Sebastián
La alarma sonó exactamente a las siete en punto, debía llegar al trabajo a esa hora o estaba seguro de que mi superior me despediría, me quité el short que usaba para dormir y me puse la misma ropa de siempre. Un traje negro, camisa blanca y una elegante corbata. Me preparé una taza de café no tan caliente y me la tomé rápidamente.
Agarré las llaves de mi coche y me dirigí al centro de la ciudad, las calles estaban casi solas, no había tanto tráfico como comúnmente sucedía y rebobinemos un poco, es sábado, sábado en vacaciones es igual que no hay trabajo para mí.
Maldije para mis adentros y di la vuelta para regresar al departamento, aparqué en la entrada y ni esperé a cerrar el coche, lo único que quería era ir a dormir de nuevo, ni siquiera sabía porque programé el despertador tan temprano si no iba a trabajar... ¿Dónde tenía la cabeza?
A lo lejos escuché gritos del departamento de al lado, cada año era lo mismo, una familia se mudaba por las vacaciones y al parecer a ella no le parecía, con ella me refiero a su hija, jamás los he visto pero escucho cada grito, reclamo o reproche que hace ella. Sé que es su hija porque no creo que la esposa se comporte así, de lo contrario compadecia aquel hombre.
Me quité la ropa dejándome simplemente el bóxer y me tiré en la cama, agarré una almohada y trate de amortiguar el ruido con ella, no quería que nada ni nadie más arruinara mi mañana, pero los gritos no cesaban en lo absoluto, parecía una competencia. Cada vez alguien alzaba más la voz, Intenté ignorar aquello, pero simplemente era imposible, derrotado me levanté arrojando la almohada, frustrado y me dirigí a tomar un baño de agua fría.
Al salir todo seguía igual, gritos, reclamos, diferencias. No entendía cómo lograban tenerle paciencia.
Tristemente se podría decir que tenía la habilidad de identificar a los de su clase, y podría asegurar que era una joven mimada y consentida. De nueva cuenta traté de ignorarlos y decidí sentarme a ver las noticias. Pasaron aproximadamente cinco minutos y todo quedó en completo silencio. La pelea había finalizado.
Subí el volumen de la televisión, empezaba a quedarme dormido en el sillón cuando empezaron a tocar fuertemente en la puerta del departamento, me levanté sobresaltado y cansado me dirigí a abrir. En mi puerta se encontraba un hombre trajeado, con gafas de sol que sostenía un maletín.
—¿Puedo ayudarle en algo? — pregunté.
—Buenas tardes, Sebastián, vengo en representación de Richard Casablanca, me interesaría contratar sus servicios de guardaespaldas.
Estaba confundido. Y creo que él lo notó.
—Buenas tardes, realmente no sé quién sea él, y esta no es la forma correcta de contratar mis servicios, si así lo desea puede comunicarse con esta persona para hacerlo— dije estirando la mano para tomar una de las tarjetas con la información de mi agencia.
—Se las formalidades que se deben hacer, pero nos gustaría algo más discreto. El Sr. Richard es su vecino— dijo directamente.
—¿Mi vecino? ¿De al lado?
El hombre asintió.
La curiosidad saltó así que pregunté.
—¿El servicio es para él?
Negó.
—Si me permite entrar le puedo explicar a fondo.
Accedí más porque fuera aceptar aquello, porque la curiosidad me carcomía.
Entró y tomó asiento en uno de los pequeños sillones que había, le ofrecí un vaso de agua, pero declinó.
—El Sr. Richard es dueño de varias empresas internacionales, es una figura pública muy reconocida. Tiene una hija de 20 años, ella sería su trabajo.
¿20 años? Tan grande y malcriada, pensé.
—El Sr. Richard y su mujer dejarán México en un par de días, pero ella se quedará aquí, así que necesita protección.
—¿Ella es una especie de famosa también? ¿Hay alguna amenaza tras de ella?
El hombre asintió.
