Cristi condujo su coche hasta una casa increíblemente hermosa con columnas blancas y un porche majestuoso. Todo alrededor brillaba con luces, como en la víspera de Año Nuevo. Cristi tuvo que estacionar su auto fuera de la finca de casa, porque no había espacio en el estacionamiento interno.
– Maldita sea, Cristi, ¿cómo voy a ir en tacones a la entrada? – dijo Vicki con disgusto.
– Bueno, ¿qué voy a hacer? Viste por ti misma, que todos coches estaban apegados allí, como las sardinas en una lata. No seré capaz de aparcar allí.
– Era necesario prepararse más rápido y no hablar por teléfono con los padres durante media hora, – su compañera se indignó.
– No lloriquees, aquí son sólo cincuenta metros hasta la entrada y la tierra está seca.
– Sí está seca, ¿sabes cuánto cuestan mis zapatos?
– No tengo ni idea, no uso tacones de aguja, prefiero tenis, – se rio Cristi, cerrando el coche. – Y es mejor conducir sin tacones.
Fueron recibidas por el “novio” de Vicki, Tim Barton, una futura estrella del fútbol nacional, y también un estudiante universitario, a quien Cristi había visto solo dos veces en seis meses, pero no precisamente en clase, sino en compañía de Vicki. Ella se colgó en su cuello, pero él no dejaba en paz a Cristi en toda la noche, declarando abiertamente, lo que haría con ella a solas. Por lo que la chica decidió no tomar nada de alcohol.
Para Cristi no era ningún secreto que le gustaba, solo que él no le causaba ningún sentimiento, salvo disgusto. Quizás porque su amiga estaba locamente enamorada de Tim, y él simplemente la usaba para los placeres de la cama, como a muchas otras.
“Estoy aquí por una causa justa, no por la diversión”, – recordó Cristi a sí misma y encendió la grabación en la cámara de video, para mostrar y presentar a las enemigas de Misi de una forma deplorable.
Cuando sintió que le estaba pasando algo extraño, ya era demasiado tarde. Dejo su trabajo y salió en busca de agua. Apoyándose en la barra de la enorme cocina de la casa de campo de Barton, se bebió un vaso de agua helada. Pero la sed no se fue, al igual que el sofocante calor. Ni siquiera tenía dolor de garganta, como si no sintiera nada en absoluto.
"¡Ojalá hubiera dejado de escuchar el ruido!" – Pensó, dejando su vaso y tapándose los oídos con las palmas. La música fuerte golpeaba la cabeza con demasiada fuerza.
Comenzó a abanicarse la cara con las manos. Fue de poca utilidad. Lo más probable era, que uno de los invitados, de los que había al menos cincuenta, o el propio Barton le diera algo con la bebida. No tenía otras opciones por las razones del calor tan extraño que sentía. Y todo en su cabeza estaba nublado, como si se hubiera bebido una botella de vodka.
Gracias a su papá, que siempre decía, que las bebidas fuertes apagan la conciencia del peligro. Por eso en esta fiesta ella bebía solo agua mineral. Cristi, al darse cuenta de que esta conciencia podía apagarse en cualquier momento, se escondió debajo de la barra del bar, esperando que pasara el efecto.
– ¿Cristi? ¿Dónde estás mi dulce niña? – Escuchó la voz de Tim, seguida del traqueteo de los tacones de la mujer.
– Tim, – escuchó la voz de Vicki, – vamos a bailar. Tienes una casa tan genial, la fiesta tan genial y amigos tan geniales, – chilló con entusiasmo su compañera, y parece que realmente se las arregló para llevárselo.
Cristi miró con cautela fuera de su escondite, pero aun así perdió el equilibrio y cayó de rodillas. Gracias a Dios, realmente no había nadie en la cocina. Pero en cualquier momento podrían aparecer invitados en busca de suplementos de alcohol. Su cerebro estaba débil, pero aun siguió funcionando. Sus piernas estaban entumecidas por estar en cuclillas. Se tambaleó un poco, se levantó y caminó con cautela hacia la salida.
Ella entendió que, en tal estado, simplemente no podría conducir, por lo que tuvo que esconderse en la casa y esperar. "¡Sí! Lo ideal era encontrar un lugar tranquilo. Y aún sería mejor con una ducha fría", – pensó, sorprendida de que aún pudiera hacerlo con claridad.
Se dirigió a las escaleras hasta el segundo piso de la casa. Dos chicos con una rubia bajaron las escaleras, se dirigían en su dirección, Cristi levantó la mano, como dándoles la bienvenida, y sonrió descuidadamente. En tal estado, en el que se encontraba ahora, ni siquiera tuvo que fingir nada, parecer tontamente feliz y esbozar una sonrisa estúpida. Los chicos la miraron evaluativamente, pero la rubia los distrajo. Cristi trató de caminar con más suavidad y mover las caderas al mínimo, que con su mono plateado y corto se vería demasiado desafiante.
Finalmente llegó a la planta y empezó a tocar las puertas con la única esperanza de que una se abriera. La suerte le sonrió. Era un dormitorio. "Lo principal es cerrarla", – pensó la chica, viendo el mecanismo de cierre desde el interior, miró a su alrededor y, sin notar nada extraño en la habitación, decidió quedarse allí, girando la llave en la cerradura de la puerta.
Apoyando la espalda contra la puerta, Cristi exhaló, sintiendo alivio, pero no por mucho tiempo, porque comenzó a sofocarse por el calor, que esparcía literalmente bajo su piel. La parte inferior del abdomen comenzó a torcerse y ella juntó las piernas, respirando con frecuencia. No cabía duda de que alguien le había derramado algo en agua, que despertaba el deseo. Un cretino, completo Idiota. Golpeó su mano contra el marco de la puerta y miró alrededor de la habitación una vez más. Afortunadamente para ella, había dos puertas y la primera de ellas conducía al baño.
Desabrochó la cremallera en el lateral del mono, se deshizo de él y de su ropa interior con tanta rapidez, como si todos sus problemas fueran de eso, las zapatillas volaban en el mismo montón de su ropa.
No había una cabina de ducha, sino una mampara, que separaba la mitad de un enorme espacio, detrás de la cual había un desagüe y un grifo, una manguera y un cabezal de ducha obviamente de diseño.