Estaba aturdida y asustada. El dolor era tan fuerte que hacía imposible que permaneciera erguida. Las palabras del médico sonaban como un eco lejano dentro de mi cabeza. Algo no iba bien con la bebé y tenían que operarme de urgencia. A pesar de mis insistencias no dejaron que mi madre me acompañase al quirófano. Estaba muerta de miedo y no quería estar sola.
Creía que algo no estaba bien conmigo y con la bebé. El presentimiento se volvía cada vez más fuerte. Comencé a llorar.
Sentía que me iba a morir y necesitaba a mi mamá conmigo. No podía respirar. Alguien dijo que estaba teniendo un ataque de pánico y que era algo normal. No había nada de normal en cómo me sentía. Tenía frío, la garganta se me cerraba cada vez más y pensaba que eso me mataría. Nos mataría tanto a mí como a mi pequeña. Aquello destruiría a mi madre quien seguramente moriría de pena. Todo estaba mal, infinitamente mal y nadie podía ayudarme. Comencé a forcejear con los médicos. Creo que quería escapar de la realidad que me asfixiaba.
Sentí un pinchazo en el brazo e instantes después comencé a desvanecerme. Me dejé caer hacia atrás. Ya no tenía fuerzas suficientes como para moverme. De hecho, no podía mover un solo músculo de mi cuerpo. Un instante después, el dolor me abandonó por completo. En ese momento me pregunté si así se sentiría morir.
La luz sobre mi cabeza era demasiado intensa y me obligaba a mantener los ojos entrecerrados. Los médicos que me rodeaban habían sufrido una metamorfosis tan paulatina que casi no lo había notado. Ahora eran más altos y estaban hechos de luz. Ya no eran humanos.
Tenía que huir, pero el cuerpo no me respondía. Sentía que iban a hacerme daño tanto a mí como a mi hija. Luché con todas mis fuerzas, pero había olvidado cómo usar las extremidades. Intenté gritar, pero mis labios permanecieron sellados.
Las criaturas sostenían lo que parecían ser instrumentos de tortura y yo sabía que planeaban utilizarlos contra mí o contra mi niña. Mi cuerpo estaba dormido, pero yo me sentía más despierta que nunca. Estaba atenta a todo lo que sucedía a mi alrededor.
No pude evitar apretar los ojos con fuerza cuando los seres deslizaron un afilado instrumento por mi vientre. En ese momento estaba preparada para lo peor. Me alivió, sin embargo, no sentir ningún dolor físico, aunque por otro lado, una tristeza profunda se sumaba a la desesperación que me invadía.
Había muchísima sangre por todos lados. Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad para evitar apartar la mirada. El ser de luz que me había abierto el vientre levantó en sus brazos a mi bebé. Estaba cubierto de sangre y lloraba con fuerza. Era un varón y unos escasos mechones cobrizos cubrían su pequeña cabecita. Otro iluminado ser cortó el cordón que nos mantenía unidos. Ya no había nada que nos conectara. Me sentí completamente vacía, como si se hubieran llevado una parte importante de mi alma.
Otro nacimiento exitoso.
Sus voces sonaron al unísono siseantes dentro de mi cabeza.
Lo alejaban de mí. ¿A dónde se lo llevaban? Necesitaba estar con mi bebé.
Tan solo un ser de luz se quedó atendiendo mi herida abierta. Los demás rodeaban al niño al que habían depositado sobre una superficie metálica. Mi hijo lloraba y las criaturas estaban intentando entrar por su boca. Uno a uno, él los iba absorbiendo. Yo no entendía qué estaba sucediendo.
De pronto, sentí como la oscuridad me envolvía por completo. Creo que me desmayé.
Cuando volví en mí, distinguí a mi mamá. Ya no me encontraba en el quirófano y no había ningún rastro de aquellos extraños seres de luz. Estaba en la cama de una habitación pequeña que tenía una ventana que daba al patio del hospital. Mi bebé dormía en un moisés transparente. Samuel se encontraba sentado a los pies de mi cama jugando con su teléfono.
—Tienes una hermosa y saludable niña —dijo mi madre y me regaló una dulce sonrisa—. ¿Cómo te encuentras?
—Confundida —dije sinceramente.
Me incorporé un poco para ver bien a mi hija. El efecto de la anestesia se estaba yendo por lo que sentía un poco de dolor. La bebé era preciosa. Dormía profundamente y respiraba tranquila. Tenía las mejillas rosadas y unos pequeños bucles color castaño claro. Me pregunté si lo que había visto hacía instantes había sido una alucinación o quizás algún recuerdo del nacimiento de alguno de mis otros hijos.
Intenté concentrarme en las personas que me rodeaban. Estaba casi segura de que mi hija, mi madre y mi hermano eran reales. Quería convencerme de que estaríamos a salvo. Llevé mi mano hacia la de mi mamá y ella me la tomó con fuerza. Sentir su apoyo me daba seguridad. Era mi anclaje con la realidad. Tenía mucho miedo de volver a perderme fuera de este mundo.
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Editado: 05.06.2020