—Algo así, su única labor es mantenerla a salvo de cualquier cosa evite que se meta en problemas, solo el Sr. Casablanca tiene una petición.
—¿Cuál?
Ella no debe enterarse que usted trabaja para él, que usted es su guardaespaldas.
—Perdón, pero creo que eso es algo un tanto imposible. El cliente debe estar al tanto.
—Y lo estará, su cliente es Casablanca, él es el que le pagará.
Entrecerré los ojos, eso era un tanto sospechoso.
—Sebastián, lo estuve investigando por largo tiempo, su agencia considera que usted es de los mejores que tienen en el campo. Creo que para usted no hay imposibles…o es acaso que no se considera capaz de proteger a una chica de 20…con sus años de experiencia debe ser algo sencillo.
Me crucé de brazos, claro que podría, pero la cuestión es que no quería realmente, los últimos años con solo escuchar sabía que la chica era una loca.
Sacó de su maletín un cheque y lo puso en la mesa.
—El pago inicial sería eso, si acepta el trabajo el Sr. Casablanca está dispuesto a duplicarlo.
Tomé el cheque de la mesa y bufé, era una cantidad exorbitante, me pagaban como si tuviera que cuidar a la reina Isabel o a Madonna.
—Lo lamento, pero como le mencioné todo trato debe hacerse directamente con mi agencia— dije regresándole el cheque, me levanté directo a la puerta. El hombre asintió.
—Piénselo, Sebastián, es una oportunidad que podría no volver a repetirse— dijo tendiéndome su tarjeta.
—Gracias. Buen día — contesté cerrando la puerta.
Era una oportunidad única, pero no podría aceptarla, las cosas no se hacían así, teníamos un protocolo que seguir. Sería mejor que le contrataran una niñera. Si algo se me iba de las manos podría tener muchos problemas y a mi edad era algo que prefería evitar.
El día se pasó con mucha tranquilidad, después de recoger el departamento y lavar toda la ropa invité a mi prometida Andrea a cenar a un lugar llamado <<La Barca>> Estaba cerca de aquí y decían que era lo mejor de la ciudad.
Aceptó de inmediato y en cuestión de minutos me dirigí a aquel lugar.
No tardé en llegar y en cuanto entré el lugar estaba casi vacío.
Me senté en una mesa y de inmediato se acercó la mesera, pedí una cerveza para empezar, el trabajo no me permitía beber y de eso ya hacia seis meses.
Llevaba la mitad de mi bebida cuando a lo lejos vi entrando a un señor acompañado de dos mujeres rubias, una joven y la otra algo mayor. Su hija y su esposa quizá.
Cuando miré a la más joven no pude evitar reír, ya que tenía cara de asco y repulsión, como si fuere obligada a venir.
Di otro trago a mi cerveza cuando más allá de la Rubia pude ver a Andrea discutiendo con un hombre.
Me levanté y empecé a caminar hacia ellos sin prestar atención por donde iba, solo me concentré en mi prometida y en aquel extraño, fue cuando sentí una cabeza impactada en mi pecho.
Me detuve en seco, bajé la cabeza para encontrarme con unos ojos color verde claro que me miraban fijamente, la joven se enderezó sin dejar de observarme. Con cara molesta prosiguió su paso cuando se detuvo, observó mi pie con el ceño fruncido sin moverse. Dirigí la mirada a donde ella la tenía y aparté mi pie para encontrarme con un pendiente, me agaché y lo levanté.
—¿Es tuyo? — pregunté con amabilidad sonriendo.
—Si— contestó secamente.
Extendió la palma de su mano y se lo entregué, ella cerró la mano y se pasó de largo sin darme las gracias, no era muy educada que digamos.
Continúe caminando al momento que Andrea entraba dándome un beso en los labios, al extremo pude notar la mirada de aquella joven observándonos.
Nos sentamos en la mesa y ordenamos algo, mientras esperábamos que llegara la comida mi celular vibró, lo saqué y revisé el mensaje.