Sin Galán, Tim

45. Vamos a descubrirlo juntos

Laura apagó el cigarro contra el borde del cenicero, con el mismo gesto despectivo con el que había apagado años atrás cualquier rastro de afecto por su hijo. Augusto revisaba los documentos en silencio, el ceño fruncido.

- “No funcionó con Harry”, dijo ella, sin rastro de pesar. “Pero no lo necesito a él. Nunca lo necesité”.

Augusto levantó la mirada.

- “Entonces, ¿cuál es el plan ahora?”, preguntó Augusto.

- “Sia”, respondió Laura con una sonrisa ladeada. “Ella me quitó lo poco que quedaba de Enrique. Jugó a la madre perfecta con mi hijo. Armó su casita feliz. Pero hice mis averiguaciones, sé dónde presionar”.

Augusto no respondió, la quedó mirando con atención.

- “Binna es su punto débil”, dijo Laura. “No me interesa la niña, no me importa lo que crea o deje de creer. Pero si puedo hacer que dude de Sia, si logro que se distancie, que la enfrente, Sia se desestabiliza. Y cuando eso pase, Enrique se va a quebrar también”.

Augusto apoyó los brazos en las rodillas.

- “¿Y piensas lograr eso con un sobre lleno de mentiras?”, preguntó Augusto.
- “Mentiras bien construidas”, corrigió Laura. “Falsas cartas de su padre, versiones adulteradas de la historia. Basta con hacerle creer que Sia manipuló su infancia. Que tú la quisiste buscar, pero ella lo impidió. ¿Te imaginas que Binna empiece a creer que su madre le robó la verdad?”, manifestó Laura.

Augusto la miró con dureza.

- “Te recuerdo que esa MENTIRA me implica a mí también”, comentó Augusto.
- “Lo sé”, dijo Laura, sin un atisbo de disculpa. “Pero tú ya cruzaste la línea hace años. Estás aquí, conmigo, por decisión propia. Y si quieres recuperar algo de tu dignidad, tendrás que jugar sucio como el resto”.

Augusto se levantó, sin entusiasmo.

- “No me interesa Binna”, aseveró Augusto, callando lo que sea que había estado experimentando.
- “A mí tampoco”, dijo Laura. “Me interesa lo que puede provocar. Quiero ver a Sia tambaleando. Quiero que Enrique tenga que sostener a una mujer rota. Que recuerde que jamás podrá borrar su pasado”.

Augusto recogió sus llaves. Antes de salir, se volvió hacia ella.

- “Estás buscando venganza, pero estás sola, Laura”, dijo Augusto.

- La venganza nunca necesita compañía”, susurró ella, con una sonrisa helada. “Solo tiempo y precisión”.

Sia estaba ordenando la biblioteca del estudio cuando vio una carpeta delgada que no reconocía. No parecía pertenecer a Enrique ni a Harry. Estaba mal cerrada, como si alguien la hubiera dejado caer a propósito entre los libros.

La tomó. Era un sobre sin remitente, sin sello. Solo su nombre: “Binna”.

El corazón le dio un vuelco.

Con las manos temblorosas, lo abrió.

Adentro, una carta mecanografiada. Fría, directa. Supuestamente escrita por “Augusto”, el padre biológico de Binna. Hablaba de cómo había querido buscarla por años, cómo Sia había bloqueado sus intentos, cómo “la verdad fue enterrada por una mujer incapaz de soportar la realidad”.

Había incluso copias de correos antiguos, todos falsos. Algunos “dirigidos” a Sia, suplicando contacto. Fechados años atrás. Todo parecía meticulosamente diseñado para sembrar una grieta.

Sia sintió un vacío en el estómago.

- “¿Qué es eso?”, preguntó Binna, entrando al estudio sin previo aviso.

Sia giró tan bruscamente que la hoja se le cayó de las manos.

- “¡Binna!”, dijo Sia.

- “¿Qué es eso?”, repitió la joven, dando un paso más.

Sia trató de tapar la carpeta con el brazo, pero ya era tarde. Binna la levantó del suelo y sacó el contenido. Su rostro cambió mientras leía. Primero confusión. Luego desconcierto. Finalmente, una chispa de enojo.

- “¿Desde cuándo tienes esto?”, preguntó en voz baja, tensa.

- Lo encontré hoy”, dijo Sia, intentando sonar serena. “No sé quién lo dejó”.

- “¿Y por qué no me lo diste? ¿Por qué lo ibas a esconder?”, inquirió Binna.

- “Porque… porque esto es una trampa, Binna. No es real. Alguien quiere dañarnos”, respondió Sia.

- “¿Quién?”, consultó Binna.

Sia vaciló.

- “Laura”, dijo al fin. “Creo que está aliada con Augusto. Quieren destruir lo que tenemos. No puedes dejar que te manipulen”, agregó.

Binna respiró hondo. Tomó la carta, la leyó de nuevo. Su mandíbula se apretó.

- “¿Y si no es todo mentira?”, consultó Binna. La parte consciente le decía que su madre no podía mentirle, pero la niña herida deseosa de un padre, muy en el fondo quería creer que él no la dejó.

Sia la miró con dolor.

- “Tú sabes quién ha estado aquí siempre. Quien te ha cuidado, guiado, amado sin condiciones. Yo no necesito demostrarte nada con papeles. Tú me conoces”, respondió Sia.

Binna apretó los labios. Su mirada no era hostil, pero sí dolida. Daba la sensación de estar caminando por un hilo invisible entre la desconfianza y el amor.

- “Quiero la verdad”, susurró Binna. “Y si tú no me la das... la voy a buscar sola”.

Salió del estudio sin mirar atrás.

Sia quedó allí, con el sobre vacío en la mano, sintiendo que la carta no solo había abierto una herida: había abierto una puerta, y no sabía qué encontrarían del otro lado.
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La casa dormía bajo una calma engañosa. Eran pasadas las dos de la madrugada y sólo se oía el leve zumbido del refrigerador. Binna bajó descalza, envuelta en una bata, con la mente revuelta. El sobre, la reacción de su madre, el nombre de su padre en aquella carta, todo le latía en el pecho como una cuenta regresiva.

Abrió la puerta de la nevera y, sin sorpresa, encontró a Harry ya sentado en la barra, con una taza de café medio frío y una mirada perdida.

- “¿No podías dormir?”, preguntó ella, cerrando la puerta con suavidad.

Harry alzó la vista y le dedicó una sonrisa breve, cansada.

- “Con la cantidad de cosas que han pasado, me sorprende que alguien sí pueda”, respondió Harry.

Binna se sentó a su lado, y por un momento no hablaron. Sólo el murmullo eléctrico de la noche los rodeaba. Ella se acomodó la bata y bajó la mirada al sobre que Harry tenía entre las manos. Él lo había recuperado del escritorio donde lo había dejado Sia, y Binna le había entregado en contenido, incapaz de manejar sola todo lo que estaba sucediendo.




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