solía pensar con frecuencia en ella, en cómo sería ser ese hombre que la dominara, que ella se volviera loca por sus favores. Él y Guillaume solían fantasear con Oriza, y compartían sus ideas descabelladas. Querían ser dueños de su atención, de sus miradas, que ella les hiciera caso, aunque sea para una estúpida conversación. Solo que la dama parecía tan lejana, y siempre fue así.
Hasta que llegó ese maldito duende. Dos años habían pasado desde que Alix de Labarthe pisó París, y al principio las cosas parecían ir bien. Durante la fiesta en que la conocieron, Alix los llevó ante su tía Oriza y le dijo, muy linda ella, que los dos amables jóvenes la habían escoltado, y que incluso la presentaron con otros invitados.
Aquella vez Oriza sonrió complacida y les pidió que fueran al día siguiente a almorzar, en agradecimiento por el buen comportamiento con su sobrina. Hasta ahí todo salió perfecto, podían incluso besarle los pies a Alix por dejarlos tan bien parados.
Claro, no conocían la naturaleza de ese duende desgraciado. Después del almuerzo vinieron otras cuestiones. Alix decía hablar bien de ellos con su tía, y así parecía, pues la dama siempre los trataba amable y sonriente. Y a veces, Alix llevaba prendas íntimas de su tía que robaba para ellos.
No iba a negarlo, cuando empezó con eso, Guillaume y Amaury estallaron en euforia. Ni siquiera pagando a sus doncellas podrían haber conseguido algo como eso. Tener en sus manos las prendas que llevaban el olor de ella, que rozaban su piel, aquellas que nadie más que su marido había tocado; lograba que sus fantasías se elevaran hasta límites antes impensados.
Pero dos años pasaron desde entonces, y esas cosas ya no lo satisfacían. Cuando conoció a Oriza, y luego a Alix, era un mozo casto. Tiempo después, su padre llegó con dos hermosas mujeres, una para él y otra para Guillaume. Era hora de que se hicieran hombres, les dijo. Fue así que empezaron a disfrutar de otros placeres.
Al principio, llenos de curiosidad, con deseos de probar muchas veces. Habían aprendido poco a poco donde buscar mujeres, donde estaban las más hermosas y dispuestas. Jóvenes, apuestos, con mucha energía. No tardaron en hacerse conocidos por sus andanzas. Y querían más.
Con el pasar del tiempo, para Guillaume, Oriza dejó de ser una fantasía constante. En cambio, Amaury estaba encaprichado. O indignado de que siendo un Montfort que todo lo consigue con solo desearlo, no pudiera tener a la mujer que fue dueña de sus fantasías.
Lo había pensado, no es que en realidad quisiera o deseara mucho a Oriza. Sí, era una mujer atractiva e interesante, pero después de tantas experiencias debería olvidar a esa dama de una vez. No era una obsesión, era más bien como un asunto no resuelto. Era un "Amaury de Montfort no se puede ir de este mundo sin cumplir todas sus fantasías, y ella está en la lista".
Y ese era el otro detalle. Alix había desistido de su juego de acercarlos a Oriza desde hacía varios meses. Ese maldito duende rompió su promesa y no lo ayudaba más. No solo había cambiado toda su estrategia, sino que se puso más desgraciada que nunca. Aprovechaba cualquier oportunidad para molestarlos y dejarlos en ridículo no solo delante de Oriza, sino de cualquiera que estuviera presente. Y la muy desgraciada ponía una cara de inocente que era capaz de engañar hasta al Papa.
Lo que no lograba entender era como después de todo lo que les hacía, insistían en su compañía. A Guillaume le caía muy bien, y además, Alix parecía quererlo a su manera. ¿Y él qué? Oh, vaya mierda. No podía apartar a ese maldito duende de su vida, Alix había llegado para quedarse.
La detestaba tanto de a ratos, luego se daba cuenta de que no la odiaba ni nada parecido. Solo estaba molesto por sus bromas, pero eso pasaba pronto. Debía de ser muy idiota para aguantarla y no mandar a ese diablillo a volar.
No, a Alix no podía echarla. Se le hacía difícil pensar siquiera una semana sin que ella se asomara por la sala de armas a molestarlo. Porque no todo era bromas y gritos entre los dos, a veces también había risas, juegos, sonrisas. Cuando sonreía le parecía el ser más adorable de la tierra.
Alix frecuentaba la casa de los Montfort con la excusa de visitar a una prima pequeña, jugaba con ella y a nadie le disgustaba eso, por supuesto, Guillaume y Amaury sabían bien para qué iba. Ellos eran la principal razón.
Aunque siempre bromeara con lo mucho que le aburría verla, confiaba que Alix supiera la verdad. Que de alguna forma se diera cuenta de que para nada la quería lejos, sino todo lo contrario. No se le hacía fácil poner en palabras las cosas que sentía, prefería que sus acciones demostraran todo.
Ella, su maldito duende, Alix de Labarthe. La quería, quizá. La quería, sí...
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Editado: 03.06.2023