Cuando llegué al edificio en donde vivía Miguel le envié un mensaje diciéndole que me encontraba en su puerta. Tenía miedo de que volviera a rechazarme. Estaba muy nerviosa. Esperaba que esa cita resultase mejor que la anterior.
Me había maquillado tratando de imitar la forma en la que se pintaba Mélody, puesto que sentía que ella irradiaba cierto halo de sensualidad que yo no podía alcanzar. Quería gustarle a Miguel. Quería conquistarlo, que me desee y que me ame.
El tiempo que habíamos estado alejados sirvió para que me diese cuenta de lo mucho que me gustaba. Además, echaba de menos nuestras charlas y caminar a su lado las tardes en las que asistíamos a terapia.
Cuando abrió la puerta sentí que se me cortaba la respiración. Llevaba una camisa casual y unos jeans gastados. Estaba muy guapo.
Se acercó a mí y me dio un cálido beso en la mejilla. Luego subimos a su apartamento. Mientras estábamos en el ascensor, ninguno de los dos dijo nada, pero algunas veces no se necesitan palabras para decirle algo a otra persona. Me miraba como pidiéndome disculpas, estaba arrepentido y me miraba directamente a los ojos como queriendo comunicarse con mi alma. Nunca nadie me había mirado así, como si yo significase algo.
Cuando abrió la puerta me envolvió un dulce aroma a vainilla. En la mesita ratona había dos platos de cerámica con una porción de torta en cada uno. En el centro reposaba una tetera con unas tazas y una azucarera a juego.
—Huele delicioso. ¿Cocinaste tú? —pregunté con curiosidad.
—Sí. Gracias. Esperemos que también sepa bien. Ven —dijo mientras me tomaba de la mano para guiarme al sofá. El contacto con su piel provocó un hormigueo que me recorrió todo el cuerpo.
Nos sentamos uno junto al otro. Estábamos muy cerca, tanto que podía sentir su calor.
—¿Quieres un poco de té? —preguntó mientras servía agua humeante en su taza.
—Gracias —asentí.
—¿Azúcar?
—Así está bien.
El bizcochuelo estaba delicioso y así se lo hice saber a Miguel, quien agradeció el cumplido regalándome la más hermosa de las sonrisas. No podía creer que aquello fuese real y esperaba realmente que así lo fuera.
Conversamos bastante sobre nuestros respectivos empleos y yo le hablé sobre mi hija que estaba cada día más grande.
—Quería pedirte perdón por no haberte hablado antes —soltó Miguel sin más, en medio de la conversación.
—Descuida. Estuviste ocupado. Lo entiendo.
—No es eso, pero entendí que no puedo pasar toda mi vida mirando hacia atrás en el tiempo, por más bello que haya sido el pasado.
Miguel parecía apenado y tenía la mirada fija en su regazo. Entonces no sé de dónde saqué en valor para hacerlo, pero me acerqué a él y lo besé en la mejilla, muy cerca de sus labios. Miguel levantó su mirada y sus ojos color miel se encontraron con los míos. Busqué su boca y sentí que una sensación embriagadora recorría mi cuerpo cuando nuestros labios se encontraron y se unieron en un apasionado beso.
Me abrazó fuerte y me atrajo hacia su cuerpo cálido. Lo envolví con mis brazos sin romper aquel mágico beso y me acerqué hasta quedar sentada sobre su regazo. Mi corazón latía a toda velocidad. Nunca antes me había sentido así.
Me separé apenas y aún sintiendo su aliento sobre mi boca dije con timidez:
—Yo no recuerdo haber estado con nadie de esta manera.
Me dio un tierno y rápido beso mordiendo con ternura mi labio inferior y me habló en voz muy baja y grave rozando el lóbulo de mi oído:
—No tenemos que hacer nada que tú no quieras.
Estaba malinterpretando mis palabras. Yo no quería que él se detuviera, solo había sentido la necesidad de justificar mi inexperiencia. Tenía miedo de no ser lo bastante hábil en cuestiones del amor como para lograr que él me quisiera.
—Me gustaría continuar. Te deseo —le confesé con las mejillas sonrojadas.
Comenzó a desabrocharme la camisa con cierta destreza. Yo no me sentía cómoda con mi cuerpo, tenía cicatrices en el vientre producto de mis embarazos y aún conservaba algunos cortes en los brazos cortesía de las pesadillas. Aun así dejé de lado el pudor y permití que sus hábiles manos me fuesen despojando de la ropa.
Lejos de espantarse por mis heridas, Miguel acarició aquellos lugares en los que me había lastimado haciendo que me estremeciera de placer. Casi con torpeza lo fui desvistiendo también a él. Recorrí el contorno de sus músculos con la yema de los dedos y exploré su cuello con los labios.
Sentía su boca recorriendo mi cuello, mi clavícula y mis hombros y sus manos apreciando mi figura. Enredé mis dedos en su cabello alborotado y no pude evitar soltar un pequeño gemido de placer.
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Editado: 05.06.2020