El cazador cazado
Debido al ataque de los Sin-Almas, los jefes de cada familia pidieron a François una reunión de emergencia. François no podía estar más feliz que esta mañana, el castillo estaba hecho un caos, su caos.
Cuando cruzó la oficina del Patriarca, éste ni siquiera lo escuchó mandándolo fuera espetando que la reunión se haría cuando él estuviese listo.
—Como guste —había contestado él cordialmente, alejándose de su futura oficina con la sonrisa dibujada en sus labios. Riéndose bajo la sombra de los pasillos, se acordó que tenía que ver a una persona, un asunto pendiente que atender. Se encaminó hasta su habitación hasta llegar a su puerta custodiada por dos guardias armados hasta los dientes. Al verlo, los guardias se quedaron firmes dejándolo entrar.
Ella estaba como siempre, peinando su rubio cabello admirando el recuerdo de su reflejo en el espejo totalmente ajena al dolor del castillo.
—¿Coqueta en esos momentos tan dramáticos?
—Y tú visitándome —le reprochó tranquilamente trenzando su cabello.
—¿Preferirías que me fuera?
—Nunca te han importado mis opiniones —replicó alzando los hombros.
—Pero no tus deseos —objetó François sonriéndole.
Como por magia Rebeca se tensó esperando que François se aproximara. Delicadamente él la tomó en sus brazos alzando su barbilla para darle un profundo beso hasta sentirla bajo su control. Luego la soltó para estudiarla.
—¿Qué pasó ayer en la noche con Valentina? —preguntó analizándola.
—¿Con Valentina?
—No te hagas la inocente, tú sabes que me enteró de todo, y todo lo veo. ¿Por qué le tiraste tu vaso?
La respiración de Rebeca se volvió más precipitada mientras François seguía mirándola directamente a los ojos observándola, contemplando cómo su enojo ganaba terreno hasta inundar su mirada.
—Entonces, me lo vas a decir o tengo que sacártelo —dijo François impacientándose.
—Fue… un accidente —balbució Rebeca finalmente.
—¿Un accidente? —repitió sorprendido—. Un gesto sin intención alguna de arruinar el vestido de ninguna mujer, y sobre todo jamás el de Valentina.
—Por supuesto que no, no seas ridículo —apenas dijo la última palabra, Rebeca se mordió la lengua a sabiendas lo impulsiva que había sido.
—Vamos Rebeca, se honesta una vez en tu vida, y dime lo que te está pasando.
La paciencia de Rebeca se estaba acabando, lo tenía contenido desde ayer en la noche, y por más que se decía que François la amaba no podía seguir siendo una estúpida.
—¡La estabas seduciendo François! —lo acusó finalmente.
—¿Y?
— ¡Y! ¡Es todo lo que tienes que decirme!, ¡y! ¿Cómo te atreves? Pensé…
—¿Pensaste qué?, que somos una pareja. ¿Cuándo te lo he pedido? ¿Cuándo te lo he mencionado? ¿Cuándo te lo hice creer? —la voz de François se elevaba con cada pregunta hasta terminar apretándole la muñeca hiriéndola.
—François me estás…
—… lastimando querida, eso espero, para que saques esas estupideces de tu mente. Tú y yo no somos pareja, ya te lo he dicho: tú sirves para la comida y el sexo. ¿No te lo he ya dicho?
Rebeca reprimió unas lágrimas apretando sus mandíbulas y sus ojos, intentando calmar su corazón destrozado, mientras François le probaba una vez más que tenía razón, ella servía nada más para el sexo. Bruscamente él la volvió a tomar, mientras Rebeca gemía de deseo y lloraba al mismo tiempo desesperanzada, prisionera de sus propios sentimientos. Sentimientos que François nunca tendría por ella.
—No, llores. Tú sabes que lo nuestro es un asunto de comodidad, ¿cierto?
Inspirando profundamente Rebeca alcanzó controlarse y fríamente afirmó dignamente acomodando su ropa. Luego se sentó, aparentando una calma interna que no poseía y volvió a trenzar su cabello. Estaba por terminar cuando repentinamente François tomó su trenza y lentamente quitó todo lo que había hecho.
—Me gusta cuando tienes el cabello suelto.
—Pero no importa, ¿verdad? Una simple comodidad —repitió sarcásticamente volviéndoselo a trenzar.
François paró y acomodó sus manos sobre los hombros desnudos de Rebeca mirando el espejo vacío. Las luces del espejo solamente reflejaron ambas miradas vidriosas del mismo tono que el cristal dándoles un cierto aire demoniaco. François bajo la barbilla hasta tocarle el hombro derecho apartando su trenza y besándole suavemente le dijo:
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Editado: 09.12.2018