—¿Todavía no acepta que te ha amado en secreto todos estos años? —preguntó Vick. Me miró por encima del hombro mientras terminaba de lavar las tazas de café que habíamos usado y yo bufé al escucharla. Sacudí la cabeza a pesar de que no podía verme.
Había llegado a su casa unas horas atrás y traté de evitar hablar sobre Levi. Lo intenté de verdad, evité hablar de él por todos los medios, pero fue inútil. Siempre que Vick y yo nos reuníamos, «misteriosamente» terminábamos hablando de él.
No era que me molestara hablar de Levi, solo que mi amiga parecía tener la misión personal de lograr que se enamorara de mí, como si pudiera obligarlo. Decía que era obvio que entre nosotros pasaba algo, que había algo más allá de la amistad, y sí, tenía razón, pero aquel sentimiento era unilateral y Vick no lo quería aceptar.
—Eso no va a pasar, Vicky. Deberías aceptarlo de una vez.
Yo también debía aceptarlo ya.
Comencé a juguetear con mis dedos y escuché el suspiro de mi amiga; ese que presagiaba una perorata llena de compasión. La miré con ojos entrecerrados antes de que pudiera decir nada y ella pareció pensar mejor en sus palabras.
—Algún día abrirá los ojos y se dará cuenta. Ahora solo está un poco ciego, Luce, pero dale tiempo —murmuró.
Quise decirle que estaba equivocada por completo, pero me abstuve de hacerlo. Mi amiga sabía que mi enamoramiento por Levi era algo serio y que no iba a desaparecer; no era como si tuviera opción en lo de darle tiempo. Si él milagrosamente un día se levantaba decidiendo amarme, estaba bastante segura de que todavía estaría ahí para él, lo que me molestaba sobremanera.
Triste, ¿no? A veces Vick decía que debía empezar a salir con más chicos, pero yo no creía que fuera correcto un clavo intentando sacar otro clavo; era por eso que no quería tener citas. No sería justo para cualquier chico que yo estuviera con él cuando mi corazón le pertenecía a otro hombre.
—Ya no quiero hablar de eso —reí. La otra opción era empezar a sentir lástima por mí misma y no era un camino por el que quisiera ir.
Escuché el flujo de agua cortarse y supe que había terminado de limpiar, lo cual no me gustaba porque significaba que toda su atención estaría fija en mí. Exhalé bajito, resignada.
—Bien, entonces cuéntame algo —pidió. Alcanzó un trapo para secar sus manos y se dio la vuelta para verme. Estaba ahí de pie recargada en el borde del lavabo, me miraba con empatía y yo tuve que desviar la mirada.
Por lo menos ya no iba a insistir con el tema Levette.[2]
Sí, incluso tenía un nombre para nuestra «pareja».
—No sé. Fui con mi mamá hace unas semanas.
Vick resopló al escuchar esto.
—¿Qué tal fue?
—Un desastre total.
—¿De nuevo con sus quejas?
—Sí, ya sabes cómo es.
Mi mamá siempre había tenido expectativas muy altas para mí por ser su única hija, y a pesar de que siempre había querido complacerla, nunca pude lograrlo. La defraudaba constantemente y era molesto siempre recibir esa mirada desilusionada. Me frustraba nunca ser lo suficientemente buena. No importaba lo que hiciera, decepcionaba a mi madre de un modo u otro. Estaba cansada de intentar ser la hija perfecta. Había intentado durante tanto tiempo ser lo que los demás querían que fuera que a esas alturas de mi vida no sabía quién era yo en realidad ni qué quería.
—No debería presionarte tanto —dijo después de unos segundos—, haces lo mejor que puedes.
Se acercó para sentarse frente a mí y estiró su mano sobre la mesa para alcanzar la mía. Nuestras miradas se encontraron, me sonrió, comprensiva. Al fin y al cabo ella también se había independizado a una edad temprana porque sus padres no habían aceptado que ella no buscara un príncipe azul, sino una princesa.
—Pero no es suficiente para ella —murmuré—. Nunca lo es.
Y había sido esa razón por la que me había ido de mi hogar con el pretexto de vivir más cerca de mi facultad. Por desgracia, el destino —o lo que fuera que hubiera interferido— logró que terminara en el mismo lugar que Levi. Recuerdo haber salido de casa con mis pertenencias en el maletero del auto y pensar que la vida iba a ser más fácil a partir de entonces.
Me equivoqué. Dios, a pesar de todo no me arrepentía. No de haberme topado con Levi. Por lo menos no siempre.
Un gemido abandonó mis labios cuando mi mente volvió a él. La puerta principal fue abierta mientras acariciaba mi frente y escuchamos unos ligeros pasos acercarse.
—Vicky, creo que deberíamos pedir… —Erica entró a la cocina y se interrumpió cuando me vio sentada frente a Vick. Una sonrisa estalló en su rostro—. ¡Luce! Hola. No sabía que ibas a venir.
Le lanzó una mirada de reproche a Vick por no haberle avisado y se acercó a saludarme con un beso en la mejilla.
—Vine de imprevisto. Espero que no te moleste.
—No, no. Me alegra verte —dijo con sinceridad. Sacó una silla y tomó asiento a mi lado—. ¿Qué ha sido de tu vida, mujer? Ya tenía mucho sin saber de ti. Sé que a veces hablas con Vicky, pero ella nunca me cuenta nada.
Sacó su labio inferior en dirección a mi amiga y ella tomó su mano para darle un apretón.
Abrí la boca para responder, pero Vick se me adelantó.
—Levi sigue siendo un idiota ciego, como siempre, y su mamá sigue sin reconocer sus esfuerzos. —Le lancé una mirada molesta por haberme robado la palabra y ella se encogió de hombros—. ¿Qué? Es la verdad.
—La misma historia de siempre —reconocí—, no ha cambiado mucho.
Erica rio nerviosa y pasó una mano por su corto cabello rubio. Ella sabía toda mi historia, desde cómo nos conocimos Vick y yo en secundaria hasta los problemas con mi mamá y mi enamoramiento por Levi.
—Bueno, algún día ambos recapacitarán —dijo poniéndose de pie y tratando de reprimir un bostezo—. Lo siento mucho, pero las dejaré ahora. Iré a darme una ducha y vuelvo para cenar, estoy hambrienta y exhausta. ¿Te quedas para pedir una pizza? —preguntó.