Sinfonía del amor.

Capítulo 1.- El chico misterioso.

Apagué el despertador bufando, eran las seis de la mañana de un lunes y mis ánimos estaban, literalmente, por lo suelos. Me levanté suspirando y caminé hasta el baño aún dormitando. Abrí el grifo de la ducha, permitiendo que el agua fría hiciera contacto con mi piel tibia. Cuando salí, ya bastante más despierta, me miré en el espejo del baño. Mis cabellos -rubios con raíces negras- todavía húmedos se pegaban a los costados de mi rostro.

— Que asco dan los lunes, y todos los días de la semana —Murmuré frente al espejo.

Vamos, no es taaaan malo, sonríe un poco, aún tienes a tus amigas.

Sonreí ligeramente al pensar en las chicas. Ellas siempre me hacían sentir bien, por horrible que fuera el día. Estaban para apoyarme y levantarme cuando más lo necesitaba.

La amistad es una de las mayores fuentes de felicidad.

Tienes razón.

No pasé demasiado tiempo buscando mi ropa, de hecho, tomé lo primero que encontré en mi closet. Consistía en unos jeans ajustados con algunos rasgones, una blusa púrpura de manga corta y un suéter color crema. Me había ensuciado la maldita blusa mientras cepillaba mis dientes. ¡Clásico! Siempre hacía lo mismo, me cepillaba los dientes después de vestirme. Pero la verdad es que ya no importaba, daba igual. Me arreglé un poco el cabello y miré mis ojos, - que eran azules vivos como los de mi padre- ya no se veían tan rojos como en la madrugada. Suspiré tratando de calmarme para no llorar ahora. Mis padres no podían enterarse de que seguía igual que hace dos años.

Bajé a desayunar después de unos minutos. Como de costumbre, dejé mi bolso en la entrada de la casa y me encaminé a la cocina. Lo primero que vi fue una melena negra que se movía de un lado a otro, era mi madre, quien se dio la vuelta en cuanto la saludé. Me sonrió alegremente y se acercó para darme un sonoro beso en la mejilla, me indicó mi lugar y después puso el desayuno en la mesa. Un plato de pancakes con fruta y un jugo de naranja. Tomé el tenedor y comencé a devorar la comida.

— ¿Cómo dormiste, hija? — preguntó mi padre con la vista fija en su periódico.

Un hombre alto, de cabellos rubios con una mirada que podría helar el infierno. Él no era frío, al contrario, era el más cariñoso de la familia, solo era cuestión de tratarlo un poco para darte cuenta de que era todo lo contrario a lo que se ve en la primera impresión. Aunque cuando se enojaba era muy intimidante. Él trabajaba como director de su propia empresa, tenía una cadena de restaurantes y heladerías. Mi madre era periodista, así que viajaba mucho, y por todo el mundo.

— Bien. —mentí— Me he levantado con muchos ánimos desde hace unos meses.

Me miró con una sonrisa y yo se la devolví al tiempo que tomaba otro pedazo de fruta y lo llevaba a mi boca. Terminé de desayunar lo más rápido que pude y me levanté apresurada.

— Me tengo que ir, Hannah no puede pasar hoy por mí, así que voy a caminar.

— ¿Quieres que te lleve? Voy de camino a la oficina —se ofreció mi padre.

— No, gracias, prefiero caminar.

Me despedí con un beso de ambos y salí de la cocina. Cuando estaba por tomar el pomo de la puerta mi madre me llamó, a lo que yo dí media vuelta para ver como se acercaba con un pequeño frasco de plástico en la mano.

— Olvidaste tus pastillas —dijo metiéndolas en mi bolso verde— Te amo, hija.

Sonreí de lado.

— También te amo.

Caminé tranquilamente hacia la escuela. La verdad era que me resultaba bastante relajante ir a pie, podía admirar mejor las calles y no había por qué preocuparse por el tráfico, además, se disfrutaba de la brisa fresca del fin de invierno. Estábamos a primeros de febrero y la primavera estaba por llegar.

Unos metros antes de llegar al estacionamiento del instituto pude ver como se detenía una motocicleta negra. De ella bajó un chico que reconocí en cuanto se quitó el casco. Era Asher. Un amigo de años. Me había invitado a salir, pero yo lo había rechazado, aún así él era lo suficientemente bueno para seguir hablándome. No lo rechacé por ser feo, todo lo contrario, Asher era un chico muy guapo; era alto, de cabellera rubia tostada y ojos verdes. Además el capitán del equipo de baloncesto.

Todo un cliché andante.

Cuando el conductor se deshizo del casco ignoré por completo la presencia de Asher, pues el otro tipo -por algún motivo extraño- me resultaba familiar. Sus cabellos eran castaños, tenía la mandíbula definida y una sonrisa en los labios. Sus ojos viajaron hacia mí y yo me giré enseguida con las mejillas ardiendo, retomando mi rumbo hacia la puerta.

¿Quién era el chico de la motocicleta?, ¿Y por qué me resulta tan familiar?

Me forcé a mi misma a tratar de recordar dónde lo había visto, pero la verdad es que no lograba encontrarlo entre ninguno de mis recuerdos. En cuanto me adentré a la jungla -también conocido como pasillo principal- tuve que moverme con agilidad para no chocar con nadie aunque, por más que me esforzara, siempre terminaban dándome uno que otro empujón. A propósito. Llegué a mi casillero, lo abrí y comencé a sacar libros y cuadernos. Mi cuerpo estaba ahí, pero mi mente seguía divagando con ese chico de la entrada. ¿Por qué trajo a Asher?, ¿Acaso son amigos?, ¿Y el auto de Asher? Nunca lo había visto con él antes.

— Hola, Madd. —saludó Asher a un lado mío con su típico acento.

Me giré al instante con la mejor sonrisa que pude forzar. Él lo notó y frunció el ceño. ¡Ay, Asher!, ¿Por qué me tienes que conocer tan bien?

— ¿Pasa algo? —preguntó.

— No. —negué rápidamente y comencé a suplicar para mis adentros que no siguiera con la conversación.

Suspiró borrando del todo su sonrisa y me miró fijamente.

— ¿Otra vez? Madd, no puedes seguir así... ¿Tus padres lo saben?

— No, y me gustaría que se quedara así.

Se quedó callado. Sabía lo que significaba. No era un "no", pero tampoco era un "sí". Lo que indicaba tal vez les diría a mis padres.



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En el texto hay: humor, musica, strangerstolovers

Editado: 16.11.2024

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