Arriba de la escalera dos inmensas puertas de madera se erguían al frente mío. Alce la cabeza para admirar el árbol incrustado en la madera, cada rama y hojas estaban talladas con una precisión que me cortó el aliento. Era como si ese árbol fuese un ser vivo; con mi mano roce cada detalle hasta tocar unos pétalos de una flor cuando de pronto, juré que vi una hoja desprenderse de su rama y caer balaceándose hasta las raíces cercanas al tronco. Nerviosa e impresionada, coloqué la palma de mi mano sobre el tronco. La textura parecía ser de la misma madera de un bosque, áspero y rugoso con irregularidades imposibles de tallar. Estuve a punto de cerrar los ojos cuando las puertas se abrieron solas. La claridad de los adentros de deslumbró, las columnas de madera pulida en inmensos arcos sostenían cada columna de la sala en un mar de libros de todo tipo, toda textura en una multitud de colores que nada con mirarlos me senté en el primer escalón de la entrada. La cantidad incalculable de libros guardados estaban en estricto orden. En mi mente imaginé a cada uno de ellos, cada historia, cada contenido, cada conocimiento y sabiduría. Mis ojos ávidos de descubrir cada cobertura pasaron por todos los estantes hasta dar con los de arriba. Y frunciendo el ceño me pregunté cómo podría subir hasta allá.
El religioso silencio pareció extenderse poco a poco relajándome por completo. Amaba el ambiente de las bibliotecas, me parecía apaciguador. Despacio me levanté, y con mis zapatillas planas caminé con cuidado para no perturbar la paz de la biblioteca. Poco a poco, me sumergí dentro de ese nuevo mundo que descubría hasta que escuché unos susurros hablar. Paré de caminar, y fruncí el ceño sacudiendo mi cabeza. ¿Acaso no estaba sola? Los murmullos aumentaron de intensidad a medida que avancé. Busqué en cada rincón para encontrar algún grupo reunido leyendo a voz alta, sin embargo tuve que rendirme ante la evidencia: estaba sola. No había nadie en la sala, solamente yo y los libros. Aturdida, ordené a mi mente de enfocarse en una sola voz, pero el mareo de los susurros me desorientó. Todos los libros tenían algo que decir, algo que contar, algo que compartir pero mi cerebro no logró filtrar y contener el parloteo constante de la masa. ¡Libros que susurran, libros que hablan, eso no podía ser real! Los libros se leen y no a la inversa. Estaba por salir corriendo bajo el peso aplastante de sus palabras cuando de pronto una voz se hizo más clara, ésta no leía su contenido como las demás, sino que me llamaba… a mí. Atraída por ella me acerque despacio, más por intuición que por orientación. De pronto no pude avanzar más, mis pies ya no me obedecían.
En ese preciso momento, y justo debajo de mis pies, una luz azul brillante comenzó a irradiar por el mismo piso de mármol. Estuve por agacharme para ver los símbolos que se desprendían del suelo pero toda iluminación se apagó enseguida. Fue en ese momento que me percate que todas las voces habían cesado por completo. Al instante la biblioteca volvió a ser como todas, silenciosas como tumbas.
—Tu madre pasaba horas aquí en ese mismo lugar. Nunca entendí por qué —dijo Blanche — era un lugar muy especial para ella.
—Sí es un lugar… muy especial—conteste nerviosa.
—Sí, eso me trae tantos recuerdos de Diana. Ella era muy joven cuando le interesó la biblioteca y antes de tu llegada yo era la única en venir aquí. Sigo tratando de entender el motivo de su presencia, las horas que ella pasaba aquí eran descomunal… y ahora tú.
Alce los hombros, no tenía nada que añadir, después de todo no sabía más que ella. ¿Y por qué mi madre no le contó nada?
—En fin no perdamos más tiempo. Te estuve buscando, necesitas alistarte para la cena. Allí te presentaremos a los otros miembros de la familia, será una de esas cenas formales.
—¿Realmente es necesario? —Inquirí.
—Sí lo es señorita, y mejor es que te acostumbres.
No supe a qué se refería pero estaba por preguntárselo cuando Blanche tomo mi brazo acompañándome de regreso a mi cuarto. Sin palabras llegamos hasta mi puerta donde ella me dejo saludándome.
Me senté sobre mi cama, la cabeza me dolía con fuerza, parecía que cada latido de mi corazón impactaba directo a mi cerebro con un doloroso eco. Mire alrededor de mi cuarto, la luz me deslumbrada hasta ver mi propia imagen reflejada dentro del espejo ahora intacto. Sobre mi cama un vestido me esperaba, maquinalmente lo toque; la tela era tan suave como el satín, y negro. Parecía ser el vestido de coctel así que no debía ser una gran recepción después de todo.
Duré dos horas para prepararme y uno de los tantos mayordomos me acompañó hasta el “Salón de Medusa”. Al oír el nombre del salón, me imaginé que el mobiliario y los manteles fuesen de blanco al igual que la alfombra al pisar mis tacones de agujas negros.
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Editado: 09.12.2018