Simplemente Laura

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Llegué al departamento pasadas las cuatro de la tarde, cansado, con bastante hambre y mucho sueño. El día había sido demasiado agitado hoy y lo único que se me antojaba era tomar un baño, luego una siesta y poder por fin olvidarme del mundo. Sin embargo, al recordar que recién era el principio de una jornada nocturna que pintaba para ser llena de intensidad, tanto física como emocionalmente hablando, primeramente, tuve que espantar de mí los fantasmas de la pereza y la ociosidad que me atosigaban en esos momentos.

Mi hermana Lucy y yo vivíamos en un pequeño departamento de dos habitaciones sencillas, un baño y una cocina de espacio reducido, que nuestros padres pagaban, a unas pocas cuadras de los edificios centrales de la universidad, hacia el sur. Aquello nos concedía ciertas ventajas con respecto a los demás estudiantes que conocía. Por ejemplo, ya no teníamos que levantarnos a las cinco de la madrugada como solíamos hacer cuando íbamos al colegio. Ya no teníamos que esperar para tomar el primer autobús que pasara más cerca de la casa o gastar mucho dinero en un taxi. Ahora me tocaba caminar alrededor de diez minutos para llegar tranquilamente a la universidad. Y a mi hermana, para asistir a su centro de estudios, otro tanto de lo mismo.

Rememorando, para ponerles al tanto de cómo es que vinimos a parar a esta maravillosa cuidad, les haré un pequeño resumen introductorio. En primer lugar, el motivo fundamental que nos llevó a mudarnos hasta acá fue mi ingreso a la universidad. Si bien nosotros veníamos de un pequeño pueblito llamado Monte Bello, al norte de la provincia, no contábamos con un instituto de educación superior en el cual continuar instruyéndonos. Entonces cuando me gradué en la secundaria como especialista en comercio y contabilidad, mis padres decidieron que debía proseguir con mis estudios universitarios fuera. Ellos no deseaban que nosotros corriéramos la misma suerte que los había atormentado y perseguido desde pequeños, cuando abandonaron entre lágrimas la escuela y empezaron a trabajar como animales para sobrevivir; por lo que se esforzaron mucho en brindarnos una educación de calidad. En virtud de aquello, nosotros les prometimos jamás desaprovechar la oportunidad. Y a lo largo de los años así hemos estado retribuyéndoles: siendo, efectivamente, estudiantes destacados.

En primera instancia iba a venir yo solo. Mi padre ya había conseguido por medio de uno de mis tíos un pequeño espacio en su casa ubicada en los alrededores de la ciudad, e incluso estuvo todo preparado para mi recibimiento. No obstante, se les presentó un pequeño inconveniente que los llevó a modificar sus planes iniciales. No habían tenido en cuenta que mi hermana y yo éramos muy apegados. En especial ella a mí. Aún recuerdo cuando se enteró de que me alejaría por unos pocos meses de su lado: empezó a llorar a cántaros como una niñita malcriada, sin querer separarse de mí.

Después de unos cuántos días de reflexionar minuciosamente sobre la posibilidad de enviarla conmigo a la ciudad, llegaron a la conclusión de que lo mejor sería matricularla en uno de los colegios más reconocidos de la urbe hasta que se graduara también. Pero consigo vino una única condición para que no se regresara de nuevo al campo: ella debía mostrar un buen comportamiento y yo debía cuidarla. Si se rompía alguna de estas reglas también se rompía el trato.

Desde entonces han pasado ya dos años, sin presentar tipo de inconveniente alguno.

Hemos ocultado ciertas cosas de parte y parte, es natural, pero tampoco hemos tenido que recurrir a instancias mayores (nuestros padres), afortunadamente.




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