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Buena suerte
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Rin- rin- rin- rin -rin -rin -rin
Alguien insistía al teléfono de mi casa.
—¿Bueno? —pregunté justo después de ponerme el auricular al oído.
Escuché a alguien aclarándose la voz.
— ¿Quién habla? —Insistí—. ¡Si es otra de tus bromas Tomás, te las veras conmigo!
Hubo unos segundos de silencio.
Tu-tu-tu-tu-tu
Colgaron.
Me dirigía a nuestro recamara. Ese sábado Guian y yo habíamos decidido no salir a ningún lado, ni siquiera al festival de septiembre, no me llamaba la atención la lluvia de estrellas y a decir verdad las veces que asistí de pequeña era porque no tenía opción. Haríamos otra cosa, quizá una fogata por la noche, inventarnos alguna receta con las pocas provisiones que teníamos o, ir de casería por el bosque. Al final Guian tuvo una idea grandiosa, dijo que deberíamos aprovechar el tiempo y entrenar algunos golpes, movimientos y llaves que aún eran difíciles para nosotros y que no lográbamos al primer intento. Dejé los problemas fluir un rato, mi madre permanecía dormida, su semblante era tan fresco que me despreocupé del tema de los dolores que le agobiaban. Dejé en la mesita de alado de su cama un frasco con un coctel de medicamentos, ajusté su despertador para que sonara a las nueve treinta, y salí sigilosamente de su habitación.
Definitivamente entrenar me ponía de buenas. Hicimos todos los movimientos que habíamos aprendido, golpeamos, pateamos, rodamos por el piso y saltamos. Estuve a punto de ganarle a Guian con un rodillazo en el estómago. Pero al final me arrepentí y lo deje ganar a propósito, por su puesto él se creía el ganador y el campeón del mundo; pero mi recompensa era verlo sonreír. En el almuerzo comimos iguana asada, aderezada con sal y pimienta, había sido una suerte que Guian cayera encima de ella y le aplastara la cabeza, de lo contrario estaríamos almorzando agua y pan como todos los días.
En el transcurso de la mañana entre el ruido de los golpes y nuestros chillidos bramidos y gritos, algunas veces se lograba escuchar el sonido del teléfono, había llegado a ser tan molesto que Guian había optado por desconectarlo. Así que al terminar de almorzar lo puse a funcionar nuevamente con la esperanza de que Tomás un amigo de la Gezza no siguiera molestando con sus bromas.
Rin- rin- rin- rin -rin -rin -rin
Parecía que estuvieran esperando a que lo conectara ya que el sonido de alerta llamada sonó inmediatamente en el momento en el que el la clavija quedo incrustada al toma corriente.
—Ya ha dejado de ser Gracioso Tomás, cuando te vea te voy a….
—Ho,ho,hola Hemmi.
La voz era tan dulce como temblorosa.
—¿Octubre? —pregunté aunque sabía que era él. Había olvidado del todo que había pedido mi número de teléfono un día antes—. Disculpa, lo que pasa es que algún tonto ha estado llamando toda la mañana para hacer bromas.
—Oh, lo siento ¿te tomo en mal momento? —Se escuchó apenado.
—No, no por supuesto que no, me da gusto escucharte.
—Qué bueno, yo solo llamaba para…—dijo con calma y enseguida se escuchó un corto silencio—. ¿Tienes algo que hacer esta noche?
—Planeaba ver películas con Guian.
—Menos mal que tienes con quien estar. No quise molestarte lo lamento.
—Guian es mi hermano de once años—reparé enseguida; no entendía porque, pero sentía la necesidad de explicar ese detalle. Además no sé porque había supuesto que sabía mi parentesco con el muchacho molestoso que me miraba con extrañesa.
—¡Ah, qué alegría!—dijo—Quise decir, entiendo—su voz tenía ese tono en el que uno podía percibir que estaba sonriendo.
Guian se acercó y me preguntó en un idioma de señas raras quien era el que estaba al teléfono. Le di una patada suave en la espalda para empujarlo hacia la marcha.
