Resultaba extraño. Estar con Jim solía significar tener gente alrededor, pero ahora que se abrían paso entre la multitud que atestaba LAX estaban completamente solos. Nunca se había detenido a notar que a los dos les gustaba por igual tener una vida social activa. Tal vez por eso no le había costado adaptarse a sus hábitos durante los diez días que pasara en Los Ángeles.
¿…?
Se hubiera abofeteado a sí misma al mejor estilo Club de la Pelea. Sólo les quedaban unos pocos minutos juntos, ¿y ella se entretenía cavilando sobre sus costumbres sociales?
Jim la acompañó tan cerca del área de embarque como pudo.
—Entonces crees que podrás regresar para el diez de enero.
—Sí. Jo planea comenzar el quince, y quiero llegar unos días antes.
Permanecieron en silencio un minuto entero. Silvia se preguntó por qué de pronto parecía que no tenían nada para decirse. ¿Por qué evitaban mirarse? ¿Por qué de pronto le urgía entrar a la zona de embarque sola?
—Odio las despedidas.
El gruñido de Jim reclamó su atención.
—¿Cómo?
—Odio todo esto. No estoy acostumbrado a ser el que se queda.
—Te entiendo. Yo no estoy habituada a ser la que se va.
Callaron un momento y luego la soltaron a hablar al mismo tiempo.
—Mejor que…
—Tal vez deberías…
Rieron por lo bajo.
—Vete, Jay. No lo hagamos más incómodo.
—¿Estás segura?
Silvia lo abrazó asintiendo. —Bésame y podrás largarte de aquí.
—Por mí, perfecto. —Jim la estrechó contra su cuerpo—. Di mi nombre una última vez, mujer.
—Te amo, Jim —susurró ella alzándose en la punta de sus pies.
Jim la besó con intensidad, saboreando aquellos labios que conocía de memoria. Era curioso. Después de tantos años buscando siempre nuevos cuerpos y nuevas experiencias para hallar su propio placer, lo que lo excitaba de Silvia era saber lo que ella haría. Porque también sabía lo bien que lo haría sentir. No iba a cruzar el aeropuerto con un notorio bulto en los pantalones, así que dejó sus labios mucho antes de lo que hubiera deseado.
Silvia enfrentó aquellos ojos impactantes por última vez. ¿Cómo sobreviviría más de un mes sin verlos de cerca?
—Escríbeme cuando aterrices en Buenos Aires para saber que llegaste bien.
—De acuerdo.
—Prométeme que me dirás si tienes dudas, dificultades, lo que sea.
—Prometido.
Jim la estudió un momento y supo que decía la verdad. Le acarició la mejilla sonriendo.
—Te amo, mujer. Nunca te atrevas a olvidarlo.
—No podría aunque quisiera.
—¿Se supone que sea un halago?
—Vete ya, tonto.
Jim asintió riendo por lo bajo y retrocedió, resistiendo la tentación de volver a besarla.
—Hasta pronto, mujer.
—Hasta pronto, amor.
Giró sobre sus talones y se alejó con las manos en los bolsillos.
Silvia se demoró contemplándolo. La sorprendió verlo detenerse a pocos pasos y volverse hacia ella con una de sus sonrisas provocativas. Sacó una mano del bolsillo y le hizo señas a Silvia de que atrapara algo. Le arrojó un objeto diminuto que vino a ocultarse en su puño.
—Era de mi mamá, así que tienes que traérmelo de vuelta —le dijo Jim desde donde estaba, la señaló guiñándole un ojo y se marchó.
Silvia abrió su mano lentamente, con cautela.
El mundo entero vaciló a su alrededor.
Porque lo que tenía en su mano era una alianza de compromiso.
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Editado: 15.08.2023