Un sol que mis ojos jamás han presenciado se levanta sobre un cielo celeste, el sonido de las gaviotas y de las olas llegan con una normalidad habitual, no recuerdo haber sentido en mi piel la intensidad del calor de una playa, no recuerdo haber pintado las uñas de mis pies de color de negro ni que mi piel fuera tan pálida… ¿En qué momento he salido de paseo con Darío?, le veo salir de la playa luciendo un boardshort color verde con detalles de palmeras y, al verme sentada a la orilla de la playa, decide apresurar su salida e intenta correr mientras pelea contra las olas.
—¿Quieres comer algo? —Darío cae de rodillas frente a mí y, sobre la húmeda arena, me toma de las manos—. Debes tener hambre, esta mañana no quisiste desayunar nada.
Estoy enojada con él, lo sé, pero no el por qué…
—Bueno —respondo apartándole la mirada—, ya que insistes...
Darío sostiene mis mejillas con sus manos mojadas y me hace verle directo a los ojos, y luego de atraparme en esa claridad azul, se sonríe con una increíble ternura, lo cual me permite apreciar cosas que antes no notaba en él, como aquellas largas comisuras que se forma en sus labios y lo lindo que se ve cuando levanta ambas cejas mientras espera a que yo le sonría de la misma manera… Tanta ternura en su rostro termina sacándome una inevitable sonrisa.
Fue pequeño el instante en el que sus labios se comprimieron con los míos, la sal en sus labios y lo cálido que se siente dentro de mí me hace valorar aún más este momento.
Valorar…
Así que mi definición del amor se refiere a esto…
Aquel entendimiento me trae de regreso de aquel extraño sueño, abro mis ojos sintiéndome muy impactada, mi respiración empieza a hacerse más profunda y mi corazón a acelerarse. Está claro que no podré dormir lo que resta de la madrugada, porque me siento muy confundida, no logro entender nada…, aquel sueño se ha sentido tan real.
Me levanto de la cama y salgo de la habitación, al llegar a la sala del apartamento noto que la puerta que da al balcón está abierta, así que decido ir hacia allá. Al salir al exterior del balcón mis ojos encuentran con los de Darío.
—¡Miércoles! —grito espantada luego de conectar con aquellos orbes celeste que hace un rato soñé amar.
Rápidamente doy media vuelta y huyo de él.
—Verónica, ¿pasa algo? —le escucho venir atrás de mí.
No quiero mantener contacto visual con él, no por ahora. Así que me voy corriendo hacia la puerta principal del apartamento.
—N-No pasa nada —respondo con una voz trémula—, iré a caminar un rato pa-para conocer la ciudad.
Agarro la manija de la puerta, pero tantes de abrirla, mi mano es detenida por la de Darío.
—¿Vas a salir así, sin pantalones? —pregunta con seriedad y levantando una ceja.
Entonces es cuando recuerdo que, antes de acostarme a dormir, me quité el pantalón. Estoy frente a Darío y solo llevo puesto una camiseta rojo vino y un pantie. La vergüenza se apodera de mí haciendo que mis mejillas se ruboricen al instante.
«¡Por qué tengo que ser tan despistada!».
Estiro la basta de la camiseta para intentar tapar mi ropa interior y salgo corriendo directo hacia mi habitación. Puedo escuchar los pasos de Darío, él viene siguiéndome.
—¡Espera Vanessa, está claro que algo te preocupa!
Me detengo en medio del pasillo y doy media vuelta para confrontarlo.
—¡Que no me llamo Vanessa!
—Disculpa, solo dime qué pasa…
Respiro hondo para tranquilizar mi mal humor.
—Acabo de tener una pesadilla… y se vio muy real.
—Entonces es eso…
—¡Sí!... Así que quédate tranquilo.
Le doy la espalda y camino hacia donde está la puerta de mi habitación y, antes de abrir la puerta, Darío vuelve a preguntar:
—Pero ¿qué fue lo que soñaste?
—¡No! —Doy media vuelta para fijarme en él y responderle—… No es algo que te importe, Darío.
—Sí me importa.
Odio aquella sinceridad que refleja en su rostro, esa seriedad hace que todo mi cuerpo se tense, logra que aquel sueño regrese a mi mente como si fueran recuerdos de un pasado que nunca he tenido.
No soporto la intensidad en la mirada de Darío, así que abro la puerta de mi habitación, entro a ella y cierro la puerta frente a sus narices.
Recuesto mi espalda sobre la puerta, sintiendo lo acelerado y fuerte que late mi corazón.
—Todos los SingleDolls liberados hemos pasado por eso, el primer sueño siempre es inquietante, ya después te acostumbrarás.
No respondo a su comentario, me alejo de la puerta y me lanzo sobre la cama, me acobijo con la sábana y espero a que el sol salga o que Chris se despierte, es que no quiero estar a solas con Darío.
Ya han pasado varios minutos desde que escuché la voz de Darío y desde entonces él no ha vuelto a hablar, supongo que ya se habrá regresado a su habitación. Solo espero que durante la mañana mis ojos vuelvan a verlo como antes lo hacían.
La espera me ha parecido una eternidad, el aburrimiento llega a su fin cuando por fin logro escuchar la voz de Chris circulando por la sala. Antes de salir de mi habitación decido darme un baño y luego me visto con una blusa negra, minifalda de jean y unas zapatillas que le pertenecía a la expropietaria de Christopher.
Al llegar a la sala, me llevo una bocanada de aire al encontrarlos en la cocina con el pecho descubierto, ambos chicos solo están usando pantaloncillos cortos.
—¡Buenos días, Verónica! —me saluda Chris, quien tiene el pecho lleno de harina—… ¿Qué tal tu primera noche de descanso?
—¡¿Por qué carajos están semidesnudos?! —me quejo sin poder desviar la mirada.
—Suelo dormir así, es más fresco. —Chris abre sus brazos y sonríe mientras da un giro para lucirme su cuerpo.
—Igual yo —Darío está extrayendo jugo de manzana—, no me gustan los pijamas enteros, los considero pijamas de viejos.