Siempre nos quedará el divorcio

Evitar lo invevitable

Jayce

Vuelvo a reunirme con La Muerte el sábado por la noche, aprovecho que mis hermanos están de cena en La Placita, esta vez creo que será imposible que se enteren. Es pasada medianoche cuando llego a la puerta del cementerio, a estas horas el lugar está desierto y es un buen sitio para hablar con tranquilidad sin que nos escuchen o nos observen.

No veo su coche a mi llegada. Decido no bajarme de la moto, aunque mantengo el motor parado, así, si tengo que huir, será más rápido. Enciendo un cigarro para apaciguar la espera, La Muerte no es dado a puntualidad, algo que no alcanzo a comprender, no tiene nada que hacer en todo el día.

Escucho el rugido de un motor acercarse. No giro la cabeza, conozco tan bien ese sonido que no es necesario que desvíe la mirada para saber que mi exdueño llega con un cuarto de hora de retraso.

Espero a que descienda del vehículo antes de hacerlo yo; aunque, en su día, juró que no me haría daño nunca puedes fiarte de la palabra de un pandillero, lo sé porque era como él. Mi palabra no significaba nada, se evaporaba como el agua. 

Vuelve a regalarme su sonrisa de autosuficiencia, siempre la misma, ya podría practicar otra.

—Rivera, tanta reunión me da a entender que al final te unirás de nuevo a tus hermanos.

Alzo las cejas en señal de desagrado. Odio cuando habla tan convencido, si supiera que lo estoy utilizándolo, las consecuencias serían devastadoras.

—No te ilusiones, ya te dejé claro que no era mi intención regresar.

—Entonces, ¿de qué quieres hablar hoy?

Lo miro con recelo. La última información me desagrada, si es verdad lo que mi informante me ha dicho, las cosas se complicarán en el Viejo San Juan.

—Ha llegado a mis oídos que estás negociando con Sousa por el terreno.

Sonríe de nuevo, en esta ocasión es una sonrisa nerviosa. Aunque la esconde al segundo, no me pasa inadvertida. La conozco igual de bien que la otra, significa que tengo razón, aunque intentará ocultar la verdad por todos los medios.

—Tu informador te ha mentido. Jamás haría negocios con el enemigo.

Lo miro de reojo, piensa que soy el mismo joven sin cabeza que manejaba a su antojo hace años.

—No, no me ha mentido.

—¿Por qué estás tan seguro? —pregunta a la defensiva.

—La Muerte, nos conocemos bien y tu postura te delata. —Acorto la distancia que nos separa—. Pensaba que eras más listo, de joven te tenía en alta estima, veo que me equivoqué.

Se palpa la cintura del tejano, sé que es una amenaza, hay esconde el arma. No me muevo ni un milímetro, no le tengo miedo.

—Deja de inmiscuirte en mis negocios si tu intención no es regresar a la familia; de lo contrario tendrás problemas.

—¿Tus negocios son pactar que Sousa se apodere de la libertad de los niños del orfanato? Eres igual de repugnante que él. —Lo miro asqueado, empieza a darme igual si debo luchar con las manos de nuevo en mitad de las calles, no pienso permitirles que se salgan con la suya—. Ten cuidado al pactar con el diablo, puede costarte muy caro el atrevimiento.

Regreso a la motocicleta dando por finalizada la conversación. No deseo seguir hablando con alguien que no atiende a razones y, antes o después, le costará mucho inmiscuirse en los negocios del español.

Momentos antes de arrancar la moto, La Muerte grita para hacerse oír:

—¡Quién debe tener cuidado eres tú, Rivera. Deja de meter las narices donde no te llaman!

Acelero la moto y no freno hasta no estar aparcado en casa. El resto del fin de semana lo paso encerrado en el piso, no me apetece ver a nadie, aún tengo que ver cómo conseguir el dinero que me falta y olvidarme de cierta persona.

 

 

Sin saber bien por qué, el lunes me veo conduciendo en dirección al instituto para recoger a Julio, cosa que no hago desde hace meses por petición suya. Bueno, sí que la conozco, es la excusa perfecta para ir al orfanato con la idea de volver a verla. Llevo todo el santo fin de semana pensando en ella. El sábado por la noche me descubrí que no me importaba que viviera con Sousa y me pasé la noche fantaseando con ella, cómo sería llevarla a mi terreno y que conociera al auténtico Jayce.

Aparco la motocicleta en la puerta del edificio amarillo al tiempo que suena la campana. Julio se extraña al verme, no es para menos, le prometí no dejarlo en ridículo delante de la chica que le gusta y aquí estoy, esperándolo subido en la moto.

—Te dije que no vinieras a recogerme —refunfuña mientras se coloca el casco, rojo como un tomate, y evita mirar al grupo de chicas que hay a su espalda.

—En mis tiempos, los chicos con moto ligaban mucho —digo para hacerlo sentir mejor.

—Si la moto es tuya, pero que venga un viejo a recogerte te hace parecer débil, pequeño y estúpido.

Alzo las cejas ante tal apelativo.

—¿Viejo? Solo tengo veintiocho años. —Sube las manos por encima de la cabeza para enfatizar que soy mayor—. Chaval, ya quisieras tú conservarte tan bien como yo cuando alcances mi edad.




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