Javier abandonó la habitación con la pececita ansiosa por salir de allí. Quería ayudarla, pero no siendo un tonto manipulado, así que se encerró en su habitación tres horas —más de lo habitual— para buscar información en su portátil, el cual puso sobre las rodillas mientras estaba sentado en la cama. Se introdujo en la base de datos de hace seis siglos, y se dio cuenta de que Piscis había estado más siglos encerrada en ese lugar, y que, posiblemente, la pececita no tenía claro ciertos datos. Halló más cosas que lo atemorizaron: ella sí fue abusada… no había mentido. Fue abusada después de que drenaran el agua del contenedor, pero no logró matar a sus atacantes, pues la habían rodeado con un campo de fuerza y fue ella quien recibió sus propios proyectiles de escamas. Las lágrimas brotaron de los ojos de Javier, se los secó y continuó hurgando en la información antigua.
Al día siguiente —luego de dormir tres horas— Javier encontró grabaciones periodísticas de la masacre en el planeta de Piscis. Ella se diferenciaba de los demás peces por el inmenso tamaño multiplicado diez veces; además, la rodeaba un aura dorada y sus aletas parecían boleros de un mantel tejido. Los soldados secuestraron a la pez reina atrapándola con una red de acero, la cual le provocó muchos cortes a pesar de sus escamas. La malla la hirió y mucha sangre milenaria —con altas dosis de células rejuvenecedoras— cayó al mar de su planeta.
«Esa debe ser Piscis —Javier lo intuyó y no se equivocó, pues todo lo que encontró fue una ampliación de lo poco que la pececita le narró».
Javier quería confiar plenamente en ella, pero antes decidió hacer una movida para ver si Piscis reaccionaba violentamente. Así que, al día siguiente, antes de que el personal de vigilancia llegara a sus puestos, el hombre entró a la sala de cámaras, y puso una grabación antigua donde captaba la habitación con el contenedor. Confió en que nadie detectaría su sabotaje y fue a ver a Piscis. Las puertas a sus espaldas se cerraron y caminó hacia el cristal del contenedor. Traía una canasta con frutas frescas; en su mayoría había frutos rojos, ya que Javier había investigado que las bayas se parecían, nutritivamente, al alimento de esa especie.
Piscis dormía acurrucada en medio del contenedor.
Créditos
© María Paula Rodríguez Gómez
2023 primera edición
2024 segunda edición
Seudónimo: María Rogosace
Derechos de autor: MINISTERIO DEL INTERIOR DIRECCIÓN NACIONAL DE DERECHO DE AUTOR
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Editado: 15.04.2024