El olor a moho y humo de cigarrillo invadían el bar. Era viernes por la noche, el lugar estaba lleno de personas que quería beberse algunos tragos después de una larga semana de trabajo. Me di la vuelta para salir de allí antes de que Kate se percatara de mi llegada, por más que lo intentara aún no me acostumbraba a estar en espacios repletos de gente.
El local no era muy bonito, la pintura se estaba cayendo de las paredes. Lo bueno era que la poca luz que lo rodeaba opacaba su fealdad, debías quedarte mirando por un largo rato para notarlo. Algunos cuadros de los Rolling Stones, Aerosmith, Guns N' Roses y Queen —sugeridos por mí— las adornaban, dando un ambiente casi perfecto. Digo "casi" porque la perfección se iba cuando Kate atendía a los humanos.
Ella amaba su negocio, lo había construido con mucho amor al lado del chico que le gustaba, no cabía duda de eso. Aunque no recibía muchos ingresos, le gustaba interactuar con los mortales, decía que ellos eran interesantes y cada día aprendía cosas nuevas.
—¡Dark! —llamó mi tía. Puse los ojos en blanco, viéndome obligada a girar sobre mis talones y caminar hacia la barra.
Antes de llegar, me solté el cabello e intenté que éste escondiera los golpes que llevaba en el rostro, sí me veía en esas condiciones me daría un sermón de tres horas, diciéndome que ya tenía veinte años y debía aprender a controlarme.
Me parecía patético tener que resolver los problemas hablando, en mi opinión, las palabras se volvían monótonas y no servían de nada, los golpes sí.
Kate y yo éramos como el agua y el aceite —todavía no entiendo cómo pudo soportarme por tantos años—, mientras ella tenía un buen carácter, sentido del humor y una sonrisa que derretía a cualquiera, yo no poseía esas cualidades. Siempre estaba de mal humor, odiaba a todos, no hacía reír ni a una hiena y tampoco recordaba la última vez que había sonreído. Según mi abuela, mi personalidad era igual a la de mi madre.
Me senté en la barra, agaché la mirada y guardé silencio.
—¡Por Dios, Darkness! —Vociferó tomándome la cara—. ¿Qué te pasó?
—No es nada —encogí los hombros—. Son sólo unos rasguños.
—¿Con quién te peleaste esta vez? —inquirió y colocó los brazos en jarra. Como si me leyera la mente, sirvió un trago y me lo entregó.
Todos los días me preguntaba cómo podía ser tan perfecta. Era esbelta, de cabello marrón y ojos avellana; en los quince años que vivimos juntas nunca la vi enojada. Y yo, bueno, yo era un engendro de patata, sin curvas, cabello negro, con pecas salpicadas en el rostro, y unos ojos violetas que tenía que esconder tras lentes de contacto.
—Con un duende —rodé los ojos—. Me había estado siguiendo desde la semana pasada, incluso desperté con un chupetón en el cuello.
—¿Y quién ganó? —preguntó mientras atendía a un cliente.
—Obviamente tu sobrina, Kate —contesté—. El muy imbécil me dio un par de golpes, tuve que utilizar mis poderes y lo amarrarlo de los pies en la rama de un árbol.
Mi tía suspiró.
—No tienes remedio, Dark —musitó, inclinándose hacia mí—. Lo único que te pido es que por favor te cuides y sepas donde usar los poderes, esta ciudad se ha vuelto a llenar de magos.
—¿Magos? —pregunté sin apartar la vista de ella—. No había escuchado de ellos en años.
—Pues ya lo sabes —queriendo evitar el tema, tomó un delantal y me lo pasó—. Deberías darme una mano.
—¿Y cómo lo sabes? —solté colocándome el delantal.
—El líder de los Geleerde suele venir aquí todos los fines de semana. Álex lo conoce, así que me ha advertido —respondió, provocando que yo frunciera el ceño.
—¿Cómo puedes confiar en ese patético humano? —bufé. No podía negar mi odio por él, era un fenómeno.
—Él no es un humano, Dark —masculló—, es un híbrido entre un humano y una darka.
—Peor aún, es un fenómeno —objeté—. Así como te ha contado sobre el líder de los Geleerde, pudo haberle dicho a él que nosotras somos brujas. Estoy segura que esa es la razón por la cual ese tipo viene todos los fines de semana —traté de calmarme—. Si mi abuela se llega a enterar de que Álex es un híbrido y que tienes un amorío con él te matará. Sin contar que le has dicho que buscamos el templo donde reposa el libro de Darkyria.
—Cállate —expresó mirando hacia la entrada. Me sorprendí, nunca me había mandado a callar—. Él está aquí —balbuceó en lengua darka.
—¿Qué? —contesté sin entender.
—El líder de los magos —susurró.