—Tú... y yo, Silur, jugamos un papel importante en esto —aclaró Razelión.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—Cuando fuera prudente; pero ahora creo que no debo mantenerlo en secreto.
Su mirada se tornó nostálgica y apesadumbrada.
—Tú serás la llave para traer al abismo a la tierra —continuó.
—¿Cómo...? —Silur miró a Razelión confundido. Notaba que ni él mismo podía decirlo sin parecer preocupado—. ¿Y eso cómo va a terminar para nosotros?
—Seremos reyes, Silur... la nobleza del nuevo mundo... con una eternidad de libertad para controlar a los humanos como ganado, trayéndoles una paz desconocida para ellos hasta ahora: la obediencia de la esclavitud.
—Vaya —Silur pestañeó, de incredulidad—, casi parece que creyeras de veras lo que dices.
—¿De qué hablas?
Razelión movió los ojos hacia Silur un segundo, para luego volver a ver el camino.
—Si eso fuera a acabar bien para nosotros, no estarías tan preocupado.
—No es eso lo que me preocupa ahora mismo.
—¿Entonces?
—Tú y yo debemos hacer algo antes de pensar en la profecía, nuestra victoria final... primero necesito que escuches a alguien, para que cierres un capítulo de tu vida que aún no está completo.
—Ya no sé que decir... siento que esta vez si quieres ser honesto conmigo, pero eres tan misterioso sin necesidad.
—Entonces acabemos con el misterio... ¿Estás listo para un viaje que no va a tener que ver con el deber?
—Imagino que no estamos regresando a casa.
—Eso lo decides tú...
Razelión sonrió, dejando de lado su anterior expresión intranquila.
—Bueno, Raz, supongo que debo conocer más del mundo —le devolvió la sonrisa Silur, con una palmada en el hombro—. Estoy listo.
—¡Así se habla! pero... no conocerás mucho más... es un lugar que ya viste.
—¿Volveremos a Gelir?
—Así es. Como te dije, debemos hablar con alguien... sobre tu origen.
Silur permaneció en silencio. Su mirada se perdió en el horizonte; mientras pensaba en sus padres, la profecía de la que formaba parte, y su incierto futuro.
Tras unas horas de viaje en carretera, el asfalto se convertía en camino rural, y las afueras de Arcalis empezaban a tener un paisaje desértico. El camino hacia el oeste que llevaba hacia Ulumir, por donde debían pasar para llegar a su destino en Gelir, estaba rodeado de rocas y arena, habitado por ermitaños, parias, y bandidos del desierto.
—Que mágico es este mundo —dijo Silur, elevando la voz para hacerse escuchar sobre la radio, que estaba prendida desde el inicio del viaje.
—¿Qué? —Razelión bajó el volumen del estéreo para escucharlo con claridad—. ¿De dónde ha venido eso? Si solo estamos viendo un horrible desierto, y sufriendo este estúpido calor.
—¿No te parece genial que a menos de una semana de viaje haya lugares tan diferentes? Como si la diosa nos dijera "todo este bello mundo es para ustedes, acomodense donde gusten".
—¿Elegirías vivir aquí?
—No, la verdad es que sí muero de calor —dijo dándole la razón con una mueca risueña—; pero si es muy lindo el paisaje.
—Solo te gusta porque es nuevo. Te cansarías de él en una semana y volverías a la ciudad —respondió Razelión.
—Vaya, si que estás amargado... ¿A quién veremos en Gelir?
—Es alguien que conoció a tu padre. Me contacté con él hace un tiempo y me enteré que eran amigos. Aún así, no quise decirte nada hasta estar seguro.
—Un amigo de mi padre... ¿Cuál es su nombre?
—Salbian.
—¿Cómo lo contactaste?
Razelión suspiró, incómodo con la pregunta.
—Cuando tuve que buscarte... yo sabía que él tenía información sobre el crisol.
—¿Qué? ¿Es un militar?
—Es un científico.
—Vaya, ¿Qué podrá decirme sobre mi familia?
—Eso justamente quiero saber.
—¿Te interesa?
Razelión se tomó unos segundos antes de responder.
—Yo sé que tú si querías saber de tus padres... no me cuesta nada hacerte el favor de llevarte allí a que te saques las dudas.
—Entiendo —dijo Silur, con una sonrisa incipiente—. Gracias, Raz.