Dánae
Los rayos de sol que se filtran a través del cristal me dan los buenos días. La alegría al saber que voy a visitar el orfanato me colma el corazón, dos días sin estar rodeada de niños es mucho para mí.
Me esmero en tener un aspecto presentable tras mi correspondiente ducha, elijo el pantalón negro de vestir combinado con una camisa azul claro. La ropa informal la dejaré para más adelante, una vez compruebe el protocolo del centro.
Bajo al trote las escaleras para adentrarme en la cocina. Celines me pone frente a la cara una taza de café humeante, deposita un plato en la mesa con un trozo de bizcocho. Estoy a punto de rechazarlo, pero el olor me impregna las fosas nasales. Pellizco un poco y lo llevo a la boca. Lo saboreo maravillada. Está delicioso.
—¿Quiere otro trozo?
Niego masticando lo poco que me queda en la boca.
—No, gracias. No suelo tomar nada sólido por las mañanas, aunque no he podido resistirme a su aroma, está buenísimo.
—Gracias, lo he hecho para el señor.
La miro mientras coloca los platos en la platera del armario que hay encima de su cabeza.
—¿Cuánto tiempo trabaja para Gustavo?
Sitúa la cerámica en su sitio antes de mirarme y responder:
—Cuatro años, el mismo tiempo que tiene la casa. Nos contrató a mi marido, Juan, y a mí.
Al escuchar el nombre de su esposo recuerdo que es él quien debe hacer de chófer hasta que consiga un vehículo para moverme por la ciudad a mi antojo. Celines adivina lo que estoy a punto de decir, así que se adelanta a mi pregunta muda:
—Juan ya está avisado de que debe llevarla al centro.
Me levanto del taburete asintiendo con una sonrisa de plena felicidad en el rostro.
Coloco los platos en el fregadero y antes de abrir el grifo, ella me aparta con suavidad.
—No se preocupe, para mí no es ningún problema hacerlo, estoy acostumbrada.
—Si hace mi trabajo para qué me va a mantener el señor.
Entiendo su postura. No obstante, la casa es lo suficiente grande como para tenerla entretenida todo el día.
—Solo pido limpiar lo que ensucie, no me gusta ser una carga para nadie, no me educaron así. Además, deduzco que Gustavo le dará tareas para tenerla entretenida todo el día.
No le agrada lo que pido, pero al final acepta.
Me despido de ella hasta la hora de la comida, será cuando regrese.
Juan resulta ser un hombre afable, en el corto trayecto hasta el orfanato me explica lo más importante que vemos de la cuidad: la historia que contienen las calles, las viviendas y la gente que la habita. Detiene el vehículo frente a un edificio de dos plantas de fachada blanca. Frente a él hay un pequeño jardín bien cuidado. Salgo del coche no sin despedirme del hombre.
Observo el edificio desde el jardín cobijada del sol, aunque estamos en primavera hace calor para estar bajo sus abrasadores rayos. No tiene nada que ver con la construcción de Vidas Unidas, los recuerdos y saber qué voy a encontrar en el interior consiguen que se me encharquen los ojos.
Con detenimiento cruzo la calle armándome de valor para llamar al interfono. Dos minutos después, una señora —que roza la cincuentena— me recibe con una sonrisa en la boca, se presenta y hago lo propio. Al saber que soy la nueva incorporación hace que pase al interior cerrando la puerta tras ella.
Recorremos un corto pasillo hasta llegar a un pequeño pero acogedor despacho, me explica que Ricardo —el director del centro— lo usa para las emergencias, el resto se hallan en la planta superior.
Me revela por encima el funcionamiento, dice que tampoco quiere atosigarme el primer día ofreciéndome toda la información del orfanato, que así lo hizo con la última chica que contrataron y solo ha durado un mes. Sonrío al pensar en mis años en el centro de Málaga.
Antes de marcharme recorremos juntas todas las estancias. En la planta baja, además del despacho en el que acabamos de estar; está el patio de recreo donde los niños pueden jugar al aire libre sin riesgo alguno, el amplio comedor repleto de mesas y sillas, las salas de estudios divididas en edades, el salón de recreo interior y los baños. La planta de arriba, el lado oeste, contiene tres despachos: uno exclusivo de Ricardo, otro del abogado y uno que compartiré con los que serán mis nuevos compañeros, Mia, que es a quien sustituyo, Carla y Mateo, y una habitación para uso y disfrute de los trabajadores. En el ala este, están los dormitorios y los baños de los niños que habitan el centro.
Cerca del mediodía me despido de Carina, le prometo regresar por la tarde, puesto que todos los niños están en el colegio y no puedo conocerlos. Tampoco tengo suerte de coincidir con mis compañeros. Al salir reconozco el coche de Juan que se apresura a abrirme la puerta cuando me acerco al vehículo, una vez acomodada le explico que el gesto me desagrada.
—Juan, no es necesario que me abra la puerta, tengo dos manos en perfectas condiciones.
El hombre tamborilea el volante mientras espera poder incorporarse al tráfico.
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Editado: 08.06.2022