Siempre tuve presente que era especial, que no estaba hecha para la vida mundana y, mucho menos, a ser como ellos.
La razón es muy simple: yo no soy ese tipo de criatura terrenal.
Soy especial, querido extraño.
Soy especial y estoy condenada, o al menos eso es lo que Cirilo me repite varias veces a la semana.
En una de mis travesías a la ciudad fui capaz de oír rumores acerca de mi persona y —como cualquiera que estuviera en sus cabales— me quedé a escuchar lo que de mí se decía, procurando que el clan no se percatara de mi hazaña. Así que allí, escondida tras un sucio arbusto del cual no recuerdo su nombre, me enteré que soy un receptáculo y para mi suerte —o desgracia—, no soy la única: hay otros cuatro como yo.
Y, si he de ser sincera, les tengo lástima.
Porque vivir en esta dimensión siendo una amenaza para el Consejo... no te deja las cosas demasiado fáciles a la hora de teñir tu cabello.
¿Qué? ¿Acaso esperabas alguna frase reveladora? No seas ingenuo, esto es sólo la introducción, no voy a contarte mi historia en este apartado.
Pero como a veces me gusta fingir ser comprensiva, creo que mereces saber lo siguiente:
Soy una bruja de segunda generación, una amenaza y un receptáculo, lo que quiere decir, en pocas palabras, que estoy condenada.
¿Qué? ¿No entiendes nada? Está bien, comprendo que te sientas confundido y como hoy estoy de buenas, te responderé tres preguntas.
¿Amenaza para quién? Para el Consejo.
¿Receptáculo de qué? Nadie puede decírmelo.
¿Condenada por qué? Eso pronto lo sabrás.
Te deseo paciencia mientras descubres mi historia, querido extraño. Créeme: vas a necesitarla.