Los días pasaban y cada vez me sentía más cerca de Mélody. En poco tiempo nos habíamos vuelto buenas amigas. Usábamos los ratos libres en el trabajo para conversar tanto de nimiedades como de temas un poco más profundos. Era una de las pocas personas con las que sentía que podía ser sincera sin ser juzgada.
Mel tenía veinte años y ese era su primer empleo. Conocía a Gus de casi toda la vida porque él era el mejor amigo de su hermana mayor desde la escuela primaria. Había decidido trabajar con él para ayudarlo en el comienzo de su proyecto y no porque lo necesitara realmente. Por la tarde estudiaba Comunicación Social en la universidad y tenía una relación no formal con un compañero de clases.
La noche de un martes en la que el bar se encontraba vacío nos quedamos conversando sentadas frente a Gus, que estaba del otro lado de la barra. Llovía torrencialmente y se podía escuchar el sonido del granizo repiqueteando contra el techo de chapa. Era poco probable que alguien se aventurara a salir con ese temporal.
Gus nos invitó un shot de tequila y se sirvió uno para él.
—Vamos a ponerle un poco de onda, porque hoy la noche está remuerta —dijo Gus al tiempo que se echaba un poco de sal en la mano.
Se llevó la sal a la boca y luego bebió el líquido de un trago para después colocar una rodaja de limón en su boca. Hizo un gesto de asco que no concordó con sus posteriores palabras:
—Delicioso. Vamos chicas, no sean amargadas.
Mel lo imitó. Yo no estaba segura. Jamás había bebido alcohol, al menos no que yo recordase. Además estaba bastante medicada y no tenía idea si mis píldoras tendrían alguna contra indicación.
—Vamos, no pasa nada. No va a venir nadie con esta lluvia —insistió Mel jugueteando con su vaso vacío.
No quería quedar mal con mis nuevos amigos así que ignoré una voz en mi interior que me advertía que aquello no era una buena idea y repetí el procedimiento que ellos habían hecho. Al tragar sentí que el líquido quemaba mi garganta y agradecí la acidez del limón que contrarrestó el sabor horrible que me había dejado el tequila en la boca. Seguramente mi expresión delató mi inexperiencia con el alcohol, porque mi amiga soltó una risita.
—Entonces, nos has hablado un montón de tu bebé, pero no nos contaste nada sobre el padre o si hay alguien más. Yo ya te conté todo de mi "mejor es nada" y Gus anda más solo que un perro, pero ¿qué hay de tu vida amorosa? —insistió Mel.
—No estoy solo. Le gusto a muchas mujeres, pero un caballero no tiene memoria —dijo Gus fingiendo sentirse ofendido.
—¡Que mentiroso! —agregó ella en tono burlón.
—Es complicado —respondí sintiendo que los graffitis de las paredes de pronto lucían más borrosos.
—Inténtalo. Soy más lista de lo que aparento.
—De acuerdo —suspiré con resignación. Decidí que podía confiar en ellos. Si bien, no hacía mucho que nos conocíamos, los consideraba buenos amigos—. Honestamente, no tengo idea de quién es el padre de Ariana. Sufrí una especie de amnesia y no recuerdo diez años de mi vida. Que yo recuerde, lo máximo que me acerqué a alguien fue a un amigo que hacía terapia conmigo, pero desde que me ayudó a armar mi currículum no me ha devuelto los mensajes ni lo he vuelto a ver.
Los dos me miraban con asombro. Esperaba no haberme equivocado al haberles confiado algo tan íntimo de mi vida. No tuve el valor para mencionarles que al parecer había pasado esos años secuestrada dentro de un burdel o dando a luz hijos para otros como si fuera una perra de cría.
—Vaya, ¡qué fuerte lo que cuentas, amiga! Entonces, ¿no recuerdas haberte acostado con ningún hombre?
Mélody era muy directa, siempre decía lo que pensaba. Yo me sonrojé y negué con la cabeza. Podría haber sido una prostituta, pero no recordaba haber conocido íntimamente a nadie.
—Bueno, no te preocupes —dijo Mel y nos sirvió a los tres otra ronda de tequila.
Gus se tomó el suyo enseguida. Se lo veía un poco incómodo con el rumbo que había tomado la conversación.
—Mencionaste que este chico te había ayudado a armar tu currículum. ¿Es el que le entregaste a Gus? —Mel cambió de tema mientras yo terminaba lo que quedaba de mi bebida.
—Sí —dije casi gritando aunque no había sido mi intención.
Me sentía algo mareada, pero no resultaba desagradable.
—¿Por qué no le envías un mensaje agradeciendo el gesto? Puedes decirle que gracias a él conseguiste empleo. A los hombres les gusta sentirse importantes.
—¿Sabes? Es una idea genial la que has tenido —dije con sinceridad y saqué el celular del bolsillo de mi pantalón—. Le enviaré un mensaje ahora mismo.
—¿Estás segura de eso? —preguntó Gus pasando un trapo húmedo por la barra. No me había dado cuenta en qué momento había ido a buscar uno.
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Editado: 05.06.2020