Sol tormentoso
Un abismal estruendo me sobresalto haciendo que me alejara hacia atrás. El viento soplaba ingobernable y sobrecogido, los árboles se abalanzaban de aquí allá, los negocios a los lejos y los cercanos cerraban sus puertas y guardaban sus mercancías. Los niños habían desaparecido y algunos atascados de miedo corrían para no ser atrapados por el vendaval.
El frígido aire se coló por mi cuerpo haciendo que un escalofrió me colmara, me abrece y retrocedí aún más hasta la banca donde antes había estado sentada. No concebía una idea clara que me explicara la renuencia de querer permanecer ahí, en ese lugar apartado, justo donde había escuchado una cruel historia.
Me hacía muchas preguntas cada que lo recuerdos me cegaban, tales como: ¿Por qué donaba mi tiempo a pensar sobre volver a donde un día fui desdichada y a la vez feliz? ¿Por qué me arraigaba en ocasiones a pensar con abundancia con lo que pudo haber sido pero que lastimosamente no fue?
Mi renuencia tenia respuesta pues en un rincón de mi mente la verdad se exclamaba, esta vociferaba con lamentos exponiéndome lo que cruelmente me negaba a escuchar. Amaba y sufría esos momentos. Años atrás, cuando no superaba la partida de quien me había robado suspiros, una adolescente Gretel frecuentaba la sombra de un magno árbol, se sentaba en sus raíces y pegaba la espalda, después cuando ya sentía comodidad en esa posición solo se dejaba ir por lo que pudo haber pasado y vivido.
Con el tiempo, deje atrás esa aflicción. Confieso que no olvide lo que llore pero, si que pude superarla.
Nuevamente, ocurría lo mismo. La diferencia era que no era mi lamentación si no la de otro, lamentación que a mi voluntad había pedido compartir y sufrir y que hasta el momento la consideraba mía.
— Ay Julián — suspiré, mientras me sentaba y me cruzaba de brazos — . Si tuviera el poder de evitar y predecir, sin duda a esta hora estuviera agotada y necesitada, sirviendo a un pueblo liado de pobres diablos.
Segundos después deseché ese deseo. Porque tristemente entonces ¿Cuál sería la sorpresa de los buenos tiempos, esos que provocan al corazón a imitar un tambor? ¿Predecir una alegría indecible y arruinar el evento inesperado? No, que el bien y el mal lleguen por partes iguales, y que se sufra y se goce en sus debidos tiempos.
Suspiré decaída llevando los codos a mis rodillas y las manos al rostro. — ¿Cortejar a la celebrada, señor Julián? Está usted loco, loco por pensarlo y todavía más por no haberlo intentado...
— Gretel, ¿tan mal te ha dejado?
Levanté el rostro encontrándome con Rosa, quién yacía ligeramente inclinada sobre el barandal y cruzada de brazos.
— ¿Tan mal me encuentras?
— Si.
—Pues si Rosa—exhalé rendida — , él me ha dejado con un terrible sabor de boca.
Rosa bufo llevando los ojos al techo.
— Ellos hacen eso, es su costumbre...
— Él no tuvo opción.
— Como sea, lo ha hecho.
Aparté mechones de cabello de mi frente y me levanté. Pero nuevamente estos volvieron a estorbar contra mis ojos. El viento recio soplaba sin parar, debía volver a casa.
— Tu caballo es un loco afanoso, no ha dejado de jalar la cuerda inquieto desde que llegaste, deberías calmarlo.
— Es costumbre, él es así, además le asustan las tormentas. —dije incorporándome con intención de irme.
— ¿No pensaras irte sola? — me detuvo su voz
— No voy andando, Sol va conmigo — aclaré mencionando a mi caballo — , llegaré tan pronto me haya ido.
— ¿Y el viejo?
La miré confundida sin saber de quien hablaba.
Lanzó resoplido.
— El insolente barbón que sigue tu sombra de arriba abajo, el vigía.
— Mohamed...
— Si, ¿Dónde está? Ese hombre siempre está contigo.
— No lo sé—me encogí de hombros—, de pronto se pierda y es imposible saber de él.
— Que conveniente—se quejó sin ocultar la preocupación que sentía. — No dejaré que te marches, no con esa columna de agua a punto de caer, eres una débil.
— Si no me dejas ir, entonces sí que caerá sobre mí, no exageres — dije sin prestar atención a su intranquilidad.
Cuando entré y atravesé el pasillo de las mesas y ventanas divididas una mujer venía hacia mí. Sus facciones estaban alteradas y su manera de caminar denotaba inseguridad. Cuando estuvo lo bastante cerca pude saber de quien se trataba.
Me hice a un lado para que ella pasara. Cuando miré por encima del hombro ella desapareció en el espacio de una mesa, justo una después de la que había estado esperando a Julián.
— ¿Tenías que tardar tanto? Me he dormido en esta mesa esperándote e imaginando lo peor—discutió una voz aburrida de hombre. —¿Y bien? ¿Valió la pena desperdiciar nuestro dinero?
Un resoplido adolorido escuche y lo siguiente fue un lloro.
— Te lo advertí, Samira—reprendió el hombre — . Te dije que las brujas no son de fiar y peor esa. ¿Cuánto dinero te sacó Mirza?
— El dinero me da igual, Luis.
— ¿El dinero te da igual? ¡Oh pero que linda eres, amor — dijo amargamente maravillado. — . Querida, ¿crees que el dinero crece de los árboles, eh?
— Luis...
— ¡Me mato en la hacienda del señor Nimsi, sembrando y cosechando bajo el sol! —exclamó enojado — . Con el sudor corriéndome trepó barriles y quintales de maíz en los hombros para llevar de pueblo en pueblo, vender y traer dinero para ti, para los dos ¿y qué haces con él? ¡Se lo obsequias a viles brujas!
— No fue en vano—musitó ella.
— Siempre será en vano cuando se trate de brujas y charlatanes.
— Mirza me dijo quién es el ladrón.
— ¿Ah, sí? — cuestionó incrédulo — ¿Y bien? ¿quién es?
— Es un chico con apariencia de hombre, dotado de fuerza y violencia.
— Vaya, pero que específica — renegó — ¿No te dijo algo más o no pudiste hacer buenas preguntas? ¡Vamos, Samira! ¿Cómo era o de dónde venía? Tuvo que adivinar algo.