Siempre Contigo

Capítulo II ¿Te casarías conmigo, ángel?

CAPITULO II

¿Te casarías conmigo, ángel?

 

Tal vez te estás preguntando por qué demonios estoy huyendo de mi propia boda en mi propio auto alquilado, con las ridículas letras de “Recién casados” dibujadas atrás, pero para realmente poder explicarte por qué estoy dejando atrás posiblemente lo mejor que me ha pasado en toda mi vida, tengo que comenzar a contarte todo desde básicamente el comienzo; y todo comienza y termina con él, Lucas.

Cuando tenía cinco años mis padres se mudaron a esta pequeña ciudad en el último rincón del universo, en serio, no estoy mintiendo, mis padres son ingenieros petroleros, y siempre están viajando a todos los países de grandes reservas petrolíferas, por lo que a mis dulce cinco años de edad, nos mudamos a un país llamado Venezuela; yo, como siempre, fui muy dulce y comprensiva con todo esto de tener que mudarnos por tercera vez ese año y decirle adiós nuevamente a mis nuevos amigos; es decir, armé un gran berrinche, lloré, pataleé y rogué por volver a casa, dar media vuelta al avión y amarrarme contra un árbol en huelga de hambre hasta que mis padres repensaran toda esta situación, pero como podrán imaginar, nadie toma en serio a una niña de cinco años; así que aquí estábamos, en una nueva casa, en una urbanización cerrada con un lindo parque en el centro, donde varios niños corrían de aquí allá gritando y riendo sin parar.

-¿Por qué no vas a hacer algunos amigos? – Dijo mi madre suavemente mientras me daba un pequeño empujoncito hacia el parque – Ve y preséntate.

Respiré hondamente mientras veía a los niños jugar. Para tener cinco años mis padres y profesores siempre dijeron que era bastante avanzada y extrovertida; muchos dirían que debería ser retraída por todas las veces que nos hemos mudado a causa de los trabajos de mis padres, pero si algo había aprendido era a hacer amigos con facilidad, mi papá decía que lo llevaba en la sangre, que lo había sacado por el lado de mamá.

Me acerqué con aplomo hasta los niños en el parque y me aclaré la garganta imitando perfectamente a mamá, antes de presentarme a uno de los chicos que estaba sosteniendo un balón en sus manos.

-Soy Isa – Dije con voz firme, aunque me temblaban las manos - ¿Puedo jugar?

El chico me miró de arriba abajo sosteniendo el balón de fútbol entre sus manos antes de reírse en mi cara.

-Las niñas no juegan fútbol – Espetó aun riendo – Ve a jugar con tus muñecas – Añadió mientras me daba un empujón y me lanzaba al suelo.

Giré el rostro hasta mi padre, quien dio un paso hacia mí antes de que mamá lo tomara del brazo, siempre decía que debía aprender a valerme por mí misma, pero mis ojos escocían con lágrimas y no quería que el resto de los niños me viera llorar, quería que mi papá me levantara en sus fuertes brazos y me llevara a casa.

Sorbí por la nariz intentando no llorar cuando una pequeña mano extendida se dibujó frente a mis ojos.

-No le hagas caso, ángel, puedes jugar conmigo – Dijo una dulce voz frente a mí.

Levanté mi rostro y vi los ojos dorados más profundos y más hermosos de todos; literalmente me quedé sin palabras cuando tomé su mano y me ayudó a ponerme de pie.

-Soy Lucas – Dijo con una suave sonrisa; su cabello castaño claro con destellos dorados caía rebeldemente sobre sus ojos mientras motas de sudor se dibujaban en su rostro sonrojado.

-Isa… - Murmuré obligándome a pronunciar las palabras.

-Isa – Repitió sonriendo, ¡Y Dios, qué sonrisa! Mi nombre jamás sonó tan bien como cuando él lo pronunció.

-¿A qué quieres jugar?

Lucas se encogió de hombros y me dedicó una sonrisa torcida antes de dirigirse a los sube y baja.

Ese fue el comienzo de nuestra amistad. Lucas vivía al lado de mi casa, así que éramos vecinos, y apenas nosotros comenzamos a jugar juntos, nuestros padres si hicieron los mejores amigos. Teníamos la misma edad, así que íbamos al mismo grado en el mismo colegio; después de ese día fuimos inseparables.

-Hoy es noche de películas – Replicó la voz de Lucas mientras abría la puerta con una gran sonrisa y entraba a mi habitación. Llevaba su acostumbrado uniforme de fútbol a rayas rojas y azules, ya que era viernes por la noche y acababa de llegar de su práctica – Mamá y papá compraron dulces – Dijo divertido mostrando la bolsa del mercado llena de caramelos.

-Veremos una romántica – Repliqué dejando a un lado mi violín, mamá me hacía practicar con él dos horas al día – La semana pasada vimos una de guerra.

Lucas arrugó la cara pero se encogió de hombros mientras bajábamos a la sala. Para chicos normales de doce años, los viernes en la noche era día de cualquier cosa, menos quedarse en la casa de su mejor amiga a ver películas, pero Lucas y yo éramos diferentes, nos aburríamos con facilidad de las típicas charlas de “niña gusta niño y niño gusta niña”, preferíamos pasar nuestro tiempo libre corriendo en el parque jugando fútbol, viendo películas durante las noches o nadando en la piscina de mis padres. Hace unos tres años un horrible rumor se corrió como la peste en nuestro colegio, las chicas comenzaron a decir que Lucas y yo éramos novios ¡Asco! Como si pudiese ser la novia de mi mejor amigo, ¡Mi hermano! Recuerdo que esa mañana mi ex mejor amiga, Laura, comenzó a esparcir el rumor y decirle a todos que Lucas y yo nos besábamos a escondidas; cuando por fin escuché lo que decían de mí, salí del salón a toda velocidad antes de que las lágrimas rodaran por mis mejillas frente a toda la clase; por supuesto, Lucas me siguió y me encontró sentada debajo de un árbol al final del patio del colegio.



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En el texto hay: romance, amistad, final inesperado

Editado: 29.09.2024

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