Siete meses

Capítulo 6 | Un paseo entre las nubes

 

 

Salimos hacia el centro de la ciudad en una caravana de seis coches. Romina y Hans decidieron venir con nosotros, aunque les advertimos que al regreso tendrían que buscar otro coche. En cualquier momento nos separaríamos de la banda para que Fede me enseñara su Fráncfort. No tenía ni idea de a dónde me llevaría, de momento me era suficiente saber que quería sorprenderme. Lo demás daba igual.

Mi francés nos abrió la puerta de su Peugeot verde, como todo un caballero. Romina tomó el asiento detrás suyo y yo el del copiloto. Me disponía a jalar el cinturón de seguridad para abrochármelo, pero Frédéric me detuvo.

—Espera, espera, espera. —Se abalanzó sobre mí— Tiene truco, yo te ayudo.

Su cuerpo casi arriba del mío. Con una mano intentaba arreglar algo en los orígenes del cinturón a un lado de la ventana y la otra me electrificaba el hombro. Su cara justo frente a la mía, que mantenía los ojos abiertos expresando sorpresa.

Estaba tan cerca que podía oler sus pensamientos. Me sonreía sin enseñar los dientes, de una forma presuntuosa. Sentía que se me saldría el corazón de su sitio en cualquier momento.

Olía delicioso. Se me antojó cerrar los ojos para disfrutar sin distracción ese olor tan masculino entre madera y bosque. Me contuve de hacer gestos insinuantes y decidí mejor aguantar la respiración por un momento. Tardó solo unos segundos estando tan cerca de mí, pero lo sentí como días de invierno. Regresó a su lugar y arrancó el coche sin quitarme la mirada de encima. Solté la respiración de golpe. Eso sonó como un suspiro exagerado, y, tal como le pasaría a una quinceañera, la sangre me subió hasta los cachetes de nuevo, avergonzándome por dejar expuestos mis sentimientos.

Era impresionante la atmósfera amigable que había en el ambiente, me sentía tan en confianza que encendí el radio como si fuera mi coche. Sin preguntar me deslicé hacia abajo en el asiento. Con descaro, subí los pies descalzos sobre el tablero dejando que los dedos del pie —con las uñas barnizadas en rosa— se asomaran un poco por la ventana, tocando el espejo lateral para refrescarme de los bochornos que junio nos ofrecía.

—¿Puedo? —Moví los dedos de los pies de manera juguetona y dibujé una sonrisa típica de un adolescente que pide permiso después de haber hecho su travesura.

—¡Puedes hacer lo que tú quieras! Estás en tu coche.

Después de que aprobara mi actitud, seguí cambiando la radio con más confianza aún. Paré al escuchar la canción Crazy de Gnarls Barkley. Empezamos a cantarla casi al mismo tiempo, me quedé callada para escucharlo y después comenzamos a corearla en plan dueto. Parecía como si nos la estuviéramos cantando el uno al otro.

Nos alternábamos el coro como si lo hubiéramos ensayado antes y actuábamos llevándonos las manos al pecho sin borrar nuestras sonrisotas. Lo apuntaba con el dedo cada vez que la canción decía «I think you are crazy» (pienso que estás loco) y él hacía lo mismo cuando le tocaba cantar su parte.

Nuestro increíble numerito musical le pareció la mar de divertido a nuestros pasajeros, por lo que decidieron seguir nuestros pasos y en segundos nos convertimos en un cuarteto. Durante la siguiente media hora continuamos pegando alaridos de los mejores éxitos musicales (del 2006). La que nos hizo el día fue My humps, cuando Fede y Hans se comenzaron a toquetear el cuerpo como si tuvieran grandes y femeninas protuberancias, dejándonos ver la parte menos sexy y más graciosa de sus personalidades.

Llegamos al centro de la ciudad con dolor de estómago de tanto reír. Bajamos del coche y nos incorporamos con el resto del grupo dispuestos a ver las maravillas de la ciudad.

La vista de los enormes rascacielos me interrumpió la risa con un wow que salió de manera espontánea. Con solo un vistazo me quedó claro porque suelen llamarle «Ma[i]nhattan». El skyline que se concentra en el centro de su gran metrópoli tiene los rascacielos más altos de toda Europa. Eso, aunado al río Main —que atraviesa la ciudad, dando pie a puentes y paisajes típicos de postal—, hace que la comparación con Nueva York sea inevitable.

Me quedé mirando los altísimos edificios, contrastando con el azul del cielo despejado en su totalidad. Sin darme cuenta de que me quedaba sola. La gente comenzó a caminar, pero Frédéric se quedó a mi lado analizando la emoción con la que observaba mi entorno. Parecía niña chiquita dentro de una casa de muñecas.

El mundo que apareció ante mí, tenía un encanto sin igual. Miraba para todos lados envuelta en una absoluta sorpresa. Hubiera sido imposible llevar la cuenta de los wows que saltaban de mi boca con cada nuevo movimiento de cabeza. Parecía como si nunca hubiera salido de casa.

—No tienes ni idea de cómo me en-can-ta que todo te sorprenda. —Me abrazó por la cintura guiándome hacia donde nos esperaban los demás. Empecé a caminar sin dejar de mirar a mi alrededor, pero ahora junto con la nueva sonrisa que Frédéric me había plantado en la cara.

Había tanta gente que era imposible caminar con fluidez, pero nadie tenía prisa ni rumbo. Nos dejamos llevar por la corriente. El ambiente era muy fiestero por doquier.

Llegamos al casco histórico y nos encontramos con una sorpresa que nos dejó a todos boquiabiertos. En cuanto entramos a la plaza de Römerberg, lo más turístico de la ciudad, nos topamos con una multitud de gente alrededor de un espectáculo callejero.

Me hubiera podido quedar embobada viendo las casas que rodeaban la plaza con sus fachadas escalonadas o las seis casitas de colores brillantes, ridículamente pintorescas. Conservaban la arquitectura popular alemana, con sus típicas vigas de madera cubriendo su fachada y cantidad de macetas llenas de flores en las ventanas. Sin embargo, mi atención no pudo hacer otra cosa que enfocarse en los más de treinta mexicanos que vestían un traje rojo entallado. Los cubría desde los pies hasta la cabeza con un capuchón con antenas, shorts amarillos sobre el traje y en su pecho un corazón también amarillo con la letra roja CH. Nos vimos rodeados de más de treinta Chapulines Colorados (súper héroe mexicano que nos alegró la infancia por generaciones) cantando el Cielito lindo con un mariachi de fondo.



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En el texto hay: amor, viaje, desamor

Editado: 17.12.2019

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