—Entonces, ¿solo llamabas para saludarme? —pregunté, mientras enredaba el cable ajustando sus espirales a mi dedo índice.
La voz de Octubre temblaba cuando dijo.
—En realidad quería saber si te apetecía ir conmigo al festival de Septiembre.
Sonreí con los ojos cerrado.
—¿De verdad? —tartamudee.
—Claro, Guian puede venir con nosotros. Llevaré a mi hermano también.
—Bueno, pues me encantaría.
—¿Los veo ahí?
—Te vemos ahí.
No sabía cómo describir el sabor de boca que me había dejado la llamada de Octubre. Pero al parecer el semblante me había cambiado, a juzgar por las bromas tontas que Guian había hecho después de que colgara.
Me miré al espejo y me sorprendí del peculiar brillo que tenía en la mirada, entré en un debate conmigo misma. « ¿De verdad estas así por la llamada de un tipo que apenas conoces?» me pregunté mentalmente. «No, es para tanto Hemmi Dennever» me respondí. Era solo una tonta lluvia de estrellas, y una invitación, nada más, nada del otro mundo, no tenía por qué sentir esas mariposas en el estómago o lo que fuera que estubiera sientiendo.
El resto de la tarde me la pasé haciendo y respondiendo la misma pregunta, y aguatando las burlas de Guian que no hacía más que molestarme con el tema. Después me dejó en paz cuando le advertí que si no se callaba no iba a llevarlo conmigo. Por supuesto que me obedeció, no por el hecho de ser su hermana mayor si no porque le hacía mucha ilusión mirar la lluvia de estrellas en un lugar distinto a el tejado de la casa.
A mí no me hacía ilusión el festival de luces. Cada año había una lluvia de estrellas masiva, el cielo se iluminaba con cientos de estrellas que daban la ilusión de caer a la tierra, era prácticamente un festival y la gente lo llamaba “Festival de las luces” Mucha gente tenían la tradición de ver el festival en el bosque, en una parte muy segura y prácticamente urbanizada, algunas familias se quedaban acampando, encendían fogatas y asaban malvaviscos. Creo que una que otra vez mi familia lo hizo; antes de que los padres de Dennesi murieran, pero no era del especial agrado de mi madre quedarse a la intemperie toda la noche; ella prefería que nos subiéramos al techo con un par de sillas y esperar a ver el tan genial espectáculo, lo cual para nosotros resultaba perfecto. Algunas personas aprovechaban para abrir pequeños negocios en los respectivos lugares donde la gente solía juntarse a ver el espectáculo natural. Aunque la lluvia de estrellas no sucedía el mismo día todos los años, si sucedía en el mismo mes, el día se anunciaba unos dos meses antes y la propaganda de los lugares donde se podía ver mejor el espectáculo llenaba todo el reino y Dester no era la acepción. El mejor lugar se presumía que era el bosque Gragged, estaba arriba de una de las montañas de la cordillera. Para llegar hasta ahí se necesitaba un teleférico, todos los años los boletos eran vendidos hasta agotarse muchísimo antes del día del evento. Era todo un festival, lleno de luces, globos de cantoya, fuegos artificiales, música y mucha comida de todo tipo, por supuesto no podíamos pagar algo así y era muy difícil conseguir uno de los quinientos lugares ya que se agotaban el mismo día que comenzaban a venderlos. Un día cuando tenía siete años mi padre ganó unos boletos para poder ir al bosque Gragged a mirar la lluvia de estrellas. El jefe de la cantera el señor Billy fue el encargado de darle los boletos. Papá contaba que “Bil” como él le decía, no quería soltar los boletos, y que había intentado quedárselos cuando en un descuido los dejo olvidados en una silla. Aunque los recupero no fue de utilidad, aunque los boletos eran los suficientes para nuestra familia, mamá decidió que no iriamos y nadie se opuso.
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Editado: 15.10.2019