El video de Jim la encontró un viernes de invierno por la noche, en casa con Paola y Claudia. Silvia vio la notificación del blog y le pidió a Paola que preparara más mate. Ella respiró hondo y se sentó frente a Claudia, para decirle quién era en realidad el hombre que había conocido antes de irse de Norteamérica.
Claudia se le rió en la cara, sin creerle una sola palabra.
De modo que Silvia le mostró el video del Rancho Miller, y el blog que Jim había armado para que compartieran sus cosas.
—¿Por qué no tienen un grupo privado en Facebook? —preguntó Paola desde la cocina, mientras Claudia miraba las fotos boquiabierta.
—Jay odia todas las redes sociales relacionadas con Mark Zuckerberg —explicó Silvia—. ¡Hasta lo llama Suckerborg! Y jura que jamás le va a dar acceso a su teléfono y a su información personal.
Paola regresó a la mesa y rió por lo bajo al ver la expresión de Claudia, que tenía los ojos como platos mirando la foto de Jim y Silvia juntos.
—Sí, no estaba jodiendo —dijo Paola dándole un mate—. Yo también me quedé así cuando me contó.
—Y yo casi me muero de un infarto —terció Silvia sonriendo—. Pero me gustaría mantenerlo en secreto.
Claudia fue capaz de apartar los ojos de la tablet para enfrentarla. —¿Entonces por qué me lo contaste?
Silvia se encogió de hombros. —Porque acaba de mandarme otro video.
—Y no podés esperar para verlo —se quejó Paola—. Ni siquiera un par de horas hasta que nosotras nos vayamos.
Silvia trajo la laptop de su hermano a la mesa y abrió el blog. Paola y Claudia acercaron sus sillas para ver el video con ella.
El clip apenas había comenzado cuando Silvia apretó la mano de Paola bajo la mesa.
Era una versión acústica de Tonight Is Our Night, que Jim tocaba en una Fender que ella reconoció de inmediato, sentado en un sofá viejo que le resultó familiar. Entonces la cámara abrió el plano y Silvia soltó una risita temblorosa, porque Jim cantaba desde los sillones en la sala de espera de la terminal de ómnibus.
Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando Jim miró directamente a la cámara y ladeó la cabeza con una sonrisa vaga para cantar con suavidad, en su octava más grave.
Y cuanto necesitamos en realidad
Es algo mejor que lo que hemos hecho
Comenzar una nueva vida
Dejar de esperar que llegue
Sé que tú puedes cambiar esto.
Entonces meneó la cabeza y dejó de tocar.
—Demasiado tranquilo —dijo.
Hubo un corte brusco y la versión de estudio reemplazó la acústica donde él la dejara, al principio del estribillo, una avalancha de música que tomó por sorpresa a Silvia y sus amigas.
Y ahí estaba la banda completa, No Return tocando en la biblioteca del Rancho Miller, y luego en medio de un campo, sin cables ni micrófonos, sólo ellos y sus instrumentos, en unas tomas increíbles de la pradera en una tarde ventosa.
Y mientras tocaban, comenzaron a aparecer flashes fugaces que hicieron que Silvia volviera a reír. Mostraban a Jim caminando por la terminal, riendo mientras se abría paso entre la gente en las plataformas, y una vez más sentado en el viejo sofá, con los brazos cruzados y la gorra negra cubriéndole los ojos, tal como ella lo viera dormir.
Hubo un momento muy cómico en el que Jim aparecía de pie junto a la máquina de café, muy serio, con un cartel de cartón que decía “trasto” y una flecha apuntando a la máquina. Hasta que aparecía Sean y giraba el cartel. Y ahora decía “cretino”, y la flecha lo apuntaba a Jim. Él suspiraba mientras Sean alzaba los pulgares con su sonrisa de villano.
La segunda parte de la canción hizo que Silvia contuviera el aliento. Jim cantaba desde la habitación que habían compartido en la posada, de pie junto a la ventana donde la besara por primera vez, manos en los bolsillos, mirando hacia afuera con otra sonrisa vaga.
La habitación estaba limpia y ordenada, pero más flashes empezaron a aparecer, mostrándola hecha un caos, con bolsos y ropa por los rincones y la cama toda revuelta. Silvia se ruborizó, sabiendo que esas imágenes provenían del teléfono de Jim.
Para el puente de la canción, Jim volvió a aparecer en la terminal, y una vez más Silvia sintió un nudo en la garganta. Había vuelto a la versión acústica y tocaba sentado en el hueco entre las máquinas expendedoras, donde la encontrara llorando.
Nunca te vendas
Nunca pierdas lo que tenemos
Nunca lo dejes escapar
La imagen se fundió con una toma amplia fuera de la terminal.
Silvia reconoció el costado de la camioneta de Sean, estacionada junto al desvío que llegaba de la carretera. Se estremeció al descubrir la silueta oscura en la esquina más alejada de la terminal, al final de las plataformas. Una mujer con una mochila de campamento y el cabello agitándose al viento, que caminó hacia el edificio y desapareció.
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Editado: 15.08.2023