Había soñado con él. Sí, con Tommy. Ni siquiera el fin de semana soñado que estaba viviendo había sido lo suficientemente poderoso para quitármelo de la mente. El mejor sueño que recordaba haber tenido, y lo tenía a él como personaje principal. Al menos en los sueños era mío.
-¿En qué pensás con tanta seriedad? –preguntó Baltazar extendiéndome una taza de café con leche. El día se presentaba soleado en el balneario, pero el frío no se decidía aún a abandonarnos. Y no lo haría por muchos meses.
-En nada –mentí –miraba el mar.
Baltazar y su familia, habían construido una fabulosa mansión sobre unas enormes dunas llenas de árboles, con una excelente vista al mar. Era una casa de fábula. Y aunque lo había intentado, me había sentido súper descolocada al llegar. Mi casa era un rancho de paja en comparación con aquella casa, que según Baltazar, en los últimos tres años era el único que la utilizaba en verano. No quería imaginar en el lujo de casa que viviría a diario.
-Es liberador –dijo sentándose a mi lado.
-Es cierto –dije. Y para mis adentros rogué poder liberar todo lo que me ocurría con Tommy a esa inmensidad azul repleta de corrientes insospechadas.
Me froté los ojos. No podía creer y eso me daba muchísima rabia, que ni alejándome y tratando de pasar página podía olvidarme de él. Baltazar estaba allí, y yo en donde sea que Tommy estuviese. Y eso no era de ningún modo justo. Asique me odié, porque de todo, eso era lo más fácil del mundo.
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