Playlist #3 Leo Stannard ft Frances- Gravity
Ambos yacían sobre una manta, que Matías traía en su auto, en medio del campo, miraban las estrellas sin hacer ni un ruido, solo disfrutaban de la compañía del otro.
Ya era tarde, Matías no lo supo por la hora que indicaba el reloj, porque en realidad no la verificó, sino, lo supo por el frió que se sentía y la oscuridad del cielo.
El hombre se sentó en la manta, al hacerlo llamó la atención de Itala, quien lo miró preguntándole ahora qué.
—Creo que es hora de volver
Itala asintió y se puso de pie, extendió su mano derecha y sonriendo Matías la tomó.
Una vez que ambos estuvieron de pie. Itala dobló la manta y la abrazó.
Mientras caminaban por el campo, uno al lado del otro, Matías solo podía pensar en el deseo de caminar de la mano con Itala, como un signo de protección y acompañamiento, pero no la quería asustar, apenas era la primera cita, iría lento con ella.
Metieron la manta en la cajuela del auto, para después subir en él.
Itala miró por la ventana y en ese momento se vio una pequeña casa iluminada por la luna, en todo ese tiempo no la había visto, por el contrario, estuvo tan distraída con las infinitas estrellas en el cielo que no había visto a su alrededor.
La casa se veía tan acogedora, pero no pudo descifrar su color por la oscuridad por la que se encontraba envuelta.
Conforme el auto se alejaba, la casa se iba haciendo más pequeña.
Dejo de ver por la ventana y en su lugar miró al hombre que conducía, aquel que le brindaba tanta confianza, pero al mismo tiempo temor por lo que comenzaba a sentir, quizá era demasiado rápido, no, ¡era extremadamente rápido! y por eso temía tanto de sus sentimientos.
Los ojos castaños del hombre junto a su cabellera negra y su barba recién cortada hacían que el corazón de Itala latiera rápidamente, cosa patética para ella, pues claramente no lo conocía, solo se habían visto en tres ocasiones.
«Que patética eres, chica». Se dijo a sí misma «te comienza a gustar alguien a quien aún no conoces, ni siquiera sabes qué edad tiene».
—¿Me podías escribir tu dirección? —le preguntó Matías una vez que se detuvieron en un semáforo, volteando a verla y por ende haciendo que sus miradas chocaran.
Cuando sus ojos se toparon, ambos giraron sus cabezas al mismo tiempo y un sonrojo se apoderó de las mejillas de ambos.
Para poder disimular ese momento bochornoso, Itala escribió en su cuaderno su dirección y se lo entregó a Matías.
Media hora después el carro se detuvo frente a una casa de dos pisos azul grisáceo con un jardín lleno de flores y una puerta blanca. Acogedora y dulce, al igual que joven que vivía ahí.
Matías apagó el auto y se bajó para poderle abrir la puerta a Itala.
Caminaron hasta la entrada de la casa, tras abrir la puerta principal, Itala se dio vuelta para encarar a Matías.
Gracias por hoy, me divertí mucho.
Matías leyó aquello y mostró una sonrisa tan grande que le dolieron las mejillas.
—Gracias a ti por haber aceptado salir conmigo—¿Enserio se estaba comportando como un puberto? Matías se regañó y prosiguió— no te quiero asustar ni apresurar las cosas, pero, ¿te gustaría volver a salir conmigo?
Los ojos de la chica brillaron y con su cabeza dijo que sí.
—¿El miércoles puedes? —iba a decir "mañana" pero eso sí que la ahuyentaría
La chica volvió asentir, pero esta vez con una sonrisa.
—De acuerdo, entonces el miércoles ¿a la misma hora?
La sonrisa de Itala se hizo más grande. Se estaba divirtiendo por la actitud de Matías. Parecía realmente nervioso.
—Está bien, entonces... hasta el miércoles. Descansa—le dio un beso fugaz en la mejilla de la chica y casi corre hasta su auto.
Para cuando Matías arrancó el automóvil, la chica ya había desaparecido en el interior de la casa.
Mientras Itala se lavaba el rostro, no dejaba de pensar en la cita, hacía ya mucho tiempo que no salía con cualquier persona, ya se había resignado a vivir sola y jamás se esforzó en relacionarse con las personas.
No entendía el por qué Matías se interesaba en ella, pero, sin duda le agradaba la idea, aunque ella misma se regañaba, no debe confiar tan rápido.
Después de vigilar que todas las ventanas estuvieran cerradas y al mismo tiempo acomodar las cortinas negras para que la luz del sol no entrara, Itala se acostó en su cama para dormir.
Cuando Matías llegó a su departamento, les mandó un mensaje a sus amigos en un grupo que tenían.
Matías: ¡Aceptó volver a salir conmigo!
Minutos después Sam le respondió.
Sam: Pobre chica, me compadezco por ella
Matías río y dejó de ver los mensajes por lo cansado que se encontraba, en cambio se puso su pantalón de pijama y durmió como un bebé, como en todas las noches desde que conoció a Itala.