Dánae
El vaivén de las llamas anaranjadas me aturde los pensamientos, pensaba que sería más fácil celebrar mi cumpleaños, pero observar las caras apenadas de los que me rodean pueden conmigo. Agacho la espalda armándome de valor, de este modo quedo a la altura de la mesa, sé que me quedan pocos instantes con ellos y quiero alargarlos lo máximo posible. «Ser libre así muera en el intento», deseo al tiempo que soplo las velas.
Trato de contener las lágrimas; pero ganan la batalla en el momento que Melania, una niña rubia de ojos azules, se abraza fuerte a mi pierna sin dejar de llorar de manera desconsolada. Se ha criado en el mismo orfanato que yo, en el mismo que trabajo desde los veinte años. La abandonaron en un contenedor cuando tenía doce meses, su cuerpo menudo estaba cubierto de sangre debido a la paliza sufrida. Lloré durante semanas. Su caso fue especial; sobre todo, para mí, me recordaba tanto a mi infancia que me esforcé porque su vida fuera feliz, anhelaba que no se sintiera igual de sola que estuve yo.
Durante meses he luchado por llevarla conmigo, pero el Estado me rechaza su adopción. El informe revela que soy demasiado joven y emocionalmente inestable. Hechos que impiden que pueda ofrecerle el hogar y los cuidados que una niña de cuatro años precisa. No saben lo equivocados que están. Soy la persona indicada para Melania, puedo brindarle el amor del que carece y que, en el orfanato, por muy bien que la cuiden, no pueden darle porque no solo está ella, hay muchos más que cuidar.
Me agacho para quedar a su altura y envuelvo su cuerpo atrayéndola junto al mío, de este modo se sentirá querida, protegida. La acuno mientras solloza contra mi pecho humedeciéndome la camisa, acaricio su melena rubia infundiéndole valor e intento calmarla.
—Mi niña, no llores —le susurro con ternura junto al oído.
Sus hipidos no cesan, aumentan. Me levanto con sus brazos rodeando mi cuello, no dejo de abrazarla mientras sus cortas piernas envuelven mi cintura.
—Carlos te está mirando —digo, sonriéndole al niño con cara de pillo que no deja de observarla. Hace meses que se declaró su novio oficial.
Sonrío al recordar el día que me dijo que cuando fuese mayor se casaría con ella y la trataría como a una princesa. Rezo cada noche porque así sea y que, con el tiempo, un hombre la trate al igual que una auténtica princesa ofreciéndole todo el amor que se merece; pero lo que más me gustaría, sería poder vivirlo a su vera.
—Melania, cariño, ¿me escuchas?
Alza sus ojos azules, están enrojecidos debido al llanto.
—No quiero que me abandones.
Se me encoge el corazón. Es lo que menos deseo, aunque no dispongo de otra alternativa.
—Mi niña, mírame —pido con suavidad—. Sabes que jamás te abandonaría, pero tengo que marcharme a otro país para trabajar. Otros niños me necesitan tanto como tú.
—Llévame contigo —pide con esa inocencia que la envuelve.
Le acaricio la mejilla para eliminar todo rastro de tristeza en el proceso.
—Sabes que es lo que más deseo; sin embargo, el Estado me lo impide.
Hace un gesto gracioso con sus pequeños labios.
—No me gusta el Estado.
—A mí tampoco —murmuro más para mí que para ella. Por fin, me regala una sonrisa mellada—. Carlos no deja de mirarte, está preocupado por ti. Sabes que no le gusta verte llorar.
Se revuelve. Comprendo que quiere que la deje en el suelo, lo hago. Aunque me acuclillo para quedar a su altura, la risa pícara que le aparece en su rostro me advierte que desea decirme un secreto.
—Es un engreído. Le está diciendo a todo el mundo que somos novios.
Un gesto de desagrado le cubre su cara redondita, contengo la risa.
—¿Y no lo sois?
Niega con la cabeza haciendo que la cola de caballo rubia se balancee de un lado a otro acariciándole las mejillas.
—No.
Miro al niño que no le quita la vista de encima.
—¿No te gusta? —niega, demasiado rotundo para su corta edad—. Pues a mí me parece un niño muy guapo —digo sin dejar de observarlo.
Carlos tiene seis años y es huérfano desde los tres. Posee unos expresivos ojos color chocolate adornados con unas pestañas espesas y largas, y su piel es tostada. Su pelo negro rizado le cubre parte del cuello.
—Diría que es el más guapo de todos —bajo el tono de voz haciéndole entender que voy a desvelarle algo que desconoce—. ¿Sabes? Diana no para de preguntarme por él y si es verdad que eres su novia; pero, oye, si no te gusta, siempre puedo decirle que no es cierto.
Arruga el entrecejo, no le agrada nada mi confesión. Escudriña con la mirada a su compañera de cuarto, de esa manera quiere averiguar si lo que digo es verdad o no. Al verla acercarse a Carlos, sale disparada y lo agarra posesivamente de la mano. El chico me guiña un ojo al comprender que acabo de ayudarle en su conquista. No puedo reprimir la risa al verlos alejarse juntos hacia el patio.
—Vamos a echarte de menos, y Melania la que más.
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Editado: 08.06.2022