Singledolls: la pareja perfecta

30. En la habitación de Darío

No es bueno estar de vuelta.

Suponer que no se tiene un pasado para poder iniciar una nueva vida es lo más complicado que cualquier ser humano podría enfrentar.

¿Tan siquiera debería considerarme un ser humano? Yo diría que sí, mi cerebro es humano, aun cuando su actividad dependa de un computador, lo soy. Y no es la primera vez que el cuerpo humano dependa de la tecnología, desde hace varios años que muchas personas tienen implantados aparatos tecnológicos en los corazones y en otros órganos del cuerpo. En mi vida pasada llegue a conocer a humanos que contaban con el 60% de su cuerpo trasplantado con órganos artificiales, y no es mucha la diferencia conmigo, yo tengo el 98% de mi cuerpo trasplantado. Soy humana, los SingleDolls lo somos.

De camino al departamento de Darío, me surgieron muchas preguntas, porque comprendo que mi cuerpo es completamente artificial y eso significa que mi salud deberá tratarse de forma diferente; «Si mi cuerpo no envejece, ¿eso me da la posibilidad de tener una vida eterna?», pregunté a Darío, pero él lo negó con la cabeza y, mientras soltaba un par de risas, aclaró:

—Es cierto, no vas a envejecer físicamente, pero tu cerebro sí lo hará. Un cerebro viejo en cualquier momento dejará de funcionar correctamente, se apagará y no habrá computador que vuelva a activarlo. Esta es la razón principal por la que SingleDolls solo busca cerebros de personas que fallecieron jóvenes, de entre veinte a cuarenta años.

Ambos nos detenemos frente a la puerta que da al dormitorio de Darío, él mete su mano en el bolsillo del pantalón, del interior saca su tarjeta de acceso y con ella abre la puerta. Entramos a la habitación, yo cojeando de un pie y apoyándome en él, y en el momento en que mi mirada recorre la habitación me percato de que es idéntica a la mía. Darío me deja sentada sobre la cama y luego le veo irse caminando hacia la gran ventana que está en el fondo de la habitación, agarra la tela de la cortina y la abre de par en par, permitiendo así que la claridad de la mañana nos inunde por completo, quedando encandilados al instante.

—Es un hermoso día para surfear, le queda de maravillas para la competencia —dice mientras observa el paisaje de la playa.

—No deberías estar aquí, deberías estar preparándote para la competencia. Vete y déjame sola aquí, yo estaré bien.

Darío no dice nada, él se aleja de la ventana y luego se dirige hacia donde está la puerta del baño, entra y, sin cerrar la puerta, empieza a rebuscar dentro de un mueble que parece guardar toallas y jabones. Sale de la habitación con un rollo de gaza y una botella de alcohol.

—¿Acaso no entendiste cuando dije que te fueras y me dejaras sola?

—¿Acaso no eres tú la mujer que mejor conoce mi forma de ser? Deberías de saber que jamás te dejaría sin antes cerciorarme de que te quedes bien.

Es cierto, él es así.

Hace horas hubiera creído que sus hospitalarias acciones se debían a su cualidad sobreprotectora, pero él no es un SingleDolls, él siempre ha sido así; y ahora que lo pienso, esto también va conmigo, yo y mi equivocada forma de verme como un desperfecto de fábrica, ahora comprendo que mis cualidades siempre fueron así de desastrosas, porque en aquellos tiempos, cuando llevaba mi vida como Vanessa, mi carácter siempre fue igual de jodido que ahora. Es un gran alivio entender que mi locura siempre ha sido natural.

Esos desgraciados empresarios de SingleDolls están robándole a la gente al hacerles creer que pueden modificar sus cualidades, y yo casi caigo en aquel timo.

Darío se agacha frente a mis pies y, con mucho cuidado, levanta el pie que tengo lastimado y lo coloca sobre su muslo.

—Voy a limpiar tu herida, no queremos que se infecte y se ponga peor.

—Sí, sí. Tú dale.

Darío, aun con su rostro agachado, levanta la mirada disimuladamente y me sonríe de medio lado mostrando ciertos grados de malicia. Quién mejor que él para comprender el trasfondo que hay en aquella respuesta tan cortante que le acabo de dar, él sabe del miedo, la angustia y el posible dolor que sentiré cuando el alcohol toque la herida.

Estúpido y sensual científico que, no es loco, pero sabe cómo poner a uno en tal estado.

Mi momento de admirarle entre los destellos del sol llega a su fin justo cuando un pedazo de algodón mojado en alcohol toca sobre la cortada que está en la planta de mi pie, Darío aprieta tratando de sacar la arena de la herida, yo salto e intento controlar las ganar de revolcarme sobre la cama, pues quisiera parecer fuerte frente a él, pero creo no lograrlo y culpo a mis expresivos ojos que bien saben maldecir.

—Listo —dice y luego pone una bandita sobre la herida—Bien sabes lo complicado que resulta para ti perder sangre, tu cuerpo no puede regenerarlo y no es que contemos con un banco de sangre para abastecerte.

—Es lo que más odio de todo esto. Con el tiempo quedaré seca.

Darío vuelve a levantar la mirada y a sonreírme.

—Antes te donaría toda mi sangre —responde en tono bajo y varonil. Aquella expresión tímida me hace sonreír sobre un ligero suspiro.

Que reconfortante es saber que aún conservo los recuerdos más importantes de nuestro pasado, como aquel momento en que se escaparon mis estúpidos sentimientos. Pudo haber sido de día o de noche, no importaba si llovía o si era soleado, lo que importó en ese momento fue lo que sentí al verle coquetear con otra de sus amigas; lo recuerdo muy bien, recuerdo como quise matarle en un segundo y resucitarle en el siguiente, porque cuando se dio cuenta de que le estaba mirado vino corriendo hacia mí, traté de disimular mi interés en él y puse mi atención en un paisaje que realmente no me interesaba apreciar, quería hacerle creer que me daba igual que viniera conmigo, pero por dentro mi corazón saltaba en un trampolín de color rosa. Preocupado por mi amarga expresión de aquel entonces, me preguntó si me pasaba algo, y yo, creyendo que ya tenía todos los filtros puestos, solté toda mi verdad. Entonces fue cuando me tomo de la mano y la besó tiernamente, obviamente, provocando un inevitable sonrojado en mí, y desde aquel momento no me soltó de su mano, se quedó conmigo y así ha sido desde entonces.




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