La muerte del Patriarca a pocas horas de diferencia con el fallecimiento de su difunta esposa inundo el castillo de tristeza y desolación. Todos seguían con sus quehaceres evitando pensar en el futuro del castillo y de ellos mismos. La realidad era tan cruda que nadie quiso pensar en el mañana, lo mejor era concentrarse en la pena que sus corazones sentían.
Y la verdad era que todos extrañaban a la pareja real, la autoridad del Patriarca y la dulzura de Blanche eran el final del cuento, no tan malo como lo pensaban. Las lágrimas contenidas brotaban en silencio porque nadie se atrevía a expresar su tristeza; el enemigo acechaba, en las sombras, en el mutismo pesado de la persona cuya autoridad iba a ser ley. Un nombre que hace segundos todos pronunciaban con reproches parecía ahora estar prohibida: François.
En el asiento de su oficina, François observó a Henri caerse en las gravas del jardín para levantarse nunca más. Y con un estupor escalofriante observó el bastón de cristal desaparecer de su lado sin que este nunca llegase a sus propias manos. La frustración y el enojo fue de tal magnitud que la propia Llama se exteriorizó fuera de su cuerpo como si fuera otro François.
Los dos François se miraron cara a cara, pensando en su siguiente plan. —Sabías que Henri iba a morir, ¿no es cierto? —acusó François a la Llama reflejada en su gemelo.
—Sí, a Henri no le quedaba mucho por vivir —informó el doble de François con confianza.
—Y por eso viniste a mí —siguió François decepcionado.
—Eras el segundo al mando, Henri te iba a nombrar. Era la solución lógica.
—Pero fallaste, ¿no es así? No tengo el bastón. Al final Henri no me escogió.
—No me lo esperaba, en el momento que me fui tú eras su elección.
— ¿Qué ha cambiado?
—Nina. Nina lo cambió todo.
— ¿Quieres decir que Nina es ahora la Matriarca?
—No, François —se lamentó la Llama— ¿acaso no lo entiendes? Henri escogió a Pierrino.
—Pierrino, Henri escogió a Pierrino —susurró François sentándose en su silla.
—De ser Nina lo sentiría. Ella no tiene el legado de la familia. Nadie en este castillo lo tiene.
—¿Qué hacemos? —preguntó François finalmente.
—No nos quedan muchas opciones François. Preparar el terreno, preparar tu legado.
— ¿Cómo?
—Apégate al plan y cásate con Nina. Cuando Pierrino venga para retomar su trono, tú junto con Nina lo esperarán.
—Quieres decir que Nina estará a mi lado combatiendo conmigo —resumió François atónito.
—No hay nada peor que un corazón roto, François. Nina caerá en tus brazos porque su corazón no podrá llevar la batalla contra su mente. Contra tu lógica. No lo entiendes, François. No hay heredero por el momento, y Nina es la única en poder acceder al trono ahora. Pero ella no tiene la legitimidad para ser la Matriarca porque no ha sido iniciada todavía. Pero tú, François, tú sí tienes la legitimidad pero no tienes la sangre real.
—Y Nina es de sangre real, y yo tengo la legitimidad —susurró François entendiendo finalmente.
—Exacto, y si le añades un poco de romance con tu cuerpo tan definido y tu rostro tan angelical, por más dudas que Nina tenga, ella caerá.
—Pienso que la subestimas —dijo François.
—Tú crees. Ponte en su lugar: perdió a sus abuelos, su único amor resulta ser una farsa y una amenaza. Una amenaza que mató a su querida abuela, y que casi le roba su vida.
—Y todavía no sabe que su padre es un Inmortal y uno de los primeros Sin-Almas.
—¿Crees que vendrán por ella? —preguntó François pensando en voz alta.
—Sin duda alguna, François. Sin duda alguna. Y debemos estar listos tú y yo.
—Tú y yo —repitió François.
Unos golpes en la puerta de madera rompió el hechizó entre François y su doble, fusionándose en uno. Nervioso, François se peinó y se sentó en su silla sin antes desbotonar el cuello de su camisa.
—Pase.
—François, el… Henri ha muerto —anunció Vicente.
—Lo sé, preparen todo para esta noche. Tenemos mucho que planear: dos entierros y un compromiso.
—¿Compromiso? —preguntó Vicente sin entender.
—Sí, ¿eres lento o no escuchas bien?
—Iré enseguida —asintió Vicente encaminándose a la puerta, cuando chocó contra Julien.
—¿Qué has hecho? ¡Qué le has hecho! —exigió saber Julien.
—¿A quién? —preguntó François impasible.
—A Nina, iba a verla para su entrenamiento pero Carolina me lo prohibió, diciéndome que nadie podía pasar debido a su reciente crisis. Te advertí, te dije que fueras con cuidado, pero no me escuchaste.
—No hay tiempo, Julien. Y por favor siéntate y cierra la puerta, no quiero chismes en los pasillos —François esperó que Julien cerrará la puerta y se siéntase al frente suyo—. Bien, como decía no tenemos tiempo Julien. Henri no me escogió como su heredero y no sabemos quién será el siguiente Patriarca.
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Editado: 09.12.2018