-Tienes que tener mucho reposo Elisa. Tomar muchos líquidos y seguir por una semana más tus antibióticos. Miro a Vanesa y le aseguro por milésima vez que así lo haré.
Tal como lo prometió ha venido cada hora a darme un reporte de Caín, hasta ahora nada ha cambiado, según ella es normal por la cantidad de sedantes que le han colocado.
-Pasaré a verlo y luego iré a mi casa por ropa y mi móvil. A lo mejor mi familia está preocupada.
-Puedo llevarte. Se ofrece ella pero me niego.
-Es rápido luego vendré nuevamente. Además tu debes ir con los niños, deben estar preguntando por ustedes. Ella me mira quitándome la vía endovenosa de mi mano y por su silencio sé que tengo razón.
-Dile por lo menos a Roberto que te asigne a alguno de sus colegas.
Cuando le hice saber que iría a mi casa, ella insistió que Roberto debía saberlo así que me negué porque sé la respuesta de su esposo, quién con seguridad no me dejaría salir de aquí.
No después que entraran a mi casa y le dispararan a su mejor amigo.
-Estaré bien. Iré a casa, me ducharé, buscaré mi móvil, algo de ropa y vengo de nuevo. Promete que no le dirás nada a Roberto, además el debe estar liado con las averiguaciones.
-Promételo por favor. Digo y ella luego de suspirar asiente.
-Esta bien. Lo prometo pero tienes una horas para ir y venir.
-Gracias.
Después de estar con Caín unos minutos y al ver que Vanesa tenía razón con respecto a su avance. Me despido para ir a mi casa. Tal como Lorenzo y Roberto lo dijeron el hospital esta resguardado por cientos de funcionarios, el piso donde Caín está es el que mas hombres vestidos de negro tiene , ya bajando solo me doy cuenta que hay menos cantidad de funcionarios pero en este caso guardias nacionales, lo sé por sus uniformes de color verde militar.
Con dinero de Vanesa pago un taxi a mi casa y a los 20 minutos estoy allí, doy las gracias al conductor y me encuentro con la casa rodeada de cintas amarillas, me doy cuenta que no hay nadie por allí y entro. Vanesa me indicó que vinieron a hacer un chequeo del lugar y después los mismos funcionarios limpiaron todo. Así que yo misma arranco las cintas con la palabra NO PASE escrita y entro a mi casa.
Una vez dentro, coloco las llaves en el cuenco a un lado de la puerta y al dejarlas me doy cuenta que mis manos tiemblan, pienso que debería de ir a mi cuarto por mis cosa e irme pero mi celular está en la cocina así que sin pensarlo dos veces doy la vuelta y voy hasta allí , no sin antes darme cuenta de la escena a mis pies.
Y es que en comparación a esa noche donde mi atención solo estaba enfocada en que Caín respirara, supe de cuanta sangre perdió allí en mis brazos. Pero en esta ocasión el lugar esta limpio y sin un rastro de sangre. Sin poder borrar las imágenes de esta noche, el en mis brazos, sus palabras de despedida, su sangre. Imágenes de Eduardo hace tanto tiempo vienen a mi cabeza y comienzo a hiperventilar.
Eduardo está muerto.
Caín se debate entre la vida y la muerte...
Alguien lo quiere muerto.
Caigo de rodillas con la respiración agitada y trato de calmarme poniendo en práctica lo que mi psiquiatra me sugirió para este tipo de situaciones. Siento la madera del piso en mis manos y trato de llenar los pulmones de aire y así calmar los latidos de mi corazón.
Uno.
Dos
Tres
Cuatro.
No se cuántas respiraciones realizo, cuando siento que mi ritmo cardíaco se normaliza poco a poco.
De repente siento tanto odio por todo lo que esta ocurriendo.
¿Por qué entraron a mi casa?
¿Por qué le dispararon a Caín?
¿Esas balas iban para mí?
No encuentro respuestas para las preguntas y lloro en silencio. Me incorporo y lloro de rabia por todo esto. Solo un pensamiento me perturba desde hace algunas horas y es que mi familia haya querido asesinarlo.
Camino de un lado para otro pensando cómo actuar después de todo lo que pasó. Veo el bate de béisbol de detrás de la puerta y lo tomo. Siento el material del aluminio frío ante el tacto y enseguida me cargo todo lo que encuentro, destruyo todo a mi alrededor. Siento lágrimas quemando detrás de mi garganta y me niego a soltarlas. Mataré a cualquier hijo de puta que haya entrado a mi casa.
-¡Lo mataré! ¡Lo juro! Grito en medio de mi sala.
Arremeto contra los jarrones de vidrio lleno de algunas flores, cuadros, lámparas y todo a mi alrededor. Me detengo mientras siento mi pecho subir y bajar por el esfuerzo hecho, así que una vez en frente del lugar donde Caín yacía moribundo golpeo una y otra y otra vez, sintiendo como mi rabia poco a poco disminuye. No me detengo hasta que mis brazos duelen. Golpeó el suelo de madera hasta que caigo de rodillas con la respiración agitada y una vez allí siento lagrimas en mis mejillas. Dejo caer el bate y el ruido llena la estancia. De repente siento un fuerte olor y a esta altura se distinguir el olor a sangre y lejía.
Pero lo que estoy oliendo no es sangre.