En una de esas tardes de lluvia antes de que llegue la primavera, Siwar había decidido visitar a la Vieja Abuela para tomar mates y pasar la tarde con ella. Cuando llegó, pudo percibir una niebla tenue en la entrada de esa casa. Supo entonces que había algo que no estaba del todo bien. Al ingresar, la inmensa puerta de madera rechinó a pesar de haber sido aceitada un día antes. La casa parecía haber envejecido setenta años. La Vieja Abuela estaba sentada en la cocina almorzando un poco de sopa, con su plato y copa favoritos sobre la mesa. Vestía el camisón que usaba para dormir, y Siwar no pudo esconder su curiosidad.
- ¿Ese no es el camisón para dormir? -.
- No lo creo. Ese es el uso que yo le daba, pero sigue siendo una prenda. Se puede usar en cualquier momento – sentenció la Vieja. Dio un sorbo a su sopa y le hizo seña a Siwar para que tome asiento-.
- Vi mucho polvo en el pasillo de la entrada – Siwar miró la copa y vio que aún tenía un poco de vino. La Abuela no bebía vino - ¿Estás bebiendo, abuela?-.
- ¿Qué haces aquí, hijo? -.
- Vine a tomar mates porque ya es de tarde pero parece que te atrasaste con el almuerzo-.
- Es que hoy recordé que siempre comía al mediodía, pero desperté muy tarde-.
Siwar no le creyó. Según su instinto, algo más estaba sucediendo y la Vieja no se lo estaba diciendo. Se levantó de la silla y caminó hacia el comedor. Las cortinas aún estaban sin correrse y los sillones habían sido cubiertos por mantas. Pensó que la Vieja Abuela se iba a mudar y, por un instante, un puñal helado de atravesó la espina dorsal. Se paralizó al creer que iba a perder a su abuela.
La Vieja Abuela había aconsejado a Siwar durante mucho tiempo. El joven creía más en la palabra de ella que en la de su propia madre. Imaginar que ella no iba a estar para siempre, le había estrujado el alma por unos segundos. Siwar se volvió a la anciana y la abrazó tan fuerte que hizo que suelte la cuchara y salpique un poco de sopa.
- No te vayas, abuela – le dijo entre sollozos-.
- No me voy a ningún lado, Siwar – Le respondió correspondiéndole el abrazo. La anciana lo tomó del mentón para verle a los ojos y le susurró una frase que iluminó las pupilas del niño-.
- Está todo raro aquí ¿Pasa algo? -.
- Se llenó de polvo la casa. Ayer la había limpiado y hoy está todo repleto de polvo-.
Siwar tomó una escoba y comenzó a barrer. Su mamá le había enseñado que siempre se barre desde el fondo de la casa hacia adelante, porque de esa forma se deja afuera todo lo malo. Entonces él lo hizo así.
- ¿Por qué barres así? – le preguntó la Vieja. Siwar sintió su pecho inflarse pues era la primera vez que la anciana le preguntaba algo-.
- Pues porque así se saca lo malo-.
- ¿Y acaso crees que hay algo malo aquí? – la anciana estaba tirando de la lengua del chico-.
- Aquí hay tristeza. El polvo la está cubriendo-.
- Ciertamente has pasado mucho tiempo conmigo, Siwar – le dijo la anciana conteniendo con sus dedos una lágrima que quería huir de sus ojos-.
El joven terminó de barrer y alzó el plumero para limpiar los muebles. Entre los adornos empolvados, limpió un recuadro con la foto de un hombre.
- ¿Quién es? – le preguntó-.
- El Viejo – dijo la anciana – El Viejo murió dos años después de habernos casado. Hoy se cumplirían sesenta y nueve años-.
- Viste – dijo orgulloso – aquí había tristeza-.
- En el fondo siempre la hay – le respondió en tono de resignación-.
- Pero, abuela, el polvo te cubre el recuerdo. Yo creo que tendrías que limpiar de nuevo cada vez que entra polvo a la casa. Es la única forma que te queda de mantener esta foto visible. Y él te mira-.
- Sí, lo sé, Siwar. Pero hay días en los que no tengo energías para hacerlo-.
- Yo también te miro, abuela. Cuando no puedas limpiar, llamá a mi mamá para que me avise y yo vendré a limpiar la casa. La única forma de mantener un recuerdo vivo es teniéndolo impecable, así como tendría que estar la foto-.
Y así, la Vieja Abuela entendió.