Siempre fuiste tú

Proólogo

El sol brillaba intensamente en el cielo azul, y Alaia, con casi cuatro años, corría por el jardín tras su conejo blanco y travieso. A su lado, Mía, su amiga y vecina de la misma edad, reía mientras intentaban atrapar al escurridizo animal. Ellas se conocían hacía dos semanas, que era el tiempo en que Mía y su familia se habían mudado, pero parecían conocerse de toda la vida, su amistad fue instantanea.

—¡Rápido, Alaia! ¡Vamos a atraparlo! —gritó Mía, con una sonrisa de oreja a oreja.

Alaia, concentrada en la persecución, no vio la piedra en su camino y tropezó, cayendo de cola al suelo. El dolor la sorprendió y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero antes de que pudiera empezar a llorar, una mano apareció frente a ella.

—¿Estás bien? —preguntó una voz suave.

Alaia levantó la vista y su corazón comenzó a latir con fuerza. Un niño rubio, de unos seis años, la miraba con una sonrisa amable. Sus ojos azules brillaban con curiosidad y preocupación.

—Soy Marco, el hermano de Mía. Acabo de llegar de viaje con mi papá —dijo el niño, ayudándola a levantarse.

Alaia se quedó hipnotizada, olvidando por completo el dolor de la caída. Mía había mencionado a su hermano, pero Alaia no le había prestado mucha atención, concentrada en jugar con su nueva amiga. Ahora, al verlo, sintió algo inexplicable, una conexión profunda que no podía entender a su corta edad.

—Gracias, Marco —murmuró Alaia, todavía sorprendida.

Mía se acercó corriendo, con el conejo finalmente en sus brazos.

—¡Marco! ¡Ya conociste a Alaia! —exclamó Mía, feliz de ver a su hermano y a su amiga juntos.

Marco sonrió y asintió.

—Sí, y parece que Alaia y yo seremos buenos amigos —dijo, mirando a Alaia con una calidez que la hizo sonrojar.

Alaia no sabía lo que era el amor, pero en ese momento, supo que Marco sería alguien especial en su vida. Para Marco, ese encuentro también fue significativo. Sin darse cuenta, había conocido a su mejor amiga y compañera de aventuras. Aunque con los años sus sentimientos cambiarían, en ese momento, ambos niños sellaron un vínculo que los acompañaría siempre.




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