Jay descansó un hombro contra el ventanal junto a Silvia, dándole su café. Se veía tan serena, tan compuesta, como si no acabara de contarle lo que había vivido, o como si no le hubiera ocurrido a ella. Pero él había visto las marcas.
—Ahí estás, con esa canción otra vez —dijo con suavidad.
Ella le agradeció el café con una sonrisa y se encogió de hombros. —Sí, es pegadiza.
¿Break Free? —¿Pegadiza? —repitió Jay, atragantándose con la palabra.
Silvia advirtió que parecía ofendido y se apresuró a agregar: —Sí, es sombría, por eso me resulta pegadiza.
—Haces un uso extraño de los adjetivos, ¿sabías?
—¿Tú crees?
—No me corras, porque no quieres que responda mi cretino interior.
—No hay problema, me cae bien.
—Por eso estás donde estás, mujer.
—Tienes razón, no me cae tan bien.
Terminaron sus cafés aún riendo por lo bajo y decidieron darle un toque personal a su rincón de la sala de espera. Giraron el sofá y colocaron la mesita de café delante. De esa forma, en vez de la aburrida vista de las ventanillas cerradas, ahora podían disfrutar una vista deslumbrante de la monótona cortina de lluvia.
—Tengo una idea —dijo Jay, sentándose como un rey en su trono—. Veamos si podemos jugar a preguntas y respuestas sin ponernos demasiado personales.
—¿Quieres decir qué pensamos de algo sin decir por qué?
—En lo posible.
Silvia vino a sentarse al extremo del sofá y asintió, encendiendo un cigarrillo.
—Me gusta la idea. Intentémoslo.
—Yo pregunto primero.
—¿No se supone que las damas primero?
—Ahí tienes. Todas ustedes, feministas por la igualdad, se escandalizan cuando les quitan sus pequeños privilegios de mujer. Igualdad significa igualdad.
—Eso es un golpe bajo.
—Es la verdad.
—Eres un cerdo chovinista.
Jay ladeó la cabeza, como preguntándose si se suponía que fuera un insulto, haciéndola reír.
—Yo pregunto primero —repitió—. Empecemos con la música. Cuéntame qué te gusta. Tal parece que eres fan de No Return.
Silvia frunció el ceño como si Jay hubiera hablado en chino. —¿Qué? ¡Ni en un millón de años! Tengo una relación complicada con el cantante, Jim Robinson.
¿La tenemos? —¿A qué te refieres?
—Eso es demasiado personal.
—Bien. ¿Qué te gusta, entonces?
Ella se rascó la cabeza, pensativa. —Pues, mis padres eran fanáticos del rock, así que me criaron con los clásicos. No me gusta nada que no tenga una buena guitarra eléctrica.
—¿Como qué?
—¿Pink Floyd, Slot Coin?
—Pero anoche mencionaste a Sheryl Crow y una Sarah algo.
—Sarah McLachlan, pagano ignorante.
—¡Pagano! ¿Dónde aprendiste inglés?
—Esa palabra en particular la aprendí de una canción de Maynard Keenan.
—¿Te gusta Keenan y Sheryl Crow?
—¿Por qué no? —Silvia vio la expresión de Jay y alzó un dedo—. No me gusta Tool, pero los otros proyectos de Keenan se acercan al pop lo suficiente para que pueda digerirlos.
—Jamás había oído el nombre de Keenan en la misma oración con la palabra pop.
—Deberías escuchar Puscifer.
—Consta en actas. Ahora por favor explícame cómo te pueden gustar ambos.
—Tienen buenas letras. Sheryl Crow y Sarah McLachlan hablan de cosas que nos suceden a las mujeres de más de treinta. Y Keenan habla de cosas más oscuras, como Stewie Masterson y Jim Robinson.
—Me perdí. La música que hacen no tiene nada en común y sus letras tampoco.
—Y son todos excelentes en su propio estilo. Masterson narra historias y Keenan habla de emociones crudas, mientras Robinson escribe sobre el borde filoso de las relaciones, como apuntando una linterna a los rincones oscuros.
Jay frunció los labios, sopesando lo que decía sobre su propia música. —Y a ti te gustan los rincones oscuros.
—No estoy segura de que gustar sea la palabra correcta.
—Te sabes todas las malditas canciones.
—Te dije que tengo una relación complicada con Jim Robinson, ¿verdad? Pues a eso me refiero. La música de No Return me encanta, pero las letras siempre resultan un golpe bajo. Verás, me gusta que mi vida sea simple y divertida, y sus canciones hablan de cosas que jamás buscaría. Y aun así me tocan, me conmueven, y me dan ganas de correr y gritar.
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Editado: 15.08.2023