La tarde siguiente nos volvimos a encontrar, se veía hermosa; tenía un brillo en sus ojos que ni siquiera el sol podría igualar. La juguetona brisa llevaba hasta mí el delicioso aroma de su cabellera y su sonrisa era perfecta, no sólo en su forma, sino que me incitaba a sonreír también. Tomó asiento frente a mí y sin decir una sola palabra me besó la mejilla; aún creo que la aspereza de mi rostro no era digna de la suave fragilidad de sus labios. No era capaz de mirarla a los ojos, no después de lo que había pasado el día anterior, así que me dediqué a ver sus tiernas manos; se veían tan tersas y frágiles que me provocaba besarlas. De un momento a otro y como si hubiese leído mi pensamiento, las puso sobre mi rostro, lo levantó de modo que mis ojos quedaran frente a los suyos y acariciándome suavemente las retiró; sentí que mi corazón latía con más fuerza que nunca y no pude evitar sonreír nerviosamente. Los nervios aumentaron cuando sentí su suave mano sobre la mía mientras me decía con su preciosa voz: “vamos”.
Me llevó tomado de la mano a la sombra de un gran árbol que dejaba asomar entre sus verdes hojas uno que otro racimillo de flores amarillas. Las libélulas volaban juguetonamente, las mariposas revoloteaban dejando ver los hermosos colores de sus alas, se oía el bello cantar de los pájaros y la brisa traviesa nos susurraba al oído; aquel momento era perfecto, el sólo hecho de estar con ella era más que perfecto; tanto, que si me pidiesen describirlo de otro modo diría su nombre.
Estábamos sentados el uno al lado del otro, ni ella ni yo éramos capaces de decir una sola palabra, yo simplemente me dedicaba a observarla, a mirar ésos magníficos labios, a imaginar que me besaban. Como si de nuevo leyera mi pensamiento volteó a mirarme directamente a los ojos dejándome totalmente petrificado e inundado de nervios. Reaccioné ésta vez del modo en que no me arrepentiría; cerré mis ojos y puse mis labios en disposición para besarla. Sentí la suavidad de sus manos sobre mis enrojecidas mejillas, luego sus hermosísimos labios sobre mi frente y antes de que pudiera abrir los ojos la oí decirme en un tono algo pícaro “quedamos a paces”… “A”.