Narra Lily.
Me encontraba nuevamente en la misma situación en la que terminaba cada semana, en interminables peleas contra Potter. Ese chico siempre había insistido en llevarme la contraria, por lo que siempre terminábamos el día o la semana de la misma forma. Peleando.
Mientras él me lanzaba hechizos, yo sólo intentaba protegerme mientras lanzaba uno que otro encantamiento inofensivo. Tampoco quería terminar en detención o algo así, porque la mayoría de las veces, así era como terminaba todo. Con ambos limpiando baños o puliendo trofeos sin ayuda de la magia.
— ¡Expelliarmus! — exclamó él, lanzando el hechizo con una rapidez que no logró superar la mía, ya que logré esquivar el ataque.
— ¡Ya madura, Potter! ¡No todo en la vida es expelliarmus! — exclamé con fuerza, y acto seguido, lancé un ataque yo también —. ¡Baubillious!
De mi varita, salió una luz muy blanca y cegadora, con la cual, tuve que taparme los ojos para no terminar ciega como una anciana.
— ¡Maldición! — gritó Potter en cuanto vio la luz cegadora que obstruía su vista —. ¡Ya verás, Evans!
— ¡Quiero ver que intentes superar eso!
— ¡Densaugeo! — gritó firmemente, y no pude esquivar ese ataque.
En el momento en que su hechizo chocó conmigo, empecé a sentir algo muy extraño en mi boca. Era una sensación extraña y me obligaba a abrir más la boca. Porque simplemente mis dientes no dejaban de crecer, y así terminé pareciendo un maldito caballo gracias a Potter. Y además de eso, eliminando mi capacidad para pronunciar cualquier encantamiento.
Sentí que la sangre se acumulaba en mis mejillas, todos me miraban y algunos no podían evitar reírse de mi nueva apariencia. Entonces decidí tomar la última opción. Un hechizo no verbal.
En esos momentos no era la mejor en aquel acto, pero había practicado bastante y seguro que podría utilizarlo. Así que puse mi máxima concentración en hacerlo, lo que Potter había hecho no se quedaría así. Me importó una mierda que me llevaran a detención con él.
Tenía tanta rabia, que decidí utilizar una de mis opciones más letales. Y esa era el fuego púrpura.
A cada lado, levante un poco mis manos mientras Potter me miraba con cara de "¿y esta tipa que está haciendo?". Y pensé mucho en el conjuro, utilizando toda la concentración que pude.
Una vez lograda la máxima concentración, a mis pies apareció un fuego letal de color púrpura. Este se hizo cada vez más grande, y finalmente lo lancé hacia mi oponente.
El fuego alcanzó un avance de siete metros, que fue justo lo necesario para alcanzar a Potter. Quien en seguida sufrió los efectos del fuego púrpura, quedando totalmente inconsciente en el suelo.
Ese era el efecto del fuego púrpura, tenía la capacidad de dejar inconsciente a tu oponente sin quemarlo.
Pero para mi mala suerte, en ese momento llegó exactamente quien lo debía llegar a la escena del crimen. Minerva Mcgonagall estaba de pie mirando como había dejado a mi compañero Gryffrindor en el suelo, y viendo como rápidamente yo apagaba el fuego. Dejando a la vista a un James Potter inconsciente y tirado en el suelo.
Estaba en problemas.
La profesora fue de inmediato a ver a James, para asegurarse de que estuviese vivo. Mientras que todos los demás me miraban para volver a reírse. Aquella sería la última vez que Potter me humillaba en público, esa fue una promesa.
Potter estaba completamente aturdido y era difícil de levantar sin magia, así que la profesora sacó su varita y el cuerpo de James empezó a levitar en el aire siguiendo la dirección que Mcgonagall indicaba con su varita.
Finalmente, la profesora se dirigió a mí.
— Evans. — habló con la voz firme y dando a entender lo enfadada que estaba —. Venga conmigo, ahora.
De inmediato hice caso a lo que decía la profesora, y empecé a caminar atrás de ella. Mientras que el cuerpo inconsciente de James levitaba a mi lado con sus brazos colgando en el aire y con signos bastante evidentes de que había sido atacado con fuego púrpura.
La profesora no fue a su oficina como de costumbre, de hecho, caminamos al primer piso, en la torre de enfermería. Claramente necesitábamos atención médica antes de recibir nuestro castigo.
Entramos al ala de hospital, todas las camillas estaban vacías y cuando entramos no parecía haber nadie ahí. Hasta que llegó Madame Pomfrey escandalizada viéndome los dientes y a un James casi muerto flotando en el aire.
— Dios mío, ¿Pero qué ha pasado? — preguntó la enfermera llevándose las manos a la boca en una expresión de sorpresa.
— Potter y Evans han hecho de las suyas nuevamente. — respondió la profesora en un intento de calmarse a sí misma —. Al menos esta vez son ellos los que necesitan atención y no sus compañeros inocentes como en otras ocasiones.
La verdad era que, habíamos enviado a la enfermería a más gente de lo que me gustaría admitir.
— Oh, como sea, traiga al chico. — pidió Pomfrey guiando a la profesora Mcgonagall hacia una de las camillas más cercanas.
Mcgonagall dejó a Potter acostado y casi muerto sobre dicha camilla, seguido de eso le quitó los lentes y dejó que Pomfrey hiciera su trabajo.
— Debemos dejar que el chico despierte solo, y si no lo hace tendremos que intervenir. — seguido de esto, Madame Pomfrey tomó una sábana y cubrió a James hasta el cuello. Luego, la mujer se dirigió a mí —. Tú, niña, ven aquí.
Me acerqué a la enfermera de Hogwarts, aún sintiendo como mis dientes crecían sin parar. Era bastante incómodo y dolía un poco.
Madame Pomfrey tomó su varita de entre los espacios de su túnica y apuntó a mí boca, más bien, a mis dientes de castor que no dejaban de crecer. Y noté como se preparaba para lanzar un encantamiento reductor.