LA BIBLIOTECA
En mi habitación, disfrutaba de mi nuevo vestuario recién comprado por mi estilista personal, mi abuela. Nunca tuve un armario tan lleno, antes yo me quedaba viendo mi ropa sin saber qué ponerme por la falta de opciones, ahora gozaba ver a todas esas gamas de colores y texturas ordenadas por cada conjunto.
Al final, sin saber realmente qué escoger opté por una licra negra y una camisa larga amarilla cuyas mangas caían libremente resaltando mi tez blanca y mi pelo rojizo. Entusiasmada por mi nuevo conjunto salí de mi cuarto, y yendo a un paso ligero y alegre hacia el comedor de mis abuelos. Apenas llegué, las puertas de maderas se abrieron a mi paso.
—Hola querida nieta, siéntate —ofreció mi abuela jalando la silla a la par suya.
—Llegas tarde —puntualizó mi abuelo.
—Estaba vistiéndome y no sabía qué ponerme —dije guiñando a mi abuela.
—¡Qué apetitosos se ven sus platos!
—Aquí está el tuyo Valentina —dijo su abuelo ordenando al mesero traérselo con un signo de la mano.
—¿Qué es eso?
—Sopa de vegetales con crotones, señorita —explicó el camarero.
—Se ve muy lleno para una entrada —pensé en voz alta.
—Es el plato fuerte, señorita —rectificó el empleado.
—Estás a dieta —explicó el Patriarca despidiendo al mesero de la mano.
—¿Dieta? ¿Por qué? —pregunté sin tocar mi sopa.
—Tu entrenador lo ha requerido, y accedí.
—¿Sin consultarme?
—No veo la necesidad, nadie quiere hacer dieta Valentina. Pero tienes que hacerlo.
—No soy una atleta y no pienso serlo, mi peso está bien.
—No, no lo está. No puedes correr, te cansas rápidamente y por cierto después del baile iras a visitar al médico por lo de tu asma.
—Es ridículo, puedo nadar horas seguidas sin tener asma, mi condición física es muy buena.
—¡Valentina…
—… lo que tu abuelo quiere decir —intervino Blanche bajo la mirada rojiza de su esposo— es que correr no es lo mismo que nadar. Si vas a ser parte de las expediciones necesitas saber defenderte y atacar; correr es vital y por lo que dijo Julien te hace falta alguna dieta y ejercicios. Ahora si quieres puedes renunciar.
Callada Nina se contentó con comer su sopa en silencio, jamás renunciaría, ella no era de los que abandonaban sin luchar. Julien no perdía nada por perder, la venganza sería dulce. Comimos en silencio, o por lo menos yo comí en silencio en signo de protesta.
No estaba en contra de la dieta en sí, al contrario, mi rebeldía era por mi profundo desagrado por no estar involucrada en las decisiones de mi vida.
—¿Desea algún postre señorita? —propuso el mesero amablemente.
—No, estoy a dieta, muchas gracias —contesté yo irónicamente con el mismo tono.
—Es por tu bien Valentina —interfirió mi abuela amablemente.
—No tengo la menor duda abuela. Si me disculpan mañana tendré un día agotador y quisiera retirarme a mis apartamentos.
Sin esperar ninguna respuesta me levanté con calma dirigiéndome hacia el último piso de mi cuarto.
—¡Qué carácter! —se rió Blanche viendo a su nieta irse.
—El de su madre querida, el de su madre —dijo su esposo sonriendo.
—Querido, a mi hija jamás la hubieras hecho comer esa sopa delante de ti. Primero muerta de hambre antes de tragarse una sola gota de esa sopa.
El Patriarca se quedó callado, pensativo. Algo le preocupaba, algo en su nieta no le agradaba. Sin embargo no lograba discernir qué. A lo mejor estaba siendo paranoico. — ¿Quieres caminar conmigo esta noche? —propuso el Patriarca.
—Acepto tu compañía —contestó Blanche de buen humor.
