Continuacion del anterior capitulo
Una bandeja de madera se desparramó en el suelo siguiéndole el paso una joven de cabellos ostentosos. Cuando aparte el cabello que cubría mis ojos miré con más premura el desorden. Ella estaba tumbada en el suelo rodeada de aguacates, con los zapatos vueltos fuera de sus pies y con la falda corrida hacia arriba.
Por un segundo, en lo bajo, con extremo disimulo, escuché un leve lamento y después otro.
—¡Teresa!
Me arrodille a su lado justo cuando se levantaba y se sostenía sobre su mano. Aparté el cabello de sus rostro y me detuve a verla sin tanta cautela, abiertamente. Exhalé sosteniendo el brillo oscuro de sus ojos al tiempo que una sensación de agobio me calaba. No sabía si era normal transportarme con tanta ligereza, a pesar del momento, a un mundo de pesares y tristeza cada vez o en ciertos momentos en que chocaba miradas con personas sufridas.
Su voz como su rostro eran libres de rudeza o presunción, totalmente exenta del privilegio de poder elogiar sus propias aventuras debido a las estancias en las que se vio envuelta tras insuperables limites mortales. Y más allá de las barreras monótonas en las que había estado sumergida, su carácter seguía indulgente y colmado de apacibilidad y extrema obediencia. Por más servidumbre y humillación que recibiera, su rostro no variaba a gestos irritables o cansados sino que, limitándose a guardar silencio cumplía su encomienda con servilismo.
Ella era una muchachita de diecinueve años, corpulenta y de una belleza llamativamente modesta. Su piel aceitunada y oscura era similar a la tierra cuando es acabada de regar por la misma lluvia sorpresivamente en pleno verano.
—Pobre niña analfabeta—me decía que cada vez que ella rechazaba las oportunidades de poder aprender a leer. Pobre mente cautiva, si, porque ignoraba los sueños, desechaba las ideas que tejía para que se hiciera de estas, pero todo caía en vano, tan similar como querer empujar una pared de piedras con el hombro. Exhalé y recordé una cita que hacía de ejemplo a lo ella sufría y que contaba lo siguiente: "Si se ama demasiado un muro, ¿para que una puerta?" Antón John.
¡Qué ironía!
Amaba tanto su cautividad que no le importaba adherirse con violencia a las afiladas grietas de su cautividad.
—¿Gretel?
No sé por qué de pronto la vehemencia hacia territorio en mi mente cuando justo acababa de escapar de un terrateniente.
—Me está asustando, ¿le pasa algo?
Aturdida parpadeé, encontrándome con una interrogante pero titubeante ceja arqueada. Sin detenerme a responder, deprisa recolecté los aguacates y me levanté junto con el lavamanos en la cadera. Eché una fugaz mirada al pasillo y luego a ella.
—El único que adora demasiado esto, es él...—musité entregando el contenido.— Quiero que hagas esto y lo hagas tan pronto termine de hablar.
—No me asusté por favor—dijo afligida.
—La asustada soy yo, no tú.
—¿Qué le hicieron?—musito endeble.
—Ve a la cocina y deja todo lo que ibas a hacer—dije apuntando las frutas—, desaparece y enciérrate en mi habitación y si es posible esconderte en algún rincón de ahí, hazlo.
—Pero...—objeto vacilante.
—Teresa, no preguntes y obedece.
—Pero quería pedirle permiso para salir esta tarde a...
No alcance a oírla puesto que ya me hallaba caminando a prisa hacia la entrada trasera de la casa. Cuando estuve fuera, el aire fresco y el cantar mañanero me sustentó el espíritu, tanto, que me abracé al poste del corredor entregándome brevemente a sólo respirar, cerrando los ojos, tratando así de recuperar el sosiego que había perdido debido a los escrúpulos del pintor.
El zumbido de los árboles tras la agitante brisa, los aleteos y cantares de los gallos mezclados con los pajarillos en los ramajes cautivaron de a poco mi sentido nervioso, tranquilizándolo. Las campanas, los murmullos de voces a lo lejos y los maravillosos sonidos que producían los cascos de un caballo al trotar eran de los más fascinante y calmante.
Me concentré tanto en este último que sentí que el sonido era certero, poco a poco cercano. Con el tiempo los trotes fueron bastante reales y seguros, fue entonces que me deje llevar, puesto que, si la ilusión era tan cierta que mi cerebro ideaba, que mejor manera de descansar los nervios dejándome influir por los relinchos de este esplendoroso animal.
Suspiré con una indescriptible sonrisa. A pesar de lo ocurrido hasta los momentos menos especiales y sencillos podían hacer milagros sobre grandes complejos destructivos. Una afable ceremonia de holgazanería en pleno apogeo de viento mañanero sí que podía servir para olvidar y dejar ir palabras y expresiones de la mente.
Los milagros eran buenos.
En ese momento sentí como mi corazón dio un vuelco estrepitoso en mi pecho justo cuando escuché su voz.
—Señorita, Gretel.
Y todavía con más fuerza cuando abrí pasmada los ojos y lo miré, observándome, con una expresión estrechamente cavilosa. Pero para mi sorpresa , cómodamente sentado en una montura sobre el animal que antes, en mis pensamientos, había estado guardando mi quietud. Estuve a punto de corresponderle el saludo cuando de repente y para mi espanto el sonido agitado de un segundo caballo me hizo reaccionar de inmediato.
Esos trotes abusivos y presurosos extrañamente me eran conocidos. De un momento a otro mi corazón estalló en frenesí cuando una sensación escalofriantemente familiar me inundó.
¡Dios mío! Me dije absorta temiendo una terrible posibilidad sobre el pequeño y abusivo que había escapado hace meses y que, según al parecer de Mohamed, quien era el vigilante y que frecuentaba en demasía los establos, "este ya había cruzado las patas". Pero en ese momento presentía que el viejo se había equivocado y que justo después lo confirmaría.