Tensos en el asiento trasero del Jeep, William y Adam apretaban sus mandíbulas, silenciosos. Les costaron un mundo convencer a Richard de no separarlos, disuadiéndolo a él y a su equipo de seguridad, de no usar un auto para cada uno. Fue William con todo su tacto y diplomacia –de lo que fue capaz en esas circunstancias- que denegó la generosa oferta echándoles en la cara que ellos habían logrado salvar sus pellejos antes, juntos y solos, obligando a Richard a reconsiderar su decisión, sin ocultar su desagrado.
—Tenemos que encontrar la manera de separarlos —comentó Richard a su secretario, una vez en su auto—. No podremos llegar hasta William con Adam a su alrededor.
Su secretario se limitó a apuntar la orden de su jefe sin comentar absolutamente nada.
Richard se masajeó las sienes, esos jóvenes eran una piedra enorme en su zapato. Con calma, se recordó que el torneo de las justas era la ocasión perfecta para lograr su propósito: William se uniría a ellos, Adam sería eliminado; y en cuanto a Ethan y Robert encontrará una manera de ponerles una mano encima dejándolos fuera de combate.
—David, quiero el estatus —exigió Richard por teléfono en altavoz.
—No he logrado conseguir la muestra de sangre, pero sé que Adam la tiene. Ahora estamos siguiendo al joven sin-alma, lo atraparemos esta noche; y en cuanto al torneo de las justas, todo está listo.
—Bien, muy bien. Dijiste que el joven era un sin-alma, ¿estás seguro?
—Cien por ciento, no tengo la menor duda yo mismo lo he visto después de salir huyendo del hospital. Estamos esperando a Víktor para matarlo.
—No será necesario David, me has sacado de dudas. Por cierto, David, ¿contra quién luchará Adam?
—Con Víktor, es nuestro mejor caballero.
—Espero que tengas razón David.
—Siempre la tengo —dijo antes de colgar.
Su secretario lo miró con cuidado. Conocía a su jefe desde mucho tiempo como para saber cuándo estaba cansando, decepcionado, indiferente, y enojado. Su rostro nunca parecía divulgar absolutamente nada, peor que una tumba anónima; pero él lo conocía de memoria, y por lo visto estaba decepcionado. Por alguna razón David no le había dado la información que esperaba.
—Quiero que pongas a Adam en la primera vuelta. Él tendrá que abrir el combate.
—Bien, quitaremos el sacrificio excepcionalmente —dijo el eficaz asistente enviando un mensaje de inmediato.
—El sacrificio se mantiene. El torneo siempre ha comenzado un viernes 13, y se mantendrá de esa manera. La maldición se perpetrará, los Gaía seguirán malditos por nosotros.
—Pero estamos poniendo la seguridad del Gran Maestre en peligro, además nunca ponemos a un elegido para la apertura del torneo.
—Adam no es nuestro favorito —contestó Richard mirando por la ventana bajo la sorpresa de su secretario.
La impaciencia de Adam y William llegó a su tope cuando volvieron al apartamento… vacío. Ninguno de los dos habían conversado sobre el tema, pero ellos tenían grandes esperanzas y expectativas de volver a ver a Nina pronto. Descubrir la casa vacía, sin Ethan ni Robert, los frustró enormemente. Lo peor era no poder conversar sobre aquello, quedarse en silencio, tratando de calmar sus nervios. Totalmente tensos fueron a sus respectivas habitaciones.
Adam miró su equipo, como si las últimas horas hubiesen sido un mal sueño: aquí estaba mirando su espada nuevamente, todo parecía similar y a la vez tan diferente. Adam intentó controlarse manteniendo sus emociones bajo control. La alegría que sintió momentos antes, al saber que Ethan y Robert se fueron a buscar a Nina, se estaba desvaneciendo dejando lugar a una decepción tan profunda que el filo de su espada le pareció ser su único consuelo y refugio.
Su espada lo estaba llamando, como si fuese su única alternativa, su único cariño, su único gesto de compasión y amistad; admiró su frialdad, su poder de venganza y de enemistad como si fuesen cualidades que pudiesen ser repentinamente suyas.
Ethan y Robert no lo habían logrado.
Adam tomó su espada en su mano tocando su filo, acariciándolo. El metal era frío, impersonal y poderoso: igual que él. Enojado, contempló el resplandor de su arma; si no hubiese sido por Richard, él se estaría con Nina porque sobre su cadáver se la habrían llevado. Pero ese miserable decidió interferir con sus planes, y seguramente seguiría haciéndolo hasta acabar con él.
Adam no era ingenuo. Ser el Gran Maestre causaba envidia, celos, complots, y enemigos poderosos. Decir que Richard estaba de su lado era como hacer creer a un adulto en el conejo de pascua.
De repente, una tristeza sin fin lo invadió. Extrañaba a Nina. Quería tenerla en sus brazos, oler su piel, escuchar su voz; adivinar en sus ojos cafés rojizos sus sentimientos, esperanzas, felicidad, amistad, y amor. Seguía esperando su respuesta. Él sabía que Nina había aceptado, faltaba un anillo en la caja. Con el corazón dolido, se juró escucharla de nuevo, verla de nuevo, tocarla de nuevo. Y si debía hacer trampa para logarlo, haría trampa; si tenía que mentir, mentiría; si tenía que traicionar, traicionaría; hasta mataría de ser necesario.
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Editado: 09.12.2018