SABER QUE LA OSCURIDAD ESA AUNSENCIA DE LUZ, ACREDITA QUE NO SOMOS DEL TODO MALOS
—No sé, siento que es muy poco lo que han avanzado en cinco meses. Desde que me fui de Italia, las obras han ido más lento —me quejé al teléfono, echando la cabeza hacías atrás con frustración.
—Los trabajadores están cansados y nadie más ha sido contratado, por eso te llamé, querida. Creo que necesitamos un poco más de presupuesto para tener más gente en la reconstrucción —informó Santino Cavalcanti, el director de la Universidad de Florencia, al otro lado de la línea.
—Bien, lo comentaré con mi asesor y de ser necesario quizá él viaje a Florencia para hacerse cargo personalmente. Aunque no creo que haya problema alguno. Sé que las donaciones siguen llegando y aumentaré mis aportaciones —dije y miré a Lusian de reojo, que iba conduciendo, de nuevo, mi mustang descapotable.
Contemplé la idea de usar una de las donaciones de Lusian que daba mensualmente a la casa hogar, para comprar un nuevo auto. Mi mustang fue una maravilla en sus tiempos mozos, pero era hora de cambiar de medio de transporte, sobre todo porque, con mi gran estómago de casi seis meses de embarazo, se me complicaba el poder subirme a él. Y el mercedes de Lusian había desaparecido una noche y al día siguiente amaneció pulido y encerado en la casa de Joshua, junto a sus otros dos autos, que ni idea cuales eran.
Ni siquiera necesitaba tomar una de esas mensualidades, podía ir a comprar cualquier auto, como si comprara un par de tenis, pero por alguna razón no quería pedirle a Lusian que cambiáramos de vehículo. Presentía que heriría sus sentimientos y tendríamos un episodio dramático, porque el mustang se había convertido en parte de mi prometido, y yo, irónicamente, era la dueña.
—Perfecto, querida. Avísame cuando el señor Bennett viaje hacia acá, para tener todo listo para su llegada —dijo Santino, finalizando la conversación.
—Creo que voy a tener que renunciar a la casa hogar —avisé quejumbrosamente, dejando el teléfono en medio de los asientos.
—¿Y por qué harías una cosa así? —me preguntó Lusian, contrariado, mirándome rápidamente por el rabillo del ojo.
—Porque no es como lo esperaba. Yo quería estar en todo el proceso y no puedo —me quejé haciendo un mohín.
Cuando pasamos el peligro del primer trimestre, Caleb nos recomendó esperar una par de semanas porque encontró una baja cantidad de glóbulos rojos en mi sangre y me diagnosticó con anemia. Por lo tanto contratamos a un nutriólogo para que ayudara con ese problema y cuando creímos que todo estaba mejor y podríamos volver a Italia, obviamente llevándonos a Joshua con nosotros, las cosas se pusieron un poquito más complicadas.
A mis veinte semanas de gestación tuve un pequeño sangrado. Fui entonces diagnosticada con placenta previa, lo que significaba que la placenta obstruía total o parcialmente el cuello uterino dentro del útero y me ordenaron, más que aconsejar, que guardara reposo por lo menos un mes y me prohibieron en rotundo hacer cualquier tipo de viaje en avión y peor aún, tener sexo.
Fueron unos días completamente cansados, estresantes y tristes. Pero no afectó en lo absoluto en la relación. Todo lo contrario. Lusian se volvió mucho más protector, si eso era posible. Tuve todo el tiempo su atención, y también la de Joshua.
Al principio debo admitir que me preocupé por nuestra actividad sexual que iba a ser nula y me angustié por varias noches al pensar que quizá Lusian querría salir a buscar ese tipo de placeres que, momentáneamente, no podría darle. Por fortuna tenía al mejor hombre del mundo a mi lado y me aseguró que su libido era inexistente por la preocupación de mi salud y la del bebé. Después admitió que se moría de ganas por tener sexo conmigo, de todo tipo, pero me juró que con la única que deseaba hacerlo era yo, entonces encontramos una manera de aliviar sus deseos, la cual dio muy buenos resultados y recurrimos a ella casi cada noche, aunque nunca dejó de ser cuidadoso en todos los aspectos.
Nuestra relación se solidificó más en esos últimos meses. Como los dos necesitábamos nuestro propio espacio, acordamos que por al menos cinco horas al día, de lunes a viernes, cada uno buscaría tener actividades independientes. Por lo tanto Lusian se encerraba en el despacho con su padre y por la tarde se dedicaba a hacer dos horas de ejercicio. Yo, por más que hubiera deseado vivir metida en la alberca, tuve que conformarme con leer libros en la comodidad de mi cama, escribir algunas historias que se me ocurrían en mis ratos de ociosidad y después las tiraba a la basura, y empecé un curso de portugués, que no se me dio muy bien.
Otra de las cosas que mi embarazo provocó, fue el acercamiento que Lusian y Raphael habían comenzado a tener. Me maravillaba poder verlos como verdadero padre e hijo, aunque a veces, muy repetidas veces, discutían. Sin embargo limaban asperezas, aunque realmente nunca los vi tener una salida de hombres o esas cosas. Solo en un par de ocasiones Lusian regresó conmigo pasada la media noche, después de beberse un par de copas con su papá.
Mi querido Joshua adoptó óptimamente el papel de tío. Todos los días me abordaba con varios nombres de distinto género, previniéndose a que yo estuviera equivocada y en lugar de niña, fuese un lindo niño. Siempre le aseguré que sería una niña y para no romper su corazón, nunca me negué a aceptar los nombres que me daba, pero yo ya tenía un nombre.
Joshua no tuvo ningún inconveniente en mudarse a la mansión y cuando salía, lo hacía custodiado por Daniel. Me mortificaba que no hablara sobre el asunto de su paternidad conmigo, pero sabía por Lusian que Kathara no se había comunicado ni una sola vez con él y Joshua tampoco hizo el intento por contactarla. De cualquier modo, como conocía a la perfección a Joshua, no tenía la menor duda de que le afligía el no tener claras las cosas con esa situación. Solo esperaba que Kathara se pusiera en contacto con Joshie pronto, para que todos dejáramos de formar teorías conspirativas en su contra.