Antes de regresar de la peregrinación, Oriza y Alix se reunieron con Bernard de Saissac. En realidad, eso había sido solo una excusa para poder encontrarse en el camino con él, pues iba a darles instrucciones e información valiosa.
Era la primera vez desde que la dejó en París que lo veía, él casi no la reconoció. Estaba muy cambiada, muy bella, toda una dama. Dijo que ya era hora de buscarle un prometido, pero que ese prometido sería de Languedoc. Bernard le dijo que estaban muy contentos con su labor en la orden, pero que ya no podía permanecer en París. Su hijo iba a regresar, y cuando lo hiciera, sería conveniente que ella lo haga días después, directo a Queribus, donde su tío le informaría sobre su compromiso.
Eso era lo que siempre había temido, la separación. No dijo nada en ese momento, no puso el grito al cielo. No quería explicarle a Bernard ni a Oriza que una noche, en medio de besos y caricias, Amaury de Montfort le había propuesto matrimonio y que era con él con quien iba a quedarse. Pasara lo que pasara.
Cuando volvieron a París, ni bien se instalaron, les llegó la novedad de una invitación a la fiesta que harían en casa de los Montfort en honor al señor de Saissac, y de paso una despedida para Guillaume, que ya regresaba a sus tierras. No sabía qué cara poner, claro que no iba a hacer nada de lo que su Gran Maestre le pedía, no pensaba regresar a Queribus y casarse con un desconocido. No iba a arruinar su felicidad por una orden de la que apenas sabía su nombre, y que protegían algo valioso que se llamaba Grial.
La noche de la fiesta, ella llegó con Oriza y los demás Montmorency. Era la primera vez que veía a Amaury en más de cuatro meses de ausencia, y se sentía muy emocionada. Apenas intercambió una mirada con él, esa vez no pudieron acercarse como siempre.
Guillaume andaba muy feliz con su padre, parecía que al fin, después de tanto tiempo de no verse, estuvieran congeniando. Le alegraba eso, saber que él era feliz. Quería a Guillaume a su manera, como un hermano mayor. Se preguntaba qué cara iba a poner cuando se enterara de que todo ese tiempo ella estuvo en París solo para cuidarlo, y que además lo hizo muy bien. Tan alegre estuvo, que no se dio cuenta de que de alguna forma Amaury la evitaba.
En un momento de la fiesta vio aparecer a la tarada de Alina. Tenía que reconocer que estaba más hermosa que nunca. Bueno, ella siempre lo fue. Pero lo que tenía de hermosa lo tenía de ordinaria, sí que sí. No entendió muy bien la situación, cuando vio a un cabizbajo Amaury ponerse de pie y caminar hacia Alina, tomarla de la mano para acercarse a Simón de Montfort y el patriarca de la familia Montmorency.
—En esta noche tan especial para todos —empezó a decir Simón—, me complace anunciar el compromiso de la dama Alina de Montmorency con mi hijo, Amaury de Montfort. Este matrimonio unirá nuestras casas, haciendo de nosotros una gran familia. Dios así lo quiere.
Hubo aplausos, murmullos, hasta risas. Amaury forzó la sonrisa, pero Alix notó que lo único que él quería era desaparecer.
Con esa llegada apresurada no le dio tiempo de ponerse al día con los chismes de la corte. Aún confundida por lo que acababa de pasar, escuchó a la descarada de Arlett contarle a Oriza como es que Amaury se metió una noche a la habitación de Alina y su padre los descubrió. Que era obvio que el Montfort estaba loco por su sobrina, y ella aún más, así que el matrimonio era la mejor solución para todos.
Alix sintió náuseas, aquello no podía ser cierto. No con Alina. Amaury no sería capaz, Amaury no gustaba de ella. Él no hubiera hecho algo así, él no podía casarse con esa desgraciada, no después de la promesa que le hizo. Sintió que todo su mundo se venía abajo. Todo con lo que soñó, eso de olvidarse de la orden de los caballeros del Grial y quedarse en París, se acababa de destrozar.
En ningún momento había soñado ser la señora de Montfort, es más, ella jamás fantaseó con hacerse una señora como Oriza o como otras que presumían solo por ser esposas de alguien. Ella lo único que había soñado era quedarse a su lado siempre, sin importar nada más. Y si tenía que ser su esposa para eso, entonces lo aceptaba. Lo hizo y creyó la promesa de Amaury aquella noche.
Pero ese demonio Montfort no iba a cambiar nunca, ni por ella ni por nadie, siempre sería el mismo desgraciado. Lo conocía bien, o creyó conocerlo. Ahora le dolía saber que era un mentiroso sin honor ni palabra. Le dijo con los ojos llenos de amor que se iba a quedar con ella, y ahora estaba ahí al frente del brazo de Alina de Montmorency, porque con ella sí iba a casarse.
Ya no aguantó más, se fue lo más rápido que pudo del salón de fiesta de los Montfort. No podía ir sola de vuelta a casa, hacía mucho frío y además no había nadie que la llevara. ¿Qué iba a hacer entonces? No quería estar ahí, quería desaparecer.
No podía soportar que Amaury se haya metido con Alina, justo con ella a quien tanto detestaba. No podía siquiera hacerse la idea de cómo sería la vida ahora que lo estaba perdiendo, como iba a verlos juntos siempre. Como tendrían hijos, como estarían juntos hasta la muerte, porque así lo jurarían delante de Dios en el altar. Aquello era demasiado para Alix, sentía que iba a colapsar.
Tampoco se dio cuenta en qué momento aceleró tanto el paso hasta empezar a correr por los pasillos. Corrió y corrió, y llegó al frente de una puerta conocida que estaba entreabierta. La sala de armas, esa que tantas veces había visitado, donde siempre Guillaume y Amaury esperaban. Amaury. Ahí donde habían jugueteado, donde ella le gastaba bromas, cuando él reía con sus ocurrencias.
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Editado: 03.06.2023