No podía detenerlo, Amaury estaba fuera de control. Todo había empezado esa tarde cuando la besó en un pasillo de la casa de los Montfort. Por suerte, él tuvo que viajar a Londres como parte del castigo que le dio su padre por meterse como un zorro a la habitación de Oriza. Pero, cuando regresó, estuvo más insoportable que nunca, diciendo que estaba decidido a no dejar pasar las oportunidades. Y eso la incluía a ella.
Por supuesto, Alix se mantuvo en la postura inalcanzable de siempre, cuidando las formas, siguiendo las enseñanzas de Oriza. Seguía con su misión de vigilar a Guillaume, aunque su labor se hizo más fácil, pues el joven Arnald llegó de Béziers. Inocente de él, Guillaume y Amaury lo habían cogido como blanco de todas sus bromas, y ella reía al escuchar como el muchacho les contestaba con insolencia.
Pues si, todo anduvo de maravilla en su vida, pero Amaury no la dejó en paz. No se creyó ese cuento de que ella no quería saber de él, que solo eran amigos y nada más. Pero ¿a quién pretendió engañar? Alix estaba segura de que nunca quiso a Amaury como amigo, y cuando se rompió el muro que por años habían puesto entre ellos con aquel beso, las cosas empezaron a cambiar.
¿El problema? A Oriza no le agradaba para nada "ese aparente idilio que tienes con el Montfort", como ella le llamaba. Para Oriza, aquello era una distracción de sus deberes con la orden. Además, decía que no tenían futuro.
—En verdad, querida, con esa actitud, parece que mis enseñanzas han sido en vano. Sigues siendo la misma ratita ingenua que llegó de Queribus. No hay un futuro con ese Amaury, salvo convertirte en su ramera de turno. Quizá una ramera a la que le tenga más cariño, pero nada más —le dijo esa mañana. Estuvo distraída, y Oriza aprovechó para sacar el tema. Como si pensar en Amaury la apartara de sus deberes, cosa que era cierto en parte.
—¿Por qué dice eso? ¿Acaso cree que no he aprendido nada? Si yo quisiera podría casarme con Amaury, sabe que puedo lograrlo. —Aunque no estaba segura de eso en realidad. El matrimonio nunca fue una idea que le agradara.
—No seas ilusa, Alix. Él es el heredero Montfort, tú no eres nadie, más que una aparente sobrina mía, ni siquiera tienes títulos o tierras que heredar. Cuando llegue el momento, su padre va a buscarle una dama que sea provechosa para sus planes, alguien que aumente la riqueza de la familia. Una buena alianza. Creí que a estas alturas ya te habías dado cuenta de que no figuras en la lista de las posibles candidatas.
—La odio —dijo con rabia. Oriza la miró sorprendida, nunca le había dicho algo así, nunca con tanto sentimiento.
Alix salió corriendo de la habitación. Lo peor, lo que más le desagradaba y le hacía sentir más rabia, era que tenía ganas de llorar. Oriza había logrado que sintiera deseos de llorar. Porque era verdad, ella no sería jamás mujer para Amaury.
Ella tenía razón, a lo mucho y al paso que iba, sería solo la ramera a la que más cariño le tendría, pero jamás su esposa. ¿Y quería serlo? Quizá sí. En realidad no le interesaba mucho el matrimonio, ni el título de señora de Montfort. Lo que le importaba era estar con él, nada más. Lo único que deseaba con todo el corazón era quedarse a su lado por siempre.
Porque lo amaba, y le dolía mucho hacerlo. Siempre que se veían, y si no había nadie presente, terminaban besándose. Y cuando había más tiempo no solo eran besos a escondidas, eran también caricias que con el tiempo se hicieron cada vez más pecaminosas.
Ninguno de los dos lo decía, pero lo sabían con solo mirarse a los ojos. Él no quería tratarla como una más. Ya se empezaba a hablar entre las damas y caballeros que los dos tenían algo, que se gustaban, que quizá se amaban en secreto. Y todos decían lo mismo, que puede que haya algo, pero jamás matrimonio. Simón no lo consentiría, y ella, por más Labarthe que fuera, seguía sin ser alguien importante.
Los años pasaban, y Oriza le dijo que no había recibido orden de su gran maestre de casarla, pero que cuando llegara la ocasión, Bernard de Saissac daría las instrucciones. Eso también la atormentaba, que en cualquier momento su vida iba a cambiar para siempre con un matrimonio.
Recordaba con claridad las lágrimas de su Guillenma cuando la mandaron a casarse con un señor en Cabaret. ¿Qué iba a pasar con ella? ¿La regresarían a Languedoc? Era claro que no se podía quedar para siempre en París, algún día Guillaume tendría que volver para administrar su feudo y ejercer su labor como gran maestre. ¿Entonces qué? ¿Perdería a Amaury para siempre? No podía soportar eso.
Y hablando de cosas que no podía soportar, allí estaba esa miserable. Se había sentado al lado de una ventana para distraerse, ya que tenía vista a los jardines, pero solo logró amargarse más.
Alina de Montmorency era una muchacha agraciada, y si ya de niñas tuvieron varias discusiones, la cosa empeoró con el paso de los años. Si bien en un principio recurría a maniobras como insultos directos y jalarle el cabello, con las enseñanzas de Oriza aprendió a usar el sarcasmo y a sonreír burlona, porque esa estúpida no se daba cuenta de sus insultos.
Nunca vio a Alina como una amenaza, no hasta que puso los ojos en Amaury.
A la muchacha le gustaba coquetear con los caballeros de la corte. No solo con Amaury, sino con Guillaume, y se sabía que quien se sentía más atraído por ella era el de Saissac, a Amaury le importaba muy poco Alina. Y la joven sabía lo que ella sentía por el Montfort, incluso una vez los vio besándose. Sí, quizá era por eso que Alina se había encaprichado con molestarla. Lo que quería era meterse con Amaury para asegurarse un buen matrimonio.
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Editado: 03.06.2023