—Siete minutos, Maya.
Asintió apresurada, se trataba de la quinta vez consecutiva que llegaba tarde, y según Anna, su compañera de trabajo, siempre se trataba de siete minutos de tardanza, un acontecimiento poco creíble. Tomó camino hacia el baño y sobre la franela que usaba, dispuso la camisa de la tienda que había olvidado llevarse el día anterior. Mientras salía, escuchó el torrente de personas que habían estado esperando a las afueras del lugar; pasaban directo hacia las mesas que no tardaron más que segundos en llenarse. Margarita había sido la primera en atender entre las meseras, ella era un rayo para las órdenes, Maya siempre solía pensar que ese local subsistía gracias a la pequeña rubia, aunque nunca se lo confesaría.
Al pasar los primeros quince minutos ya se encontraba cobrando cuentas en la caja, y sabía que una vez empezaba, no acabaría sino hasta la hora del almuerzo. Así que como ya era costumbre, para distraerse entre cortos recesos, encendió la radio y sintonizó la emisora que habituaba a escuchar todos los días. A primeras horas de la mañana siempre transmitían la sección de sucesos, mayormente acontecidos en el país, pocas veces mencionaban su estado de residencia, pero siempre estaba atenta, debido que al finalizar esa sección, dedicaban dos minutos para mencionar medicamentos necesitados en el hospital por representantes de algunos pacientes. Maya había adoptado la costumbre de anotar los mencionados medicamentos, y si estaba en sus manos, donaba lo más que podía.
Por otro lado en la emisora, había una sección qué no había sido escuchada tras varios meses, Maya juraba que podía tratarse de un año atrás. Una sección que promovió para después los medicamentos que algún representante no podía permitirse. Se trataba de los desaparecidos.
Maya notó en ese momento que no había sido la única que se había sorprendido, todos los demás clientes que se encontraban lo suficientemente cerca de la radio que reposaba en la vitrina, abrieron los ojos tanto como los de la joven, y durante varios minutos no hicieron más que silencio, escuchando palabra por palabra, conjeturando sin que la locutora acabara de dar la información.
—... Tras setenta y dos horas sin haber sido visto por sus seres cercanos, la policía ha reportado al ciudadano Carter William Booth como Desaparecido. Las unidades policiacas han iniciado su búsqueda a primeras horas de la mañana, testigos confirman haber visto al sujeto cerca del río Torbes. Alertamos que pueda tratarse de un secuestro...
Maya seguía escuchando la transmisión al tiempo que atendía la clientela que ya había llegado a establecerse en una pequeña cola. Las mañanas siempre suelen ser la concentración más incontrolable del día, algo estresante para todo el personal que solo deseaba que llegara la hora del almuerzo para poder descansar, pero para sorpresa de todos, el ambiente estaba sumido en el total silencio.
Cuando la locutora había dejado el tema de la desaparición atrás, los presentes trataron de hacerlo de igual forma, pero era imposible no querer transmitir la incertidumbre, el terror de lo que podía significar aquella noticia. Todos murmuraban entre ellos, padres tranquilizaban a sus hijos mientras otros los tomaban con fuerza de la mano.
Maya perdida en sus propios pensamientos, no reaccionó en que la locutora ya había iniciado con la lectura de los medicamentos necesitados en el hospital, ya había perdido varios farmacéuticos que para su pesar, nadie había logrado escuchar, así que sólo prosiguió a escribir el único medicamento que alcanzó a oír, y como no sabía quién sería el receptor, escribió como destinatario al hospital. Dobló la hoja y la guardó en el bolsillo de su pantalón mientras volvía a centrarse en la caja.
El día fue pasando sin prisa, cuando llegaba a ella un precipitado tiempo libre, charlaba con las meseras sobre temas relacionados a los altos costos, la inestabilidad económica, las guerras, y sólo si quedaba tiempo, charlaban sobre el amor en sus vidas; escaso para la mayoría de ellas.
Era uno de esos momentos en que las conversaciones estaban enfocadas en el entorno cotidiano, acontecimientos que los citadinos en su mayoría habían mencionado a lo largo de la jornada laboral, en específico hablaban sobre el anuncio que dejaba miles de escenarios abiertos, y no eran vistos de buena manera.
—Escuché al señor Rodríguez decirle a su esposa que podía tratarse de otro asesino.
Editado: 27.05.2018