El sol tocó al mediodía la ventana del dormitorio orientada al sur, despertando a Jim. Se cubrió los ojos con un brazo y tanteó alrededor con la otra mano. La cama estaba revuelta, el cobertor caído, y él yacía desnudo boca arriba. Su mano aterrizó en el hombro de Silvia y resbaló perezosamente por su espalda mientras él notaba su cintura dolorida, los muslos envarados, el agotamiento que parecía entumecer cada uno de sus músculos.
La noche anterior había sido una completa locura.
Tenían pendiente una conversación sobre la promesa de Silvia de regresar. Jim no quería dejarla para llamadas de larga distancia. Pero tal parecía que ella no quería hablar al respecto, y cada vez que él intentaba sacar el tema, ella se las componía para distraerlo. El problema era que tras esas tres semanas durmiendo juntos, sabía demasiado bien cómo mantenerlo distraído.
Hasta que Jim se cansó de tratar de conversar y decidió vengarse de tantas distracciones. Y ahora se sentía como un maldito saco de patatas.
Su caricia no despertó a Silvia, aunque pareció jalar de un hilo invisible que la hizo darse vuelta para pegarse a su costado, descansando la cabeza en su hombro, la mano en su pecho y una pierna entre las de él.
Jim se preguntó si le convenía arriesgarse a un infarto. Era obvio que no, pero en dos días despertaría en una cama vacía, y sólo Dios sabía hasta cuándo, porque ella se negaba a decirlo.
Antes que pudiera decidirse, la idea de despertar sin ella le arrancó un suspiro, que hizo que la mano de Silvia resbalara de su pecho a su estómago. Una sonrisa fatigada curvó sus labios cuando la mano no se detuvo. Silvia seguía dormida. No precisaba despertar para saber qué le apetecía a Jim antes del desayuno, y se había habituado a darle el gusto.
Permaneció muy quieto, limitándose a respirar y disfrutar.
La mano de Silvia se abrió para cubrirlo, rozando su piel con el pulgar. Despierta o dormida, jamás se apresuraba. No audicionaba para estrella porno: lo acariciaba, lo consentía. Y cuando él estuviera a punto de forzar su mano, lo besaría, saboreándolo con la misma ausencia de prisa hasta hacerlo revolverse y quejarse.
Tal vez no fuera el mejor servicio del mundo, pero era exactamente como a él le gustaba. Ella lo había aprendido y perfeccionado hasta que se convirtiera en su favorito y lo anhelara. Como siempre le ocurría con todo lo concerniente a ella.
Sus pensamientos, sus sentimientos, sus sensaciones lo impulsaron a tomarla en sus brazos y rodar sobre ella.
Silvia despertó a su cuerpo y a sus besos atribulados. No precisaba preguntar para comprender lo que ocurría en ese corazón de fuego. Lo aceptó, le dio cuanto exigía, le permitió arrastrarla e imponerse, atesorando cada beso y cada caricia, su piel, su aliento, su entrega y sus demandas. Todo lo que estaba por perder. Otra vez.
Jim no se demoró en la cama. Dejó a Silvia recuperando el aliento y arrastró los pies hacia el baño. Ella lo oyó llenar la bañera sin apartar los ojos del techo, aún luchando por volver a llenar sus pulmones.
Sabía que Jim estaba enfadado y sabía por qué. Y no podía hacer nada por evitarlo. Él quería que discutieran su promesa de regresar, cuál sería el próximo paso para ellos. Ya había dejado bien claro lo que pensaba al respecto: ella debía dejarlo todo y mudarse con él.
Como ella ya había rechazado el final feliz de princesa indefensa, él ofrecería que se encontraran cada dos o tres meses para pasar unos días juntos, tantas veces como ella precisara estar lista para dar el próximo paso lógico. Dejarlo todo y mudarse con él.
Durante aquel mes juntos, Silvia había acabado haciéndose a la idea de que ésa era la única manera de estar con Jim, pero se resistía a abandonar cuanto conocía y amaba sólo porque las últimas tres semanas la habían pasado tan bien juntos.
Al mismo tiempo, ya había estado bien de temporadas robadas. Necesitaba algo intermedio, algo que les permitiera averiguar si podían tener una relación seria, sin que eso le demandara arrojarse de cabeza antes de ver si la piscina tenía agua.
Reunió energía suficiente para tomar su teléfono de la mesa de noche.
—¿Vienes? —preguntó Jim desde el baño.
—En un momento —respondió ella tipeando apurada.
Jim gruñó por lo bajo, estirándose en el agua para que el hidromasajes lo ayudara a distender sus músculos agarrotados. No la oyó levantarse. No vendría. Como siempre, se empeñaba en hacer todo a su manera, a su propio ritmo.
Cerró los ojos.
Que se fuera al infierno.
Estaba harto de saltar cada vez que ella aplaudía.
Los dedos de Silvia enredándose con gentileza en su cabello no lo disuadieron, sobre todo porque no había entrado a la bañera.
—¿A qué hora llegan los demás?
—A las dos.
—Te prepararé el almuerzo, así comes un bocado antes de ensayar.
Jim no respondió, no se movió, ni siquiera la miró. Silvia besó su frente y salió del baño. Él bufó irritado. Hubiera querido que ya fuera sábado y ella ya se hubiera marchado. Entonces él podría recuperar su vida.
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Editado: 15.08.2023