Rachel
Estaba sentada con mis padres en una mesa al centro, donde básicamente todo mundo nos podía ver, y claro que lo hacían, era obvio ya que destacamos del resto de los demás. Ellos se veían tan tranquilos, yo solo quería salir de esa pocilga.
A unas cuantas mesas de distancia, estaba aquel hombre besando a una despampanante morena, mi padre me miró y guío la vista donde yo la tenía.
—¿Está todo bien, cariño?—preguntó mi padre notando mi distracción.
Asentí con la cabeza, pero por alguna razón no podía dejar de observarlos.
Llegó el mesero, se presentó y nos entregó tres cartas. Lo empecé a hojear con desinterés, no había nada que no contuviera carbohidratos, ni siquiera vendían una triste ensalada. Mis padres por el contrario ordenaron unos chilaquiles suizos y el otro unas enchiladas. Yo simplemente pedí una botella de agua.
La sensación de estar rodeada de personas de un nivel socioeconómico inferior me resultaba agobiante. Siendo parte de una de las familias más ricas y refinadas, me sentía fuera de lugar en este ambiente.
Además, lo que más me extrañaba era que mi padre no tuviera a sus guardaespaldas, estar tan confiado no era habitual en él.
Minutos después llegó el mesero con los platos, tan solo el olor me provocó unas náuseas instantáneas, palidecí un poco al momento que mi madre colocaba una mano en mi brazo.
—¿Te sucede algo, Rachel?—preguntó ella notando mi incomodidad.
Consideraba que en aquel momento estaba llegando a mi límite.
—Iré al tocador, disculpen— dije levantándome de la mesa y caminando apresuradamente hacia los sanitarios.
Mi escape se vio interrumpido cuando mi vestido se enganchó en una de las sillas, y para mi mala suerte fue con la de aquel hombre que había captado mi atención previamente.
El hombre se percató del incidente y se levantó a tratar de ayudar, oso total. Yo no quería jalarlo porque sabía que se podía romper y él sin ningún reparo lo hizo, pero eso no fue lo peor pues eso ocasionó que el vestido se rompiera dejando al descubierto mi ropa interior.
Mi rostro se tornó inmediatamente rojo, mientras intentaba cubrirme, la acompañante de él no pudo evitar soltar una risa burlona, el hombre por el contrario se quitó el saco y lo dio para que me cubriera.
Regresé a la mesa de mis padres con la cara llena de vergüenza, cuando me acerqué mi madre dejó de comer, ni siquiera se habían percatado del incidente. Sabía lo que se avecinaba.
—No somos como ellos—espete señalando a las demás personas en el restaurante. —No podemos mezclarnos con gente como esta. No tenemos que actuar como una familia pobre. ¿Piensas que se nos acabará el dinero, madre? Pues quita esa idiota idea de tu cabeza. Somos multimillonarios, mi padre genera cada día millones de pesos. No vengas con tus estupideces.
Toda la atención del restaurante estaba fija en mí.
—Barbie, esa no es forma de hablarle a tu madre—dijo mi padre reprendiendome.
Quería llorar de impotencia, pero me contuve. Me odiaba por tener que decirles esas cosas, pero no podía evitar sentirme frustrada por su actitud
—Les odio, odio que teniendo todo tengan que comportarse de esa manera.
Tomé mi bolso y salí del restaurante. Tenía que haber hecho eso desde hace mucho tiempo. Marqué a Anne, una de mis mejores amigas.
—Hi. Anne.
—Hola, Barbie ¿Qué pasó?
—Estoy desesperada, acabo de discutir con ellos y…
—Barbie—me interrumpió—Cariño, lo siento. Tengo que colgar, estoy en unas islas y la recepción no es muy buena. Sorry, honey.
Colgué. Ella en unas islas y mientras yo varada en la nada.
Cuando sentí una mano en mi hombro me giré para encontrarme con el mismo hombre del restaurante.
—¿Te encuentras bien?—preguntó con genuina preocupación.
—¿Acaso ves que estoy mal?
El tipo iba a responder, pero levanté la mano callándolo, me di la vuelta y empecé a caminar cuando de pronto mi tacón se rompió. Me paré en seco y solté un suspiro, frustrada, mi desgracia parecía no tener fin. Él se acercó y me pidió mi otro zapato, no se lo di, pero se agachó y me lo quitó mientras yo lo miraba confundida. De pronto rompió el otro tacón, casi me da un infarto, esos zapatos eran unos exclusivos.
De repente la situación dio un giro inesperado cuando Impulsivamente le di una bofetada por su atrevimiento.
—¿Cómo te atreves? Vas a pagar por ello, claro que lo harás.
—Alto ahí, no pagaré nada. Tienes pinta de derrochar dinero, estoy seguro que esto no debe ser nada para ti.
Le iba a dar otra bofetada cuando me agarró la mano.
—Loca, no puedes ir golpeando a la gente sin razón.
Me di la vuelta y conté hasta diez, empecé a caminar cuando de repente pisé un charco de agua sucia, me quedé helada. En ese momento vi como una persona se iba acercando con cámaras. Él sabía quién era, y no podía permitir que los medios me vieran en ese estado, tenía una reputación que cuidar.