Singledolls: la pareja perfecta

17. En el auto de Jaqueline

Vamos de regreso al apartamento de Darío, viajando en el auto y con el documento de identificación digital en mis manos. Cualquiera que quiera señalarme como una SingleDolls no podrá hacerlo, porque antes le terminaría restregando este documento en la cara.

Bajo las leyes de este mundo, ahora soy una humana.

Ya mismo puedo empezar a buscar trabajo, puedo hacer cualquier tipo de tramite sin ningún problema. Esto me hace sentir un poco más viva.

—Estoy por creer que Gustavo es quien inició ese movimiento pro-SingleDolls —dice Chris esperando que Darío diga algo al respecto.

—Como ya se habrán dado cuenta, Gustavo es un experto de la informática; hubo un tiempo en el que estuvo muy intrigado por el sistema lógico que corría en los cerebros de los SingleDolls que quedaban autónomos, entonces decidió comprarme en una tienda para experimentar conmigo. Gustavo notó que, luego de una hora de tenerme desconectado de los ojos humanos, el computador que está conectado en mi cerebro dejó de funcionar. Viví por un tiempo con él mientras analizaba mis comportamientos, y cuando se dio cuenta de que era tan independiente como un humano, decidió darme la libertad.

»Verónica, ese computador que tienes instalado en tu cerebro solo funcionó en el momento que activaron tu caja, luego de la hora de estar desconectada no volvió a conectar y eso ha dejado que tu cerebro sea libre y funcione por sí solo.

—Así que esa es tu historia… —digo mientras contemplo el paisaje soleado a través de la ventana del auto.

—Sí.

Hay algo que todavía sigue rondando en mi cabeza, y no estaré tranquila hasta preguntarle.

—¿Entonces nunca te enamoraste de Gustavo?

Mi pregunta hace sonrojar a Darío, este levanta los ojos hacia el retrovisor central del auto y desde ahí se me queda viendo con su rostro sumamente inexpresivo.

—No, Gustavo es como mi hermano.

Suspiro y dejo que mis pulmones se relajen, como si lo que me acabara de confirmar fuese el resultado negativo de un examen de una enfermedad terminal. No debería importarme tanto, pero por algún motivo que desconozco, me importa, y bastante.

 

Llegamos al edificio residencial donde ahora estamos viviendo, dejamos el auto en los estacionamientos y subimos al piso donde se encuentra nuestro apartamento, al terminar de subir las escaleras nos encontramos a Jaqueline cerrando la puerta de su apartamento, parece que va de salida.

—¡Ey, buenas tardes, chicos! —saluda mientras guarda las llaves en su cartera.

—¡Buenas tardes! —todos saludamos en tono animado.

—Los veo muy sonrientes, ¿en que andaban? Cuenten.

Jaqueline avanza por el pasillo y se detiene frente a nosotros.

—Estás frente al nuevo ciudadano del país —Chris levanta los brazos y luego da una vuelta en su propio eje como si fuese un orgullo lucir su nuevo status civil.

—Genial, entonces ya pueden llevar una vida con normalidad.

—Sí, ya podemos empezar a pagar impuestos al gobierno —respondo en un tono aburrido.

Jaqueline se sonríe mientras niega con la cabeza, luego se acerca a mi oído para susurrarme:

—Y también podemos tener una noche de discoteca, nena. ¿Qué te parece si nos vamos de fiesta el sábado? Hay que celebrar tu libertad

No estoy segura si me agrade la idea, pero siento curiosidad por vivir una de esas noches de fiesta.

—Puede ser…

—Pues yo no creo que a Tobías le agrade la idea —Darío agrega en un tono molesto y con excesiva seriedad. Este chico tiene un gran oído, no creí que escuchara el suave susurro de Jacky.

Jaqueline avanza hacia donde está Darío y le pasa a un lado guiñándole un ojo.

—¿A quién no le agrada la idea, a Tobías o a ti? —pregunta mientras avanza hacia las escaleras

—A Tobías, obvio.

La trigueña detiene sus pasos y da media vuelta para volver a dirigirse a Darío.

—Tobías ama bailar, de seguro vendrá con nosotras. ¿Chris, tú también te apuntas?

—Claro, no me lo perdería, también amo bailar —Chris responde muy feliciano.

Jacky vuelve a fijar sus ojos en Darío y aprieta sus labios mientras sonríe con lamento.

—Es una lástima que a ti no te gusten ir a estos sitios, Darío. Podrías sumarte y divertirte con nosotros.

—Tengo competencia el domingo, debo descansar el sábado.

«¿Competencia? ¿De qué?»

Justo cuando me disponía a preguntarle sobre la competencia, vemos a Jonnathan saliendo de las escaleras.

—Cierto, la competencia de surf —agrega Jonnathan—. Podríamos parrandearnos el sábado por la noche y amanecer el Domingo en la playa.

—¡Me encanta la idea! —Chris se exalta emocionado—. Eres un genio, la idea es fantástica, ¿verdad, Verónica?

—Sí —respondo encogiendo mis hombros con indiferencia—, puede ser.

Jaqueline levanta ambos pulgares y me sonríe mostrando su dentadura.

—Jacky, ¿y hacia dónde vas? —le pregunta Jonnathan—... Yo solo vine a buscar unas cosas, porque voy de salida.

—Voy al super mercado, tengo que abastecer la despensa.

—Vas por mi ruta, guapa. —Jonnathan suplica juntando sus manos—. Llévame contigo, dale, me dejas en la ferretería de calle 43.

—Está bien, vamos.

Antes de partir, Jaqueline vuelve a fijarse en mí.

—Verónica, ¿quieres venir conmigo? Así me haces compañía y platicamos un rato.

Dudo un poco la propuesta, porque no es que le tenga confianza a Jaqueline.

—Sí, está bien, vamos —al final acepto en un tono no muy convincente.

Me siento un poco asustada, porque nunca he estado lejos de Chris, y no es que crea que Jaqueline pueda hacerme algo malo, sino que ya me había acostumbrado a tenerlo cerca. Si realmente quiero ser libre, entonces tengo que empezar a desprenderme de él y saber andar sola.

Me siento patética, como una pequeña niña con papitis.

Fijo mis ojos en Chris y le asiento junto con una sonrisa para despedirme de él. También me da por mirar a Darío, este observa a Jaqueline con sus ojos exaltados y sus cejas levantadas como si le advirtiera de no cometer una locura.




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