***
Estaba enojada, pero no lograba entender el porqué. Era algo más profundo que una simple rabieta o un simple desacuerdo con mi abuelo. Ese sentimiento era tan enraizado dentro de mí que parecía ser solamente el principio. No sabía cómo contener mi resentimiento. Sabía que mis abuelos actuaban en pro de mi bienestar y sabía que mi ira no era contra ellos.
Subí las escaleras una por una, cuando de pronto escuché unos leves susurros en los pasillos cuyas paredes de piedra propagaban en silencio el mensaje escondido hasta mi oído.
No dudé en lo más mínimo y me dirigí hacia la biblioteca, mi paso era preciso y apurado hasta que la necesidad me hizo correr hasta allá.
Cuando entré a la biblioteca la luz de la luna llena irradiaba la sala y un silencio religioso pareció adormecer los libros viejos de los estantes, ¿me equivoqué?
De pronto, en el cielo todo se volvió negro ocultando totalmente la luna, las luces de la biblioteca parpadearon y súbitamente el castillo entero se clavó en una espesa penumbra.
Un silencio pesado y frío se instaló.
Sin atreverme a moverme, escuché, atenta, el mínimo signo de alerta. Forcé mis ojos a acostumbrarse a la oscuridad. Luego encaminé hacia afuera poniendo un pie tras otro, me faltaba poco por salir. Desde aquí, logré discernir la sombra de la puerta principal, me quedaba unos cuentos pasos y estaría fuera: uno, dos, tres; de inmediato, todas las puertas del castillo se cerraron en un pestañeo y brutal movimiento, las rejas de protección se activaron mientras la alarma del castillo rugió por todas las paredes.
Del susto, brinqué y quise salir corriendo pero el mecanismo de defensa del castillo estaba activado, alterada entendí que detrás del grosor de las puertas nadie podría escucharme. Con la respiración entrecortada y las lágrimas de susto, comencé a entrar en pánico, odiaba la oscuridad.
Justo en ese momento una luz cegadora emanó detrás de mí, con temor a mirar, me volteé despacio: allí estaba, un libro, levitando en medio de la sala. Debajo de él, un pentágono irradiaba desde el mismo piso.
Hipnotizada, caminé hasta él, de putillas intenté de atrapar el grimorio, en vano. La estrella del pentágono comenzó a girar alrededor de mí, una leve picazón se hizo sentir intensificándose poco a poco hasta convertirse en un calor embriagador que invadía mi mente.
En trance, me dejé llevar y cerré los ojos entregando mi confianza ciegamente. Cuando los volví a abrir el manuscrito estaba en mis manos, de un metal tan frio como el hielo me quemaba los dedos. El metal era maravilloso, casi translúcido, como si cada arabesca fuese una vena cargada de energía que vibraba en mis manos. La tapa parecía ser el centro del manuscrito y el corazón un símbolo de una estrella de cinco puntas con unos otros desconocidos en cada punta. Y en el medio de la estrella dos luces latían formando un sol con un lado azul y el otro rojo; azul como el hielo, y rojo como el sol incandescente: los dos parecían penetrar en mi piel. El frío del agua parecía congelarme de calor: los dos me quemaban mientras una serpiente alrededor del círculo giró para morderse propia cola.
Todo mi cuerpo se tensó, congelado por el frío e hervido por el calor, una tortura deliciosa y penetrante vertiéndose en mi mente con una luz cegadora. La sensación era a la vez desagradable y embriagadora, intenté mantener mi concentración sobre la nueva fuente de energía dentro de mí, pero ella crecía sintonizándose con los latidos de mi corazón, apoderándose de él. Con todas mis fuerzas, intenté contener esa sensación tan abrumadora como inexplicable, me sentía tan bien y a la vez era una tortura haciéndome perder la cabeza. Hasta que no pude aguantar más y grité alto y fuerte para soltar esa energía extra dirigiendo sin querer mi muñeca sobre las puntas de las estrellas como para aplastarlas, pero del golpe me pinché la muñeca hacia dentro regando mi sangre sobre el símbolo.
Con mi sangre, la serpiente pareció nutrirse hambrienta.
No sabía lo que estaba haciendo, ni siquiera quería hacerlo, pero mi cuerpo ya no me pertenecía.
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Editado: 09.12.2018