—¡Mamá! ¡Mami! Te he estado buscando por todos lados —me llamó Lusiana, llegando a mí con agitación y tomó una respiración profunda, soltando una risa nerviosa —. Todos preguntan por ti.
Me sobresalté un poco por su inesperado arribo y apagué rápidamente el teléfono, con la intención de ocultarle lo que estaba mirando en él. No quería arruinar con mis penas un momento de dicha para ella.
El propósito de haberme ido detrás de los arbustos de aquel elegante y enorme jardín, era el de poder estar a solas un rato con mi miseria, y las fotos de Lusian en mi teléfono, pero Lusiana había heredado un tanto la imprudencia de su padre y un poco de mi obstinación, convirtiéndola en la tormenta más hermosa sobre la tierra.
Me limpié rápidamente una lágrima delatora y sonreí lo más ampliamente posible, guardándome el teléfono en el escote.
—Perdona, cielo. Sólo necesitaba un momento a solas —me disculpé acomodando el lindo tocado con diamantes incrustados, que adornaba su cabeza, y mi sonrisa se volvió más sincera cuando estuvo perfectamente centrado.
Ella no era cualquier tormenta, era un tornado, un huracán, un tsunami y terremoto juntos, derribando maravillosamente a todos con su belleza y vitalidad, brillando siempre ante el más triste panorama. Y podía saber que su tocado estuvo a punto de caerse al estar corriendo por todos lados, buscándome.
No pensé que llevaría tanto tiempo oculta.
Lusiana miró mi teléfono con una ceja elevada en interrogante y después a mí, con una mueca de tristeza, arruinando por completo su expresión de felicidad.
—Estabas llorando... —indagó con pesadumbre.
—Eso no importa. Es tu día, cariño —la animé frotando sus brazos con ternura —. Nadie debería opacarlo por nada. Vamos —la insté a volver a la fiesta tomándola de la mano.
—No, espera —me detuvo, apretando su mano en torno a la mía —. Antes quiero agradecerte —dijo firmemente.
Arrugué la frente, observándola con curiosidad.
—¿Agradecerme por qué? —Pregunté confusa.
Tomó aire profundamente y asintió, como si se estuviera dando ánimos a ella misma.
—Porque has sido la mejor madre del mundo para mí y para Owen y sé que ha sido tu batalla más difícil —comenzó a decir —. Aún puedo escucharte llorar por las noches, mami. Ni el lugar más amplio es suficiente para ahogar tu llanto y tu dolor. Y aún con todo te has dedicado en cuerpo y alma a nosotros.
Me tomó por sorpresa aquella confesión, robándome un poco el aliento. Impactó contra mí como una gran bola de fuego que se quedó atorada en mi garganta, dejando al descubierto que ni con veintitrés años más encima podía dejar de ser tan emocional.
Me llevé su mano a la boca y le di un beso, cargándolo de todo el amor que vivía dentro mí, hacia ella.
—No he sido la madre perfecta —confesé —, pero te juro que he hecho todo lo que ha estado en mis manos para verte feliz, porque eso me hace a mi feliz.
—No, mamá —aseveró —. No has hecho sólo lo que está en tus manos, has hecho un trabajo admirable. Y por eso estoy tan agradecida contigo. Porque me amaste lo suficiente para quedarte conmigo, aunque sé que la mayoría del tiempo no deseabas seguir aquí. Eres envidiablemente fuerte y aun así estoy preocupada por ti.
—Yo estoy orgullosa de ti, cariño —dije dulcemente, sonriendo con dificultad, gracias al remolino de emociones que hacían estragos en la boca de mi estómago —. Te has convertido en una mujer grandiosa y eso tiene que ver muchísimo contigo, no sólo conmigo. Pero no deberías estar preocupada por mí. Yo seguiré aquí para ti siempre —le aseguré, acariciando con mi otra mano la fina y delicada piel de su mejilla sonrosada.
La vi dudar y bajó la vista hacia el suelo, dándome una sensación de ansiedad, porque ella siempre había sido un vomito de palabras, sin filtros. Y el hecho de que estuviera guardando silencio y sobrepasando lo que fuera, no parecía traer nada bueno.
—Cuando Owen me pidió que me casara con él, lo primero que pensé fue en decirle que no —declaró levantando sus ojos con intensidad hacia mí y los vi cristalizarse —. Tu vida hemos sido nosotros, mamá. Aunque te ocupaste de las casas de acogida, tu vida a girado en torno a nosotros, y casarme... casarnos... Sentí que sería como darte la espalda. Porque entonces ya no tendrías a nadie que cuidar, ni a quien llevar al colegio y alimentar. Te quedarías sin a quien arropar en las noches y ya no habría a quien regañar por llegar tarde y con copas de más, muchas copas de más —me sonrió en complicidad y regresó a su antiguo estado de solemnidad —. Después pensé en que te decepcionaría si me negaba a la oportunidad de ser feliz porque tú no me criaste para eso. Pero tampoco quiero dejarte atrás.
—Tú no deberías preocuparte por eso, Lusiana —dije completamente contrariada —. No me dejas atrás. Estás forjando tu propio destino y eso, más allá de hacerme sentir olvidada, me hace sentir orgullosa. Yo soy la que tendría que estar preocupada por tu futuro y aun así confío en que lo harás excelente.
—Sí, bueno —comenzó a jugar nerviosa con mis dedos, volviendo a bajar la mirada—. Pero ya sabes, vamos a ser vecinos y puedes visitarme las veces que quieras. Incluso Owen y yo pensamos que podríamos hacer un cuarto para ti allí. La mansión es muy grande y aunque no cocinas yo sí y podría hacerte de comer. La verdad es que no quiero que te apartes de nosotros.
Solté una pequeña risa nasal y me acerqué a ella la poca distancia que quedaba entre nosotras, para tomar su rostro entre mis manos y obligarla a que volviera a mirarme.
Sus ojos eran los mismos que su padre y eso siempre me provocó un tirón en el estómago.
—Cariño... ¿Por qué te angustia tanto esto? Que formes tu propia familia no significa que tú dejes de ser la mía —le aseguré, acariciando sus mejillas con mis pulgares.
—Es que, esto no te va a gustar tanto, ¿verdad? —Dijo, insegura y colocó sus manos encima de las mías, las apartó de su cara y me soltó. Dio una vuelta, con impaciencia y cuando volvió a quedar frente a mi supe inmediatamente, por la resolución en sus orbes negros, que efectivamente, no me iba a gustar —. Recuerdo cuando tenía como cinco o seis años. Discutías con mi tío Louis... Ammm, él decía que te hicieran caso si ya no querías vivir. Recuerdo que llegaron por ti unos hombres de blanco y mi abuelo Gabriel dijo que el que te internaras en un hospital psiquiátrico no era la solución. Ahora que soy grande lo entiendo, ¿sabes? Pienso que querías hacer lo mismo que tus padres hicieron contigo y me da miedo —se pausó un momento y tragó con dificultad —. Me aterra que si ya no tienes que seguir cuidando de mi quieras, bueno, ya sabes. No es que te subestime, es que yo tal vez querría hacer lo mismo de estar en tus zapatos...