Silvia terminaba de vestirse cuando sonó el teléfono de la suite. Jim seguía en la ducha y la cosa sonaba como para despertar a los muertos en el cementerio a un par de calles, de modo que atendió.
—¡Condenado pendejo! ¡Anoche volviste a llevarte mis tenis verdes! ¡No te las quedarás, me oyes! ¡Si tanto te gustan, cómprate un par!
Bien. Bonita manera de dar los buenos días.
—¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó Silvia con su mejor tono secretarial, porque no estaba segura cuál de los músicos era el que le gritaba por teléfono.
—Oh, perdón. ¿No es la habitación de Jim Robinson?
Silvia sofocó su risa. —Sí, Tom, Jim se está duchando. ¿Tenis verdes, dijiste? Dame un momento.
El bolso de Jim había quedado donde él lo soltara la noche anterior, justo antes de que ella le saltara encima. Lo abrió y vio de inmediato los tenis en cuestión.
—Aquí los tengo —dijo por teléfono—. Ya te los llevo.
Silvia se volvió hacia la puerta del baño vacilante. Si tan siquiera asomaba la cabeza para avisarle a Jim adónde iba, no podría con la tentación de meterse en la ducha con él. Se limitó a llamar a la puerta y alzar un poco la voz para hablar sin abrirla.
—¡Ya regreso!
Claudia se asomó al pasillo, ahorrándole a Silvia tener que ponerse a golpear puertas y despertar a Sean por error. Tom enrojeció hasta las orejas al verla entrar con los tenis.
—¡Lo siento tanto, S! Jim no atendía su teléfono y por eso…
—Olvídalo, Tom, no hay problema.
El bajista hizo una mueca, incómodo. Pero tan pronto Silvia le dio sus tenis, se sentó en la alfombra a ponérselos muy contento. Ella rió por lo bajo. Tom era el dulce de la banda y le caía muy bien. Se volvió hacia Claudia, de pie frente al espejo con un estuche de maquillaje con espacio suficiente para esconder un rinoceronte.
—¿Tenés idea qué vamos a hacer al final para el cumple de Juan? —preguntó.
—La Hermandad votó picnic en Plaza Francia y los hombres aceptaron la propuesta.
—Bien, eso es acá nomás. ¿A qué hora?
Claudia consultó su teléfono. —En media hora.
—¿Qué? ¿Y cuándo pensabas avisarme?
—¿Cuando termine de maquillarme?
—Voy a buscar mis cosas.
—¡TE MATARÉ, MALDITO HIJO DE PERRA!
El grito de Sean desde el pasillo sobresaltó a Silvia y Claudia.
—Jim terminó de ducharse —tradujo Tom incorporándose muy tranquilo.
Fue hasta la puerta y la abrió. Jim estaba en el umbral con un puño en alto, a punto de llamar. Esquivó una bota que pasó a milímetros de su cabeza y se apresuró a refugiarse dentro de la habitación de Tom riendo agitado. Iba a decir algo cuando notó que Claudia se estaba maquillando.
—¿Se va? —le preguntó a Silvia.
—Es el cumpleaños de Juan y nos reuniremos con nuestros amigos en el parque al final de esta calle.
—Oh. ¿Tú vas también?
Silvia evaluó sus chances de ir con Jim a buscar sus cosas. Seguramente jamás llegaría al picnic, porque estaría muy ocupada rogándole que volviera a besarla.
—Sí. Oye, Jay, mi mochila quedó en tu habitación. ¿Podrías traérmela?
—Deborah llama a desayunar —intervino Tom teléfono en mano.
—¿Qué? ¿Se van ahora?
—En diez minutos —respondió Claudia desde el espejo.
—¿Me la alcanzas a la recepción? —insistió Silvia.
Jim se encogió de hombros contrariado y asintió.
—¿Vamos? —terció Tom.
Jim les indicó que aguardaran y se asomó al pasillo. Liam y Walt se dirigían a los elevadores y Sean no estaba a la vista. Hizo señas de que podían salir, pero apenas habían dado dos pasos fuera de la habitación cuando Sean apareció de la nada con una de sus sonrisas villanescas y un florero enorme en sus manos. Lo vació en la cabeza de su hermano, agua y flores por igual, y huyó a todo correr. Jim se lanzó tras él insultándolo a voz en cuello.
Tom guió a Silvia y Claudia en dirección opuesta, al encuentro de los otros dos músicos, sin prestar atención al alboroto que hacían los Robinson tras ellos. Silvia recordó el video que Jim le enviara desde el Rancho Miller el año anterior y se volvió hacia Tom sonriendo.
—Bienvenida a tu mundo —dijo.
Tom asintió sonriendo también. —Ponte cómoda.
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Editado: 15.08.2023