Siempre nos quedará el divorcio

El cuerpo del pecado

Dánae

Un golpe sordo me sobresalta. Abro los ojos e intento enfocar la vista en el reloj de la mesilla. Todavía estoy aturdida por lo ocurrido en el día, montar en la motocicleta de un desconocido me ha alterado bastante, pero la petición de Gustavo ha terminado de desubicarme del todo. Me sorprende la hora, son más de las cuatro de la madrugada. Me mantengo en la cama sin hacer ningún movimiento, ni siquiera soy capaz de respirar. Agudizo el oído para averiguar si el ruido ha sido real o parte de un sueño.

Pasan los minutos y el silencio envuelve la casa, acomodo el cuerpo otra vez dispuesta a seguir durmiendo cuando vuelvo a escuchar un nuevo golpe, esta vez más estrepitoso. Salgo veloz de la cama y no tardo mucho en alcanzar la puerta. Al asomar la cabeza escucho la voz de Gustavo.

—Lleva más cuidado, vas a despertar al personal —comenta con dureza.

Una quejicosa voz femenina familiar le responde.

—¿Qué quieres que haga? La chica está demasiado atontada y no puedo con ella.

—Trae aquí, ya la llevo yo.

En cuanto escucho los pasos acercarse a las escaleras, escondo el cuerpo tras la puerta para que no me descubran, lo que menos deseo es ver a Gustavo acaramelado a sus conquistas de la noche. Oigo cómo cierra la puerta de la biblioteca y, al poco, todo vuelve a la normalidad, ya no se oye ningún ruido extraño. Decido regresar a la cama y seguir durmiendo, si es que soy capaz de hacerlo sin tener pesadillas.

El resto del fin de semana no veo a mi amigo en todo el día, tampoco a sus acompañantes, le agradezco el gesto, no estoy de humor para hablar con nadie. Decido pasar las horas en la piscina, aún no me atrevo a ir sola a la playa, los miedos pasados no se han evaporado del todo.

 

 

Nada más aparecer por el trabajo, lo primero que hago es anunciarle a Ricardo mi inminente viaje a Las Vegas. El gesto extraño que hace al decírselo me deja con otro mar de dudas, creo que no es buena idea que acompañe a Gustavo y él opina lo mismo; pero no dice nada fuera de normal, solo que lo entiende y agradece que se lo comunique.

La semana pasa sin incidentes, para ser sincera es hasta aburrida. Julio no vuelve a meterse en problemas; el resto de los niños están concentrados en los exámenes y los pequeños deciden que no desean abandonar las paredes del orfanato, así que no me queda más remedio que jugar con ellos en el patio interior.

 

 

La siguiente semana no desentona mucho de la anterior, a diferencia de que me paso los días intentando hablar con Ricardo sin éxito y no sé qué les ocurre a los chicos, pero es imposible sacarlos del centro, solo lo hacen para asistir a clase.

A mitad de semana la conversación que escucho entre Carina y Clara me deja sin aliento, una adolescente de catorce años lleva desaparecida semana y media, la última vez que la vieron fue el mismo que el desconocido me acercó a casa. Me extraña no haberme enterado antes del suceso, al preguntarles si es la primera vez que ocurre, la única respuesta que obtengo son llantos por parte de las dos y silencio, un silencio que no alcanzo a comprender.

Viernes a última hora consigo hablar con Ricardo, esta semana tiene más reuniones escolares que en toda su vida. La alegría con la que entro a su despacho se esfuma al comunicarme que no podré disponer de la habitación que se iba a quedar libre. Que lo único que puede hacer es adaptar el viejo cuarto de limpieza para convertirlo en mi dormitorio, pero le llevará un mes finalizarlo.

Cabizbaja recorro el pasillo hasta alcanzar las escaleras que me trasladarán a la planta baja, en mitad del trayecto me cruzo con Mateo. Al verme tan triste se interesa por mi estado, le comento por encima lo que me sucede.

—Necesito encontrar un trabajo y a ser posible solo de mañanas para poder estar por las tardes con los niños. Aunque cada entrevista que hago o les desagrada que sea española o necesitan a alguien todo el día.

Se rasca la frente, pensativo. Transcurre un siglo antes de que vuelva a emitir palabra.

—Conozco a alguien que precisa de una chica un par de horas por la mañana. —Amplio la sonrisa—. No te emociones todavía, sería para trabajar en un bar. No paga una fortuna, pero sí lo suficiente para que te permita independizarte si compartes vivienda.

No es que me agrade la idea de trabajar en un bar, de hecho, si puedo evitarlo lo haré.

—Deja que lo piense, te digo algo la semana que viene, me faltan un par de entrevistas por realizar. —Acepta—. Mateo, ¿se sabe algo de la chica desaparecida?

Agacha la cabeza y evita mirarme a los ojos. Sigo sin comprender esa actitud protectora que todos tienen conmigo, si se supone que solo el abogado del centro y Ricardo saben mi verdadera historia. Empiezo a dudar de que sea así.

—No. Aún no la han encontrado.

—¿Ha ocurrido más veces? —Me mira sin entender, se lo explico—: ¿Han desaparecido más chicas o este es el único caso?

Piensa la respuesta antes de ofrecerla.

—Este es el quinto caso, pero creemos que habrá muchos más. Por eso, los adolescentes no quieren salir del orfanato.




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