Sin edad para el amor

Capítulo Siete

RACHEL 

No sé cuanto tiempo paso, pero me quedé completamente sola. Después de que Sebastián saliera de la habitación con su excuñado, con el celular sin batería no sabía que estaba sucediendo en el mundo exterior.

Observé un poco la habitación. Las paredes estaban decoradas con unos cuadros antiguos que desentonaba por completo, me levanté de nuevo para asomarme por la ventana, justo a tiempo para ver cómo se estacionaba una Suburban negra. De la camioneta bajaba mi madre, con su porte elegante y su vestido perfectamente ajustado, se encontraba acompañada de Ángel, su guardaespaldas, un hombre alto y algo robusto que siempre estaba alerta.

Regresé a la cama y esperé a que mi madre entrara por la puerta. Al hacerlo, lo primero que salió de mi boca fue:

—Quiero que te deshagas del gato de Sebastián y del reportero.

Mi madre sonrió, mostrando una mezcla de exasperación.  

—Barbie, no es momento de pedir, es momento de que escuches. Por lo que tengo entendido, Sebastián no hizo nada…

—¿Nada? Mamá ese gato me besó en contra de mi voluntad…

—¿Qué?—preguntó mi mamá confundida.

—¿Que no ves la foto?—pregunté, tratando de agarrar su teléfono. 

—Lo que veía en esa foto es a mi hija colgada de un hombre años mayor que ella besándolo, y a él tratando de retirarla de la cintura. —dijo mientras se sentaba en el sillón que había al lado. —. Dichas fotografías ya fueron eliminadas y se tomarán cargos contra la revista y el fotógrafo que trabaja en ella…

—¿Y el gato?—pregunté mientras trenzaba mi cabello.

—No hables de esa forma. El Sr. Sebastián no hizo nada malo…

—¿Por qué no me sorprende que defiendas a un desconocido y no a tu propia hija? —pregunté, cruzándome de brazos sintiendo como la frustración crecía en mi interior. 

—Será porque conozco a mi hija y sé que es amante de querer meterse en problemas esperando siempre que papi o mami vengan al rescate.

Me reí ante aquel comentario aunque a una parte de mi le molestó. 

— Ambas sabemos que sin el dinero de papá no serías nada. El único que tiene el poder aquí es el y tú bueno…eres solo una esposa trofeo. 

Esperaba otra reacción de mi madre ante mis palabras, pero en lugar de enojarse, también se rió, una risa fría. 

— Barbie, acabas de firmar tu sentencia, no sabes lo que te espera, hija mía. Si piensas que tus palabras me van a herir estas muy equivocada, al contrario de lo que piensas Richard no sería nadie sin mi y eso él lo sabe. 

Se levantó del sillón y me aventó una bolsa a la cama. Quizá me había excedido un poco en mis palabras…

—Cambiate, que es hora de irnos —dijo, sacando su celular de la bolsa y empezando a mandar mensajes.

Tomé la bolsa y me fui al baño, cambiándome con rapidez. Al salir, mi madre ya no estaba. En su lugar estaba Ángel, que me sonrió y agarró la bolsa de mano.

—Acompáñame, Barbie. 

Le esbocé una media sonrisa, era de los pocos guardaespaldas que llevaban muchos años con nosotros y me agradaba. 

Salimos del hospital y nos topamos con Fernando, amigo y abogado de la familia. Un hombre de mediana edad, alto con cabello negro y una barba bien cuidada que le daba cierto aire de sofisticidad. Estaba impecablemente vestido con un traje y destilaba un intenso aroma a perfume caro. 

—Mira cuánto has crecido, Rachel —dijo sonriendo y mirándome de arriba abajo con una mezcla de sorpresa.

—¿Qué haces aquí? —pregunté con curiosidad.

—Unos asuntos personales de tu mamá, nada que deba preocuparte.

Asentí, sin darle importancia. 

—¿Y mi padre? —pregunté esta vez, dirigiéndome a Ángel, quien sostenía la puerta con firmeza.

Antes de que Ángel pudiera responder, se acercó mi madre, sonriendo con esa mezcla de autoridad y confianza que siempre la caracterizaba.

—Tomó un vuelo de regreso a casa. Tenía cosas realmente importantes que hacer antes que estar lidiando con los problemas de una joven rebelde —dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Ese último comentario hizo que Fernando se riera, pero al ver mi expresión seria, guardó silencio rápidamente.

Me di la vuelta, dispuesta a subirme a la camioneta, pero mi madre negó con la cabeza.

—Oh, no, cielo. Tú te irás con Fernando —dijo mi madre con un tono que no admitía réplica.

—¿Qué? —pregunté confundida.

—Te quedarás con él unos días mientras acondicionan el nuevo departamento donde vivirás.

—No viviré en esa porquería —repliqué de inmediato, sintiendo la indignación hervir en mi interior.

—¿Prefieres vivir en la calle? —preguntó mi mamá con seriedad, sus ojos clavándose en los míos.

La reté con la mirada, pero me percaté de que otra camioneta se estacionó detrás. Del lado del copiloto bajaba Sebastián.

Vestía un traje negro, con una camiseta blanca y una corbata perfectamente ajustada. Traía lentes de sol, su cabello estaba bien arreglado y una barba que, en lugar de hacerlo parecer desaliñado, le daba un toque sensual y varonil.

Empezó a caminar hacia nosotros con paso decidido. Inmediatamente lo escaneé y noté que llevaba una pistolera de lado derecho y  audífono en el oído izquierdo

No. No. Tenía que ser un chiste. No.

Se paró frente a nosotros y, cuando mi madre habló, sentí que mi mundo se desmoronaba por completo.

—Barbie, conoces a Sebastián. Él es tu nuevo guardaespaldas.




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